María Esperanza Rojas, actual reclusa en la Cárcel de Picaleña en Ibagué, Tolima, relató en una entrevista cómo su vida delictiva comenzó inspirada en una escena de una película que vio en una panadería, lo que la llevó a cometer robos y hurtos de casas desocupadas durante años en varios lugares, incluyendo Bogotá. Fue capturada en mayo de 2021 gracias a una orden activa y la delación de su expareja, padre de su hija, y sentenciada a nueve años de prisión por porte ilegal de armas.
Originaria de una finca cafetera marcada por una infancia dolorosa llena de abuso, maltrato psicológico y precariedad económica, Rojas abandonó el hogar a los doce años tras empezar a trabajar duro desde los diez, siendo la mayor de siete hermanos. Consumidora de sustancias desde joven, su rebeldía la impulsó a la delincuencia por necesidad de dinero, rechazando estudios y trabajos convencionales con hombres, como ella misma confesó. Aprovechaba llaves descuidadas para «desocupar» viviendas y colaboró temporalmente con otros delincuentes, aunque decidió no volver a trabajar en grupo tras una traición.
El detonante cinematográfico y el camino al delito
Todo inició cuando, en una panadería, vio un avance de una película que le «quedó gustando», motivándola a probar suerte con robos. En Bogotá llegó a intentar uno frente a una estación de Policía, ocultando siempre sus actividades a su familia y a su hija, nacida bajo presión materna. «Mi infancia fue bastante dolorosa», rememoró Rojas en el videopódcast Conducta Delictiva, donde detalló su trayectoria.
«(…) No sirvo para estudiar, necesito dinero, no me gustan los hombres ni para trabajar en la vida alegre, porque es que realmente no me gustan. Entonces yo, ¿qué hago con mi vida?»
María Esperanza Rojas, reclusa en Picaleña
La delación de su expareja surgió por «impotencia de saber que yo no voy a estar con él», según ella, lo que precipitó su captura. Un episodio que la marcó fue el robo a una mujer mayor que vendía arepas, cuya «alegría […] me cambió a mí la vida», y parte de lo hurtado se lo devolvió en señal de arrepentimiento.
Arrepentimiento y resocialización en prisión
Hoy, a sus nueve años de pena, participa en proyectos textiles para resocializarse, expresa deseo de disculparse con sus víctimas y romper la cadena generacional de maltrato. «No hay excusas para uno hacer un mejor mañana», reflexiona Rojas, quien insiste en que esa señora de las arepas transformó su perspectiva.
«Él me chodeó por la impotencia de saber que yo no voy a estar con él»
María Esperanza Rojas, reclusa en Picaleña
Desde La Veintitrés Manizales, esta historia pone en evidencia cómo traumas infantiles y precariedad pueden derivar en ciclos delictivos, pero también abre la puerta a la redención mediante procesos de rehabilitación en el sistema penitenciario.

















