Esteban Jaramillo Osorio
Es fiesta, es alegría, la selección colombiana cuando se llena de futbol, cuando se apropia del balón, adelanta las líneas, domina al rival, intimida y acosa buscando el gol. Con exquisito juego colectivo en espacio reducido y deslumbrantes aportaciones individuales.
Fútbol construido con base en la habilidad. Con la influencia de la gambeta repetida, efectiva e inagotable de Luis Díaz, el mejor de la gira, como punta ofensiva por la banda izquierda, como interior, con penúltimo o último pase en la búsqueda de gol.
Con los c h i s p a z o s influyentes de James, lejos de aquel añorado nivel que lo hizo estrella, hoy en declive, con fútbol por ráfagas, pero desequilibrante con sus pases medidos. Ninguno como él en su función. Con su amor más pasional, la selección.
Colombia dominó y goleó a Rumania hasta la aparición del Plan B. Se esfumaron las alternativas creativas, con la excepción del zarpazo de Asprilla. Su gol celebrado por su arrebato juvenil, tan propio de su repertorio.
Vacía quedó, sin ideas por los movimientos desde la raya del entrenador, quien relevó al por mayor y al detal, por gustos, por complacer a sus dirigidos, jugador por jugador, posición por posición, sin la convicción que trae consigo la evolución del funcionamiento colectivo con afectación ofensiva.
Profundo se hizo en su defensa, recogió sus líneas para darle respaldo al portero y aparecieron los enredos.
Cuando la cara juvenil el chico Hagi, entró en escena, aparecieron los fantasmas, por el daño que a Colombia le infligió su prodigioso padre, décadas atrás, cuando lideraba su selección.
Tantas noches de insomnio por su gol en el mundial, que hoy los protagonistas de aquella desprestigiada Selección Colombia, micrófono en mano, no alcanzan a descifrar.
Épocas de calamidad difíciles de olvidar, con recuerdos que el tiempo mantiene visibles por el ridículo, la tragedia y el fracaso.
Con Hagi, hijo, llegaron los sustos y los goles, se enloqueció la defensa tricolor, proliferaron los errores y de un cómodo tres cero se pasó a un incierto tres por dos.
Siempre que juegue la selección hay mucho por decir, especialmente cuando se deben explicar sus altibajos en el rendimiento. Tan brillante es el fútbol cuando se propone con dinámica ofensiva, sustentada en la habilidad. Lo practicó Colombia frente a España, ante Alemania y Brasil para ganar, pero sin continuidad.
Los exhibió frente a Rumania hasta que se desinfló.
Sin duda es Colombia un equipo serio, con oficio, lleno de recursos técnicos en sus jugadores. Con un entrenador cuya principal virtud es su sentido común, con aciertos y desaciertos en los movimientos de las fichas de su pizarra y con falta de versatilidad en sus variantes tácticas.
Una nueva victoria al cierre del periplo europeo, que parecía de trámite y se enredó sin necesidad. Un renovado aliento por los resultados, para el reencuentro de la sintonía con la afición que marcha paso a paso y ya se siente, por el fervor que renace.
Se valora al cierre de la gira el valor de Lorenzo al cuestionar sin tapujos el nivel de la liga local, una palpitante realidad. Lo que sus antecesores disfrazaron con mentiras, bajo el manto de una manipulada diplomacia.
También el invicto con su influencia anímica, para fortalecer el equipo desde el camerino, en su mentalidad, con espíritu ganador. Esteban J.
LOS PANTALLAZOS / Noticias del día
Noticias del 22 de noviembre del 2024
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