Por Hernán López Aya*
Parece coincidencia. Parece que el destino hubiera conspirado para ponernos en el camino el regalazo que recibimos en la antesala de este Día del Padre. Y lo escribo porque sé, sin dudarlo, que a muchos nos encantó.
Con el pasar de los años, la celebración de esta jornada ha sido importante, pero no tanto como la del Día de la Madre. Y es por obvias razones: a ellas les toca más duro, en cuestiones de familia; viven nueve difíciles meses en los que la mezcla de sensaciones, emociones y características físicas las descontrolan, deprimen o las exaltan a su máxima expresión.
Y prueba de esto es lo que dice la comediante mexicana Sofía Niño de Rivera, refiriéndose al embarazo: “durante todo un día yo hice manitas y ojitos y piecitos.” Por estas y muchas más razones, es más sólido el regalo. Eso lo entiendo.
Muchos intentan conmemorar al padre, de la mejor forma, porque los sentimientos afloran. Pero hay que ser sensatos: la celebración no es la misma. No obstante, en este año hubo desquite.
Recibimos un agasajo que no les costó ni un peso a nuestras familias. Por el contrario: lo pagamos con meses de anticipación, en algunos casos. Y el detalle se resume en una palabra: ¡Fútbol!
Sí. Fútbol por televisión.
Llega un mes colmado de este deporte. Comienza con la Eurocopa y termina con la Copa América. Las finales de estos torneos serán el mismo día: 14 de julio. Debo confesar que mi pasión es el voleibol. Pero ver fútbol es una verdadera diversión.
Al esculcar la memoria histórica, encontré dos que marcaron mi vida como aficionado a este deporte. El primero: Colombia en el Mundial de 1994, en Estados Unidos.
18 de junio. Debut. Enfrentamos a Rumania. Un mes antes, mi papá se ganó un chance que le dejó un buen premio (ese fue, tal vez, su regalo soñado de padre para ese año). Con algo de ese dinero nos cambió el televisor que teníamos. El viejo aparato ya no mezclaba colores y en él nos tocó ver el 5 a 0 contra Argentina, con una gramilla de color rojo.
En esa época, mi casa tenía una sala gigante que convertimos en una gradería, con sus sillas numeradas, y con algo de aguardiente para acompañar el pronóstico dado por Pelé, que sugería a la tricolor como campeona del mundo. Arrancó el partido y, con él, el primer aguardientazo. Pasaron 15 minutos del primer tiempo y llegó el primer gol del rival. Siguió el traguito y la esperanza. Pero 18 minutos después, Rumania hizo el otro. Golazo de Hagi. El aguardiente se acabó y la desesperanza llegó, al igual que los madrazos. El resto es historia. Comenzó la debacle de un sueño empañado por la indisciplina, por el exceso de confianza y por las amenazas del narcotráfico.
Segundo recuerdo: Copa América de 2001. 29 de julio. La sede fue Colombia y la final en Bogotá. Para ese día, yo estuve de viaje en una isla del Caribe, a dos horas de Cartagena (en lancha), y a siete meses y medio de convertirme en papá por primera vez (entré al camino de las celebraciones).
Los rivales: Colombia y México. A las 4 y 30 de la tarde sonó el pitazo inicial, dado por el juez Ubaldo Aquino. Un partido apretado, con 50.699 personas en El Campín, con un México afanado por llevarse el triunfo y con una Colombia decidida a hacer respetar su casa.
Una hora y nueve minutos duró la espera, marcada por el juego fuerte. Una falta muy cerca al borde del área fue sancionada. Iván López sería el encargado de cobrarla. El centro “templado” dirigió el balón hacia el punto penal, lugar al que llegó Iván Ramiro Córdoba y cabeceó. Uno a cero. Colombia explotó. Yo grité como un loco, acompañado de varias personas en una pequeña sala del hotel, todas en sendas pintas de verano. ¡Fuimos campeones! Gran regalo, adelantado, de mi primer Día del Padre.
Ayer, el detalle fue triple; la antesala perfecta. En la mañana, disfrutamos la Euro con tres partidos. En la tarde, Colombia le ganó a Bolivia y aumentó su invicto a 23 fechas, “ad portas” de la Copa América de este año. Y en la noche, el Atlético Bucaramanga le ganó a Independiente Santa Fe y consiguió su primera estrella en el fútbol profesional colombiano.
Tengo claro que no a todos los padres les gusta el fútbol, pero sé que a la mayoría sí. Y como ya estamos acostumbrados a que nuestro día sea más mesurado, en materia de agasajos, pues este “banquete” de humanos persiguiendo un balón se convirtió en el regalo ideal: sentados en el sofá, con una cervecita en la mano, pilas nuevas para el control remoto, pasabocas al lado, en chanclas y sin la necesidad de salir a hacer diligencias de banco o cumplir cierto tipo de tareas porque es sábado. Todo, en la vida, tiene su recompensa.
Además, creo que lo más importante de esta jornada es que nos respetan la concentración, durante muchos minutos, al frente del televisor. Y las personas que viven con nosotros hacen esfuerzos infrahumanos por no interrumpirnos.
Gracias, a quienes nos celebran; a quienes nos tienen paciencia, a quienes nos acompañan a ver partidos; a quienes nos hacen los pasabocas. Y feliz día, a quienes no les gusta este deporte y deciden dejarse sorprender por sus familias. Eso también es destacable.
Recuerden: ¡Es un mes del Padre repleto de fútbol! @HernanLopezAya
*Comunicador Social y Periodista de la Universidad Jorge Tadeo Lozano con 26 años de experiencia en televisión y Oficinas de Comunicación. Fue jefe de emisión del fin de semana en RTVC NOTICIAS. Ganador del premio de periodismo Álvaro Gómez del Concejo de Bogotá en 2016. Bloguero de KIENYKE durante varios años.