La lucha de ‘Las mariposas del café’, las indígenas con experiencia de vida trans

Esta es la historia de 10 mujeres que huyeron de sus resguardos y ahora trabajan recogiendo granos de café en las fincas de Santuario, Risaralda.
Compartir en redes sociales

Esta es la historia de 10 mujeres que huyeron de sus resguardos y ahora trabajan recogiendo granos de café en las fincas de Santuario, Risaralda.

Desde las seis de la mañana hasta las cinco de la tarde, Karen Valencia se refunde entre los cafetos y comienza su jornada laboral como recolectora de café en una finca de Santuario, Risaralda. Con sus manos desnudas arranca las cerezas de los árboles y las deposita en una vasija que carga sobre sus caderas. Todos estos frutos recubren el corazón del café, del aroma que puede hacer recordar los desayunos en familia, las tardes frías y, fuera del país, el reencuentro con los seres queridos.

Karen nació en el resguardo indígena Mondó Mondocito, en Tadó, Chocó. Llegó al municipio de Santuario huyendo. Un día, en su comunidad organizaron una reunión general en la que fue expuesta frente a su papá. Le contaron que “su hijo era una mujer trans” y la castigaron por dos días en el cepo (artefacto de madera para atar a una persona). 

Como ella, cerca de 70 mujeres indígenas Embera Chamí, Katio y Dóbida, con experiencia de vida trans, han llegado hasta este municipio durante los últimos 15 años. Santuario está ubicado a 6,7 kilómetros del terminal de transportes de Pereira, a dos horas en bus, y es productor de café. ​Por eso, ellas han encontrado en este proceso un lugar para trabajar.

Karen trabaja con nueve amigas suyas. Todas se agruparon bajo el nombre de ‘Las Mariposas del café’: Mónica Guasorna Siacama, Bella Angelin Wazorna, Fransia Chicama, Leydy Enevia Dosabia, Mónica Guasorna Siacama, Paola Tequía, Tatiana Tuabes Tequia, Verónica Tascón Siagama y Zamanta Enevia.

La mayoría llegó hasta Santuario de la misma manera que ella. Mónica, por ejemplo, también escapó del municipio de Ortega, Tolima. Una noche, mientras compartía con sus amigas, unos hombres las persiguieron con machetes y a una de ellas la asesinaron.

Según cifras de la Defensoría del Pueblo, a noviembre de 2023, 26 mujeres transgénero fueron víctimas de feminicidio, “en contextos de crueldad y sevicia y a causa de situaciones relacionadas con el acceso a derechos”. 

‘Las mariposas del café’ mencionan que en la cosmogonía de comunidades como el Pueblo Emberá, como en gran parte del territorio colombiano, no son aceptadas aquellas identidades de género y orientaciones sexuales no hegemónicas, por lo que las mujeres trans han pasado por situaciones de violencia por prejuicio.

A pesar de todo, algunas disfrutan de sus días recogiendo café. Antes, era muy común que las mujeres hicieran esta labor, les decían las chapoleras. Con los años, se hizo más escasa esta mano de obra tradicional y con la llegada de las mujeres indígenas con experiencia de vida trans, es más común encontrarlas a ellas en medio de los cafetales.

Cuando el cafeto está en crecimiento, se le llama chapola, porque tiene dos hojitas que parecen alas de mariposa y a ese insecto también se le dice así. En las cosechas son fundamentales para la polinización, en los cafetales las ‘Mariposas del café’ son las encargadas de apoyar con su fuerza las cosechas.

“Elegimos este nombre porque las mariposas son bonitas, tienen muchos colores como nosotras”, cuenta Zamanta Enevia Siagama, lideresa del grupo. Apenas con 25 años guía a sus hermanas, las aconseja y las acompaña.

Paola dice que está muy contenta con las chicas porque trabajan juntas. En los cafetales, ella “volea machete, fumigaba con la máquina y cargaba en la espalda los bultos de café recolectados”.

Ellas hablan perfectamente la lengua propia, y están aprendiendo a ser bilingües, usando algunas frases en español que permiten conocerlas, admirarlas y reflexionar sobre su experiencia de vida.

Con lo que saben del español, cuentan sus historias desde su niñez. A veces, son relatos escalofriantes de persecución, de maltrato y despojo. Y a pesar de eso intentan conservar la esperanza.

“Me gusta el café, los animales, los atardeceres, ver las estrellas”, dice Bella. Todas tienen en común el sueño de tener una casa o un terreno donde puedan vivir dignamente. También anhelan caminar por las calles sin sentirse menospreciadas: “somos indígenas, no queremos violencia porque merecemos respeto y tenemos derechos humanos”, clama Francia.

Detrás de cada taza de café en los hogares, en las cafeterías, en los aeropuertos y otros comercios, están las manos de recolectoras de café como ellas. Día a día entregan más de 11 horas de trabajo para que Colombia esté catalogada dentro de los cinco países con el mejor café del mundo. A cambio, solo piden que les dejen extender sus alas de colores para vivir libremente.

Sigue leyendo