La Veintitrés

El Break Dance en las Olimpiadas

Compartir en redes sociales

Por HERNÁN LÓPEZ AYA

Nunca me lo imaginé. Nunca pensé que en Américas Occidental, barrio del suroccidente de Bogotá en el que pasé parte de mi infancia y la totalidad de mi adolescencia, vivió el que pudo ser uno de los exponentes del Break Dance capitalino y que, seguramente, habría podido llegar a las Olimpiadas a demostrar sus habilidades en esta disciplina.

Pero, ¿Break Dance? ¿Y en unas Olimpiadas? Antes, algo de contexto.

Esta danza, nacida en las entrañas del hip hop de los años 70, surgió en barrios neoyorquinos como El Bronx o Brooklyn. Su nombre original es Breaking, y ahora más acuñado por su llegada a las justas deportivas. En 1985 consiguió su punto de popularidad más alto y Latinoamérica, por supuesto, no fue ajena al movimiento. Especialmente, Bogotá.

Quienes lo practican, (o lo bailan) son amantes de los movimientos fuertemente acrobáticos y del “Break Beat”, es decir, de la anulación de los instrumentos que acompañan en las melodías y del carácter principal de la percusión sincopada, o sea, notas débiles tocadas y destacadas sobre las fuertes y por largo tiempo.

Es una verdadera mezcolanza, como dirían las mamás.

Mientras veía una de las competencias, mi cabeza se desvió hacia los recuerdos y encontró que, entre mi grupo de amigos, tuvimos al mejor exponente de esta vaina y no lo aprovechamos. Creo que, al menos, un diploma olímpico nos hubiéramos ganado.

Ese personaje se llama Róbinson Vélez. “El Negro” fue nuestra figura.

Corrían los 80 y, con ellos, toda la influencia de cuanta cosa nos pudiera llegar del norte del continente: grabadoras de gran tamaño, casetes de cinta de cromo, pantalones anchos, bandanas y, por supuesto, la cultura Breaking.

Nuestro escuálido amigo en esa época (porque ahora está como por los 78 kilos), era dueño y señor de los mejores movimientos. Sus hermanos mayores, acostumbrados a buscar camorras y resolverlas en las pistas de baile, tenían en El Negro a su as bajo la manga. Y a él le gustaba ese papel. 

Nos la pasábamos con grabadora en mano y un cartón de cuatro metros cuadrados, que extendíamos en cualquier antejardín del barrio, para los combates. El electrodoméstico utilizado fue el de uno de sus hermanos mayores o, simplemente, los rivales llegaban con el de ellos.

Como en cualquier torneo, comenzaban a bailar los más flojos (para medir el aceite). Cientos de movimientos improvisados, miradas amenazantes y “estiradas de jeta” marcaban la contienda. En el desarrollo, la caída de la hoja, el muerto, los círculos sobre la espalda, el escorpión o el “baby freeze” abrían campo a la sorpresa.

Cuando la cosa se complicaba, el as salía y los acababa. Ese “Negro” bailaba mucho y nosotros, orgullosos de nuestro amigo, lo celebrábamos a rabiar. Los rivales aceptaban la derrota con gallardía y referenciaban al adolescente. Bien recuerdo que pasábamos horas en el parque del barrio ensayando nuestros mejores pasos, pero Robin siempre nos ganaba. 

En estos días, en redes sociales, fue publicada la participación de una bailarina australiana de Breaking en las justas. Su puntaje fue cero. Y, más o menos, los internautas la destrozaron. Es que, en realidad, no se le vio nada virtuoso. Y pues que mejor papayazo para los sabiondos. 

No obstante, esta vez estoy de acuerdo con muchos.

Si bien es cierto que el Break Dance es una disciplina complicada, creo que en los Olímpicos otras deben tener lugar. Muchos plantean como alternativas el patinaje, el ajedrez, el karate, el billar y hasta el pádel. Pero la discusión tiene mucha tela para cortar. La decisión de incluir o no es del Comité Olímpico Internacional.

Seguramente, muchos dirán que esto del Breaking hace parte de la evolución. Pero, la verdad, yo sí prefiero quedarme con lo clásico. Así como me quedé con las imágenes del Negro haciendo movimientos sobre el cartón y utilizando, de la mejor manera, el pasito cachaco para darle una entrada digna a sus movimientos más importantes. Es una “gran platanizada” de esta danza que dio óptimos resultados, dejó prestigio, infinidad de buenos ratos y muchas batallas ganadas. Años después, cuando nos dedicamos a las fiestas, Robin rescató algunos pasos de su danza, pero únicamente para pasar el rato y burlarnos de la influencia que nos marcó por varios años.

En mis listas musicales conservo un par de canciones que utilizábamos en las batallas. Y las volví a escuchar, con insistencia, después de haber visto la competencia en París. A pesar de la alegría, creo que es mejor dejarle la práctica a la cultura Hip Hop; pienso que ese es su espacio ideal.

Yo, por lo pronto, me voy preparando para la tusa olímpica de pocos días. Porque, después llegan los Paraolímpicos; y esas competencias sí que son emocionantes.

¡No se las pierdan!

@HernanLopezAya

*Comunicador Social y Periodista de la Universidad Jorge Tadeo Lozano con 26 años de experiencia en televisión y Oficinas de Comunicación. Fue jefe de emisión del fin de semana en RTVC NOTICIAS. Ganador del premio de periodismo Álvaro Gómez del Concejo de Bogotá en 2016. Bloguero de KIENYKE durante varios años.

Sigue leyendo