El Galán que conocí

Foto: Archivo Particular. Tomada en SanGil, Santander
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Por SAMUEL SALAZAR NIETO*

Por una amiga con la que juntamos un grupo de estudiantes de varias facultades de comunicación social y periodismo para impulsar una organización que nos agrupara como gremio, terminé haciendo mis primeras pasantías en una campaña política y teniendo como jefe, orientador y maestro, a un joven rebelde que alzaba su voz y llamaba la atención, especialmente de nosotros los jóvenes, sobre lo mal que andaba el país. 

Comenzaba la década de los 80s y Colombia estaba bajo el régimen de una figura que se llamaba Estado de Sitio, a partir de la cual el gobierno del presidente Julio César Turbay Ayala expidió el llamado Estatuto de Seguridad que permitió la violación de los derechos humanos, represión, detenciones arbitrarias, torturas, desapariciones, allanamientos sin orden judicial. 

Adicionalmente una amenaza silenciosa comenzaba a adueñarse de Colombia, de la cual nadie hablaba pero con la que ya importantes sectores de la sociedad, incluida la clase política, comenzaban a ser permeados: el narcotráfico. 

En medio de ese panorama llegó la propuesta de mi amiga Pilar Calderón para que me vinculara a la causa de un tal Luis Carlos Galán Sarmiento que había sido Concejal de Bogotá y en ese momento era Senador de la República. Tenía presente su figura por haber sido nombrado por el Presidente Misael Pastrana como Ministro de Educación cuando apenas tenía 26 años y por un candente debate que libró en el Congreso  Nacional contra los contratos de explotación de carbón en la mina de cielo abierto de El Cerrejón en el departamento de La Guajira. Además, era de los pocos que alzaban la voz en relación con la situación de derechos humanos que vivíamos. “El Estatuto de Seguridad es simplemente una respuesta represiva a la miseria”, decía el joven dirigente santandereano. 

Y fue así como terminé formando parte de las Juventudes del Nuevo Liberalismo. Teníamos una oficina en la sede galanista de la carrera  séptima con calle 53 de Bogotá y allí conocí a otros jóvenes de mi generación con los que nos reuníamos a “botar corriente” y a arreglar el país como Alfonso Garzón y Carlos Alonso Lucio, entre otros. 

Terminaba el año 1981 y comenzaba a madurarse la idea de una candidatura disidente del Partido Liberal que iba a encabezar Luis Carlos Galán a nombre de su propio movimiento político,  el Nuevo Liberalismo. Y fue así como los jóvenes recién egresados o que estudiábamos periodismo, fuimos invitados a formar parte de la campaña presidencial de 1982, formando parte del equipo de comunicaciones que orientaban  doña Gloria  Pachón de Galán y su hermana Maruja Pachón de Villamizar. Con Pilar Calderón como jefe de prensa, terminé cubriendo los  pasos por todo el país de un ser humano excepcional, un personaje extraordinario, al que tuve la fortuna de acompañar muy de cerca por más de cinco años y del que aprendí a soñar con una Colombia sin privilegios, con igualdad de condiciones para todos y libre de maquinarias políticas y la corrupción que existía, aunque no en las desproporciones de este Siglo XXI. 

Casi medio siglo después Colombia sigue igual. Luis Carlos Galán pagó con su vida hace 35 años el haber sido el primer colombiano que le declaró la guerra al narcotráfico, el haber expuesto y expulsado de su movimiento político a ese señor que gentilmente donaba tractores a los campesinos simpatizantes de su causa en Puerto Boyacá (don Pablo, le dijeron que se llamaba), el haber denunciado junto a Rodrigo Lara Bonilla, otro mártir de la misma causa, la forma como el narcotráfico llegó al país para quedarse, para convertirse en combustible de guerra, muerte, poder y corrupción, y el haberse atrevido a enfrentar las maquinarias políticas, dedicadas a la burocracia, a usufructuarse del erario público y a perpetuarse en el poder. 

Es imposible predecir si Colombia hoy sería otra si Galán hubiese llegado a la Presidencia de la República, tal como se perfilaba hace 35 años. Iba tan en serio, que las fuerzas oscuras y poderosas de este país lo detuvieron de la única manera que han tenido para evitar que Colombia sea otra, pues siempre que una voz se alzó, sobresalió e interpretó el sentir de los colombianos,  (Uribe Uribe, Gaitán, Galán) fue silenciada; siempre que una fuerza surgió y comenzó a crecer  como contradictora, fue exterminada (la Unión Patriótica); siempre que alguien tomó la vocería de algún sector desprotegido, apareció el fantasma invisible que eliminó el peligro, como ocurre casi a diario con los líderes sociales. 

Todos esos vicios políticos que combatía Galán, que inspiraban su tesis de transformar la manera de hacer la política en el país, siguen tan vigentes como entonces. Hablar de ellos, sobra, todos los conocemos, y de los mismos nadie se escapa, ya sea por acción, por omisión o por miedo a terminar como tantos, pagando con su vida.

No son pocos los que toman sus tesis como bandera y hablan de su legado con tal propiedad y suficiencia en sus campañas políticas, pero una vez conquistados los votos y conseguido los objetivos, todo termina igual, en homenajes a un legado que los colombianos seguimos esperando que algún día se materialice. 

En lo personal he sido un convencido de que el Luis Carlos Galán que conocí si habría transformado esta nación. Lo que pasa es que fue un ser tan diferente, tan extraordinario y especial, que no cabía en este país. Éramos demasiado pequeños frente a su grandeza para una Colombia que no lo merecía y que indolentemente se ha privado de sus mejores hijos a lo largo de su convulsionada historia. 

*Asesor Editorial La Veintitrés

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