Vallejo, el pincel y sus manos son las armas que hacen de la historia y cultura de la ciudad un arte

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Por dónde se circula en Manizales se respira y aprecia su arte. Casi que se podría asegurar que no hay sitio importante de la ciudad que no tenga su huella, con su estilo inconfundible de preservar la historia, de exponer  su rebeldía y locura y de expresar su amor por la tierra que lo vio nacer, en la que un día decidió permanecer en lugar de estar recorriendo el mundo exponiendo su cotizada y reconocida sensibilidad por el arte.

Su perfil lo define todo: Luis Guillermo Vallejo Vargas nació en Manizales el 14 de diciembre de 1954. Estudió arquitectura en la Universidad de Los Andes en Bogotá, de 1974 a 1979. Luego grabado en metal, en la Escuela de Arte Lorenzo de Medici, en Florencia, Italia (1985-1987). También grabado, pintura y escultura en The Arts Students League of New York, en Nueva York. Ha realizado exposiciones en diversas salas colombianas, y entre las internacionales se destacan la IV Bienal del Arte Contemporáneo de Florencia, en Florencia, Italia (2003), y en Hotel Astoria de Florencia (1985).

Por GERMÁN MEJÍA GALLO

La Veintitrés habló con él en “La Montaña Mágica”, su refugio, un hermoso y natural paraje ubicado arriba de Cerro de Oro, en el sector que se conoce como La Puerta, donde el contacto con la naturaleza es directo y en donde Vallejo pasa su vida gestionando sus proyectos y dándole rienda suelta a su creatividad. Justamente es ese contacto con la naturaleza su inspiración permanente. Recuerda que cuando tenía siete años y estaba en Kínder en el Gemelli, en una finca que tenían los franciscanos cuyo salón era un viejo establo, “cada vez que sonaba la campaña salía corriendo hacia una quebrada que había más o menos a una cuadra y regresaba con una talega llena de barro”.

Mi pupitre estaba al lado de la puerta y junto a una ventana porque yo ensuciaba el piso mientras los otros estudiantes estaban mirando el tablero con el profesor”, relata y recuerda además que en un muro que estaba a su lado iba colocando las mulas, los bueyes y cuanta figura imaginaba. Allí, pendiente más de que no se rompieran las patas y los cachos de sus figuras más que de las enseñanzas de los religiosos, inconscientemente comenzó a crear la que hoy es una de sus grandes obras, ícono y orgullo de Manizales:  el Monumento a los Colonizadores.  

Era la época en la que el pequeño vivía al lado de su abuela, quien no escatimó esfuerzos para transmitirle a su nieto todas las enseñanzascde su padre, un pilar de la Manizales de la segunda mitad del Siglo XIX y comienzos del XX, el maestro José María Restrepo Maya.

Con ese amor y cercanía por la naturaleza y lo que heredó y le fue transmitido de su bisabuelo como historiador, maestro, educador, figura pública y abanderado constante de las causas de los demás, todo estaba servido para que Luis Guillermo Vallejo definiera su rumbo. 

Yo pasé mucho tiempo en los primeros años de mi infancia al lado de la cama de mi abuela y eso despertó en mí un aprecio muy especial por Manizales y eso se me quedó”, afirma. 

Creció y se formó estudiando pintura, se dedicó también a la escultura y estudió arquitectura. “Después de estudiar mucho me di cuenta de algo profundo en mí y era que yo tenía una urgencia interior del arte público porque no me gustaba lo comercial. Me di cuenta de que yo tenía que darle una cantidad de cosas a esta ciudad y que podía hacerlo. Empecé en las calles pintando” y no fueron pocas las veces que tuvo que reconstruir sus murales y pinturas callejeras, pues el tiempo las deterioraba y no había presupuesto para cuidarlas. Fue entonces cuando por recomendación de su amiga Pamela, quien estudió diseño industrial en la Universidad Autónoma y le dijo, “haga cosas que perduren toda la vida”, él acogió su consejo, y comenzó a trabajar en bronce, fibra de vidrio, silicona y otros materiales que   le permitieron seguir creciendo como artista. 

Sabores y sinsabores

En su diálogo directo y sincero con La Veintitrés, Luis Guillermo Vallejo no se guardó nada. Habló de lo bueno y lo malo que le ha pasado y mostró que no ha sido fácil, especialmente por estar dedicado al arte público, lidiar con los ruidos que generalmente se presentan allí. 

Recuerda por ejemplo lo que ocurrió, aún no sabe cuál fue la razón, con un mural de 5.000 metros cuadrados que pintó en el Planetario Distrital. “Me hice un estudio profundo de todas las cordilleras en tercera dimensión, de los climas y todo lo demás, y pinté un mural, y un día llegó Peñalosa y lo borró”. 

En otra ocasión, cargó con los platos rotos de una pelea entre dos alcaldes de Bogotá. “Hice el telón del teatro Jorge Eliécer Gaitán de Bogotá, un telón de 180 metros cuadrados lo hice en Corferias, estuve encerrado un año pintándolo, y cuando lo inauguraron la gente se paró a aplaudir el mural, porque el telón tenía toda la historia del teatro y todo estuvo  pintado ahí, hasta el último día del gobierno del alcalde Andrés Pastrana. Al otro día llegó Juan Martín Caicedo Ferrer y dio la orden de quitarlo y desapareció para siempre”.  

Del mural del Jorge Eliecer Gaitán solo queda el parecido con el que pintó para el Teatro Los Fundadores de Manizales del que recuerda que lo realizó en una época en la que estaba en cartelera la película El Pistolero, con Salma Hayek y Antonio Banderas. “Yo pintaba atrás en la pared del teatro y a mí se me reflejaban las luces e imágenes de la película y me tenía que escuchar mientras pintaba ese tela (risas), todos los balazos y la muerte,  eso fue tenaza porque aunque pintaba en la noche,  a veces me tocaba pintar de día cuando estaban en la película (de nuevo risas)”. 

Capítulo aparte merece la obra del Monumento a los Colonizadores, cuyos terrenos para su construcción fueron donados por la Presidencia de la República para levantarlo allí con motivo del centenario de la ciudad en 1958, que fue ofrecido al maestro Rodrigo Arenas Betancourt para que lo realizara y quien cobraba $1.500 millones de la época para fundirlo, y que finalmente terminó levantando el maestro Vallejo, creador del proyecto.   

Lo insólito es que 37 años después de haberlo entregado, la obra, que es ícono de la ciudad, que todas las administraciones y gobiernos muestran con orgullo, que aparece en cuanta guía turística de la ciudad se elabora, no ha sido concluida.  Este lunes La Veintitrés ofrecerá a sus seguidores en todas las plataformas un informe especial sobre esta realidad. 

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‘El Condor Baja’

La última obra del maestro Luis Guillermo Vallejo Vargas ya la terminó y entregó. Se llama El Cóndor Baja está levantada en la plazoleta Alfonso López, centro de la ciudad, donde concluyen las obras del llamado Bulevar de la 19, que contrató la alcaldía de Carlos Mario Marín Correa. Las demoras en las obras de un pequeño sendero y la aparición de una fisura en su estructura, han impedido que la actual Secretaría de Infraestructura reciba los trabajos y pueda liquidar el contrato. 

El Cóndor Baja tiene nueve metros de envergadura y es la figura del ave en posición de vuelo hacia el piso y parada sobre la parte alta de las puertas de la ciudad, puertas que pintaron niños menores de cinco y seis años a su gusto. En su conjunto, la obra lo que muestra, si se observa desde un punto fijo, es el escudo de Manizales. 

Lamentablemente como el gobierno local no ha recibido los trabajos y al contratista no se le ha pagado, el gran damnificado hoy es el maestro Vallejo, quien no cobró por su trabajo, pero si incluyó en el presupuesto los costos de los materiales para realizar la escultura. 

En consecuencia, como al contratista no le han pagado, este tampoco le ha podido cancelar al artista lo que está cobrando por hacer la escultura.  “Salió una grieta chiquitica, una cosa normal en cualquier obra, y entonces esa líniecita que fue muy delgadita,  por un pequeñeces de la vida, digo yo sin criticar a nadie, se volvió una cosa inmensamente grande, peligrosísima por si de pronto pasa algo que estoy seguro no va a pasar”, comenta Vallejo. 

Él aspira a que por ese sendero, los niños en triciclo le den vueltas al escudo de Manizales. “Es una puerta, un portal para pasar de un pasado a un futuro, y ese futuro está representado por unas puertas abiertas, pintadas por niños de entre 3 y 6 años que pasaban por allí, escogían el color y el pincel y pintaron lo que quisieron”, explica. 

Limosnero y frustrado

Soy un frustrado de lo que he querido compartir con abrir el espacio público a los artistas de Manizales”, afirma el maestro Vallejo quien aspira a que las nuevas generaciones de artistas no tengan que hacer lo mismo que él: regalar su trabajo y aparte de ello, ser el blanco de las críticas porque “todo lo hago yo”. 

 “Yo no tengo nada que estar haciendo en Londres ni nada que estar haciendo en Italia, aquí es donde está el trabajo,  aquí es donde tenemos que trabajar por esta sociedad, por eso  necesitamos que nos apoye la empresa privada de Manizales, que es muy generosa, pero también el gobierno”. 

Luis Guillermo Vallejo Vargas, el pinto, el arquitecto, el escultor, ‘el loco’, sueña con que en el futuro todos los artistas de la ciudad no tengan que seguir siendo “limosneros públicos, que andan de puerta en puerta mendigando apoyo para enriquecer y engrandecer con su arte, la ciudad“. 

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