La Veintitrés

Ante millos, otro Once Caldas 

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Esteban Jaramillo Osorio

 El Once Caldas enfrentó el partido dispuesto a correr, sin jugar. Errático, confundido y sin futbol. Con justo saldo, que no es premio porque equivaldría a la exaltación clásica de la mediocridad en un empate.

Burdo trámite, sin intensidad en las marcas, sin ritmo sostenido, sin presión constante.

Fue otro Once.

Con circulación imperfecta, equivocaciones constantes en los pases, sin construcción colectiva del juego, ni profundidad en los ataques.

Sin la posesión de la pelota, abrumado por la velocidad de los extremos de Millonarios, con deficiencias exasperantes de Patiño en los marcajes, irregularidad de la mayoría de los alineados, generosa concesión de espacios como en el gol de Daniel Cataño, que encontró a la defensa en caos.

Sensibles las ausencias de Mateo Garcia y Sergio Palacios, lo que hace urgente el fichaje de un central por derecha, a pesar de los ingentes esfuerzos de Jorge Cardona para hacerse al puesto. Los duelos los pelea con decisión, pero los termina pidiendo camilla y ambulancia.

El Once corrió, pero no jugó. Pocas veces encontró la pelota como eje comunicante. No tuvo iniciativa para elaborar. 

Equipo largo el mostrado, sin dominio del balón, con futbol directo, errático. Solo cuando se asoció, dejó entrever las fallas defensivas de Millonarios, con centrales toscos, lentos, llenos de dudas.

El caos perfecto por pasajes. James Aguirre, como siempre salvador, confrontaba al técnico Herrera. 

Este, el arriero, manoteaba ante Dayro. El artillero regañaba a sus compañeros de ataque. Nadie justificaba la presencia de Luis Palacios y Felipe Cifuentes, ni el bajo nivel de algunos jugadores como Lucas Ríos y Cuesta.

El gol llegó por un balón perdido que Michael Barrios recuperó en la ofensiva, lo que le dio margen a Riquet, para sellar una jornada de alto vuelo.

Ni Dayro ni Falcao justificaron las expectativas, sacrificados por sus equipos. 

Wilmer Roldan no influyó ni en el trámite ni en el resultado. Quizás, sin percatarse, permitió que Iván Arboleda, un portero inseguro, exaltado en cada jugada, le pusiera sutilmente la mano derecha en su nalga, algo inadmisible por el irrespeto a la autoridad. 

Por ello William Cuesta, el guardameta del Tolima, hace poco tomó los testículos con sus manos, para desafiar al árbitro John Hinestroza y nada le reprocharon. Que mal vamos. Esteban J.

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