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Por HERNÁN LÓPEZ AYA*

Quienes consultan Tik Tok deben haber confirmado que, por estos días, una de las tendencias es la de las celebraciones de fiestas de quinceañeras; esas reuniones en las que papá y mamá, emocionados por el paso de su hija de niña a mujer, se gastan un montón de dinero, alquilan otro montón de cosas y le dan de comer a cuanto amigo de la homenajeada asiste. Y bueno, a algunos de sus amigos adultos

Estas reuniones son especiales. A la última que fui, en Colombia, fue a la de la sobrina de mi amigo Camilo Moreno. Estuvo buena; hubo luces, baile de vals, fue en un salón comunal, algo de traguito y la comida la hizo él. Fui con mis hijas y con mi esposa y la pasamos “de lujo”; tomamos del pelo y nos reímos mucho al ver la cara de la mamá de la agasajada, cuando el novio de la cumpleañera le “chantó” tremendo beso. 

Pensé que era la última a la que iba a asistir porque a mis hijas no les hice parranda; me las llevé de viaje para Santa Marta y también la pasamos “de lujo”

Pero no fue así. Hace unos días viví un encuentro cercano de este tipo, al estilo extranjero. Es decir, con expectativas de migrante pero guardando la compostura y esperando a ver qué me ofrecía el destino como novedad.  

Días antes de la reunión, recordé lo que fueron las fiestas de 15 años (no de duración) en mi adolescencia. Siempre, siempre, fui con mis amigos: los del barrio o los del colegio.

Con los primeros, o sea los de diario, nos dedicamos a “mamar gallo” a cuanto momento se nos atravesó. Por ejemplo, recuerdo bien que mi primo Gigio, en una de esas reuniones, deseó “larga vida a la reina”, después de que el padre de la quinceañera se hubiera “explayado” en elogios a su hija y leído un discurso de cerca de 15 minutos. En pulcro silencio, el hombre lanzó la frase y, al unísono, nosotros lo apoyamos con tremendas carcajadas.

En otra fiesta, una de nuestras amigas sufrió una baja de azúcar; le tocó salir del salón comunal en el que estábamos, para tomar algo de aire y recuperar fuerzas. Alguien sugirió que lo que necesitaba era comer. Pues bien, ni corto ni perezoso Néstor, otro de nuestros amigos, sacó un plato de comida de debajo de un carro, con cubiertos y servilleta incluidos, y se lo entregó a la afectada. Él tenía, por sana costumbre, abastecer nuestras reservas y generalmente, además de comida, escondía licor o cigarrillos, para cuando el dinero se nos acababa.

Y la movilidad también hacía parte de las celebraciones. En esta época nos tocaba en bus y de corbata. En la ida, todos viajábamos peinados y en completo orden. Pero al regreso, el giro era de 180 grados. Una vez “El Negro” Vélez, cansado del trajín de la fiesta, decidió caballerosamente sentarse en las piernas de una señora que viajaba en el colectivo que nos llevaba de regreso al barrio, porque no había sillas para sentarse. Él, con algunos aguardientes en la cabeza y agotado de la bailoteada, pidió permiso y prosiguió. Nosotros, como hicimos con Gigio, rematamos el momento con tremendas carcajadas. 

Con los del colegio, nos convertimos en un sexteto de colados. Ricardo Vargas fue, prácticamente, nuestro empresario de fiestas porque su hermana, que estudiaba en un colegio femenino de Bogotá, era invitada a varias celebraciones y ella avisaba que iría con su hermano. Pero con lo que no contaba era que su hermano “iría” con cinco amigos de más. Nos bautizaron los “Midachi Patos Show”. Eso sí: siempre fuimos de corbata e hicimos recolecta para comprar regalo; y claro, nos tomábamos el espacio y la pista de baile para diversión de muchos (pues eso nos decían). Para no pasar vergüenzas, la niña nos pidió que llegáramos después de ella a las reuniones. 

Con estos momentos, también relatados a mi esposa, llegué a la fiesta de hace unos días. La sorpresa fue mayúscula porque la reunión se caracterizó por la sobriedad y la sencillez. La cumpleañera era la hija de una compañera de trabajo con la que hemos hecho “buenas migas”.

Ella, notoriamente emocionada, se encargó de cumplirle el sueño a su pequeña de la mejor forma. Hubo cambio de zapatilla a zapato, vestido elegante, mesa con arreglo de globos, sitio de snacks y una gran cantidad de bebidas sin licor. Los invitados fueron los familiares más cercanos y los “panas” de la quinceañera; y nosotros dos. ¡Ah! Y también hubo otro tremendo “beso chantado”.

Fue cantado el feliz cumpleaños; los muchachos hicieron juegos en medio de la celebración y comimos pizza. Acto seguido, la mamá nos entregó una vela, nos dijo que hiciéramos un círculo y la homenajeada las encendió. Esa luz percibida en ese momento significaba, según la actividad, el cariño de quien cumplía años por sus invitados de honor, al igual que el nuestro por su llegada a esta etapa de la adolescencia.  

Cuando sentimos que debíamos irnos, comenzó el baile, pensado para un largo rato de coreografías y risas, y al mejor estilo de la ciudad en la que vivo. Mientras nos dirigíamos a nuestra casa, analizamos los instantes y concluimos que, definitivamente, a estas alturas del partido preferimos las actividades tranquilas y que den la posibilidad de llegar a la casa, por tarde, a las 10 de la noche.

¡Fue un gran momento!

Nunca creí que mi espíritu fiestero iba a tener una tregua; y cuando la encontré me di cuenta de que el haber crecido entre amigos fue una de las cosas más importantes de mi vida.

Los del barrio y los del colegio, como dijo Gustavo Cerati, “siguen hasta hoy”. Y los nuevos, los que invitan a migrantes a ser parte de esas grandes sociedades, llegan a enriquecer la esperanza de un nuevo camino y a suavizar el estar lejos de casa.

Y eso, en realidad, fue lo más bonito. Qué bueno es ser tenido en cuenta. Y por eso sugiero darse la posibilidad de conocer y entender a quienes se hacen llamar extranjeros. Ellos necesitan ese apoyo. Y a mí, con la invitación, me demostraron que no es difícil.

Piénsenlo. Nada se pierde. 

Por el contrario: un nuevo amigo es una gran fortuna…

@HernanLopezAya 

*Comunicador Social y Periodista de la Universidad Jorge Tadeo Lozano con 26 años de experiencia en televisión y Oficinas de Comunicación. Fue jefe de emisión del fin de semana en RTVC NOTICIAS. Ganador del premio de periodismo Álvaro Gómez del Concejo de Bogotá en 2016. Bloguero de KIENYKE durante varios años.

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