Por HERNÁN LÓPEZ AYA
“Desde septiembre se siente que viene diciembre”.
Esta es la frase de batalla de una campaña que una emisora se inventó, hace un montón de años, y que se volvió dato conmemorativo y definitorio.
Al escuchar este grito, con voz de locutor (imagínenlo en su cabeza), se darán cuenta de que un pequeño corrientazo les correrá desde de la espina dorsal hasta la punta del dedo pequeño de cualquiera de sus pies.
Para quienes hemos vivido en Colombia, esa sensación de navidad catapultada por la ruidosa campaña radial nos abre el camino a un montón de sensaciones, emociones y visitas que tenemos que hacer en un término de 31 días, porque es la duración de diciembre y si lo hacemos en enero pierde la gracia.
Pues desde hace dos años, para mí, la celebración ha sido diferente.
Y me ha tocado acondicionar “el corrientazo” al ambiente de la ciudad en la que vivo. En primer lugar, arranco diciembre en invierno; esto significa nieve, bajas temperaturas, 30 mil capas de ropa (una sobre otra) para salir a cualquier lado y un “tiritar” constante por el golpe del viento.
Otra de las características de esta nueva celebración es buscar “el parche” colombiano para celebrar el día de velitas o hacer esporádicas novenas. Y pues “poner de acuerdo” a migrantes que lo único que hacen es trabajar y trabajar es bien difícil.
En tercer lugar, las celebraciones de 24 o 31 de diciembre han sido limitadas a momentos tranquilos en la casa, en compañía de mi esposa; las llamadas correspondientes a mis hijas y demás familia; y a una cena no tan elaborada, como las que hacemos en “la tierrita”.
Suena difícil, porque estamos acostumbrados a ese ambiente festivo que nos atraviesa el alma durante un mes, porque la nostalgia invade y las ganas de salir corriendo afloran. Pero, haciendo una pausa, uno encuentra la solución y se da cuenta de que no todo es tan malo. Es, más bien, diferente.
Ayer, con mi esposa y gracias a la visita de mi primo Felipe, decidimos iniciar una nueva forma de celebrar la navidad; al estilo de la bonita ciudad en la que vivimos. Hicimos un recorrido por el centro, en dos etapas. En la primera, caminamos varias de las calles representativas, entramos a las tradicionales tiendas de “souvenirs” y recorrimos el mercado tradicional de navidad, característico en esta época del año.
Y claro: tomamos las fotos de rigor, exigidas por Sofía, un “terremoto” de dos años de edad que “gagüea” inglés y español y que es la pequeña más fotogénica que he conocido. Es la hija menor de mi primo.
Sofía engalanó el recorrido; y su misión, además de la toma de fotografías en cuanto espacio o muñeco de navidad encontraba, era hacer lo que hacía Isabela, su hermana mayor. Mi primo, un tipo tranquilo y divertido, lo único que hizo fue reírse de las pilatunas de sus hijas y de Erika, la mamá de las pequeñas, quien lidiaba minuto a minuto con sus dos retoños.
Con la llegada de la oscuridad, que en invierno aterriza hacia las 4 y 15 de la tarde, y después de un almuerzo a la colombiana, comenzó la segunda etapa del recorrido.
Las calles fueron las mismas, al igual que el mercado y los muñecos, pero con una característica especial: la iluminación.
Y fue aquí cuando mi cabeza regresó a mi barrio de infancia y recordé que no todo eran buñuelos y natilla. El centro de Québec es, tal vez, uno de los atractivos navideños más importantes de América. Y es visitado, todos los años, por cientos de turistas.
En medio del recorrido, y después de muchas pilatunas de Sofía, presenciamos un pequeño desfile que contaba la historia de San Nicolás y su lucha para terminar con Krampus, el demonio de la navidad que se lleva a los pequeños que no se hayan portado bien. Bengalas, cantos, monstruos y un Nicolás gigante hicieron parte de la representación, bajo una nevada leve y a menos 2 grados de temperatura.
Fue un momento muy especial que no habíamos vivido porque, tal vez como excusa, las responsabilidades del trabajo no nos lo habían permitido; y los fines de semana los habíamos utilizado para seguir trabajando o descansar lo que más se pudiera.
No obstante, ayer nos dimos cuenta de que estas actividades también despejan la cabeza; y que nos distraen de la nostalgia, esa que a cada segundo nos recuerda que estamos lejos de la casa, de la familia, de los amigos y de los instantes que se volvieron rutina y que solo apreciamos cuando no los tenemos cerca. Éramos felices y no lo sabíamos.
¡Hay que celebrar! De diferentes maneras, estilos, pero hay que celebrar. Es un mes en el que la cercanía es vital y en el que debemos aprovechar que existen personas con las que podemos estar, abrazar y decirles cuánto las queremos.
No hay que desaprovechar la oportunidad. Ya llegó la navidad.
@HernanLopezAya
*Comunicador Social y Periodista de la Universidad Jorge Tadeo Lozano con 26 años de experiencia en televisión y Oficinas de Comunicación. Fue jefe de emisión del fin de semana en RTVC NOTICIAS. Ganador del premio de periodismo Álvaro Gómez del Concejo de Bogotá en 2016. Bloguero de KIENYKE durante varios años