Avianca: experta en arruinar vacaciones

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Por HERNÁN LÓPEZ AYA*

Cuadrar vacaciones es una vaina bien difícil; sobre todo, para quienes no tienen la disposición de hacerlo a su antojo. Es decir, hay vacaciones cuando se puede. 

Para mí, lo mejor de ellas es que no haya problemas o preocupaciones. Viajar sin contratiempos. Pero como el mundo no es perfecto, pues no falta “la mosca en la sopa”. Y no necesariamente, en todos los viajes, sucede algo que las estropea. 

Sin embargo, mucha atención a esta historia, que pasó de ser el descanso ideal a la tortura infernal; y tan solo en 48 horas. 

En Québec, ciudad en la que vivo, también viven dos primas mías con su mamá. Ellas decidieron pasar el fin de año en Colombia. Alina, la prima mayor, viajó antes del 24 de diciembre hacia Popayán; llegó sin contratiempos. Sara, la menor, y su mamá, Yuly, decidieron hacerlo el 27 de diciembre y llegar a la misma ciudad.

Compraron trayectos con varias paradas. Viajarían en Air Canada desde Québec y harían escala en Toronto y en Bogotá. Hubo retrasos y terminaron volando, directo, desde Montreal hasta Bogotá. La compañía se encargó de todo.

Desde la capital colombiana viajaron hacia Popayán por Avianca. Y acá empezaron los problemas. Una de las maletas de Yuly se quedó en Bogotá y llegó a la capital caucana cuatro días después (como para celebrar el fin del año). El problema es que dentro de la maleta estaba la pinta para el 31. En Bogotá decían que el equipaje estaba en Popayán y viceversa. Como consecuencia del “imprevisto” llegó el primer gasto: una muda de ropa para la celebración de la fecha. 

Superado el impase, vino el disfrute, pero con ese “tufillo agridulce” por lo sucedido. Con el pasar de los días, la alegría del regreso a la patria y las reuniones familiares fueron prioritarias.

El 14 de enero de 2025 sería el día del regreso. El tiquete fue comprado con mucha antelación, porque la prima menor debía llegar a estudiar y su mamá a trabajar. En procesión, arrancaron hacia el aeropuerto Guillermo León Valencia, acompañadas de primos, tíos y amigos.

Llegaron al “counter” de Avianca, en donde fueron atendidas por una funcionaria que les dijo que en su pantalla solo aparecía el tiquete de Sara (la menor). Yuly (la mamá) dijo que ella debía viajar con su hija porque es menor de edad y, como ya lo había escrito, ellas habían comprado el pasaje con anticipación. Acto seguido, les dijeron que averiguaran en la oficina de Avianca en el aeropuerto. Cuando llegaron al despacho, un funcionario les confirmó que la reserva “desaparecida” si existía. El hombre les imprimió lo necesario para comprobarlo (todos los datos, precios, nombres, etcétera) y les dijo que regresaran al “counter”.

De nuevo, la misma funcionaria les insistió en que la reserva no aparecía; les dijo que deberían llamar al área de servicio al cliente de Avianca y les preguntó si embarcarían a Sara (la menor) con sus maletas; ellas dijeron que no porque no había condiciones para enviar a la menor de edad.

Minutos después, llamaron al Servicio al Cliente; en el contacto les confirmaron la existencia de la segunda reserva (otra vez). Después de tanto “pinponeo”, mi prima mayor preguntó qué debían hacer; y la funcionaria, en actitud irrespetuosa, les dijo que no podía hacer nada y que no podía abordar.

Presas del desespero, Alina (la mayor), pensó en comprar “otro tiquete” para que su mamá pudiera llegar a la capital y tomar el vuelo hacia Toronto; pero la funcionaria les dijo que era “imposible” porque la reserva a la ciudad canadiense tampoco le aparecía en su pantalla.

¡Qué cosa rara!, ya que en la oficina les habían confirmado que si existía. El trayecto costó 1500 dólares canadienses (unos tres millones de pesos). La factura le fue entregada a la funcionaria, pero tampoco creyó. Vueltas van, vueltas vienen y más llamadas, más peleas, pero nada. En la empresa en la que compraron el tiquete les confirmaron que el problema había sido de Avianca.

Efectivamente, perdieron el vuelo; perdieron “los dos vuelos”. Acto seguido, más llamadas al “call center” para presentar la queja. Les dijeron: “deben esperar quince días, mientras analizamos el caso”. ¡Quince días!

Pues la solución fue comprar “dos tiquetes más”. ¿Y Avianca? Bien, gracias. Volaron por LATAM, siete días después. La aerolínea colombiana aún no ha dado respuesta. 

¿Hasta cuándo toca sufrir estas vainas? ¿Es que no tenemos derecho a volar de manera decente, cómoda, sin retrasos, sin perdidas de maletas o mala atención? ¿La Superintendencia de Transporte va a seguir haciéndose la de “la vista gorda”?

Para completar la travesía, mi otra prima viajó el pasado miércoles. Llegó a Bogotá, voló a Canadá por Air Canada y ¡oh sorpresa!: su maleta no llegó a Norteamérica; sigue en la capital del país.

Ya es hora de que le “ajusten las clavijas” a Avianca. Además de su pésimo servicio, sus funcionarios son irrespetuosos, los aviones son incómodos, sobrevenden tiquetes y los que venden normalmente cuestan una fortuna. 

¿Quién da explicación o soluciones?

¡No hay derecho!

@HernanLopezAya

*Comunicador Social y Periodista de la Universidad Jorge Tadeo Lozano con 26 años de experiencia en televisión y Oficinas de Comunicación. Fue jefe de emisión del fin de semana en RTVC NOTICIAS. Ganador del premio de periodismo Álvaro Gómez del Concejo de Bogotá en 2016. Bloguero de KIENYKE durante varios años

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