Los eternos nubarrones

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Por MARÍA ANGÉLICA APARICIO P*

Convivir, el concepto más complicado de aplicar entre los hombres del período antiguo en Asia Occidental. Era casi como un algoritmo de difícil comprensión; una tarea titánica, imposible, sofocante para el ser humano. .

En esta zona del continente asiático donde hoy prevalecen Palestina, Siria, Jordania, Líbano e Israel especialmente, no se ha encontrado antes ni después del nacimiento de Cristo, la fórmula mágica para vivir en paz.

Primero, los invasores asirios, persas, egipcios, babilonios, otomanos, griegos y romanos, llegaron con sed de conquista a estos calurosos territorios. Cada ejército tomó a su paso, tierras, lagos y ríos para después asolar las aldeas y las pequeñas poblaciones que crecían en Asia.

Tras continuas y amargas batallas los pueblos pasaron a ser parte de los imperios. El más bravío de todos, quizá, fueron los babilonios, quienes sacaron a los judíos de la antigua Palestina -hoy Israel- y los llevaron como esclavos a Babilonia, la ciudad fortín, que crecía cerca al río Eufrates en la amplia zona conocida como Mesopotamia.

Si bien es así, no todos los líderes imperiales fueron demonios. El rey Ciro II -de Persia- favoreció las libertades de los pueblos dominados. Su creencia en los derechos humanos, hizo que observara mejor entre la población subyugada de Babilonia. Ahí, descubrió a los judíos, sometidos a un vaivén de actividades que no era propio de su cultura. Llevaban años alejados de su tierra, del desierto, de sus viviendas. Decidido, Ciro liberó a todos.

Los pocos judíos que se quedaron en Palestina, -entonces llamada Canaán- esperaron, impacientes a que el cautiverio de sus familiares terminara con el beneplácito de los persas. Mientras ocurría el regreso, surgieron las peleas con los palestinos musulmanes. Las dos comunidades, distintas en costumbres y creencias religiosas pero que vivían bajo el mismo techo, encontraron la tierra como elemento de disputa.

La rencilla que distanciaba a unos de otros, siguió su camino. Con los años, se volvió una mecha a punto de encenderse, un polvorín por estallar, difícil de apagar con más de cien jícaras repletas de agua. A la tierra que le buscaban un dueño, -palestino o judío- le sumaron las férreas creencias –de los dos grupos- para crear un Estado en Palestina. Se armó una torta con muchos explosivos, la más agria, que no se ha detenido entre los árabes musulmanes del Líbano y Siria, los palestinos de la Franja de Gaza y los judíos de Israel.

Sin embargo, en esa Palestina, centro de la discordia, se han mantenido los edificios, las casas, las mezquitas, las sinagogas, las tiendas, los sitios sagrados e históricos de ambas sociedades. Hasta la divina Jerusalén sigue en pie con sus cuatro barrios antiguos. Se han construido carreteras, viviendas, acueductos, hoteles, restaurantes con comida mixta -árabe y judía-. Se ha hecho todo un despliegue en favor del desarrollo físico y del crecimiento económico, aunque los palestinos acepten poco este avance.

La vieja idea -sostenida por los musulmanes radicales- del “no reconocimiento a Israel, no a la paz con Israel”, ha dado con una historia de lastre. Desde comienzos del siglo XX palestinos y judíos han podido estrechar sus lazos, y ver, así, el punto de vista del otro, el sentir del otro, la necesidad de reconocerse mutuamente. En aquellos tiempos, entonces, habrían florecido juntos, con sus identidades propias, en vez de ensartarse en un conflicto que ha derivado en una serie de guerras inútiles.

En el año 1948 se abrió, para los judíos, la gran posibilidad de crear un Estado dentro de los territorios que alguna vez dominó el último imperio europeo de la antigüedad: El Imperio Romano. Ese 1948 marcó en nuestro calendario, la primera guerra entre Israel y sus vecinos de frontera: Egipto, Siria, Jordania y Líbano, en un encuentro feroz. Fue la guerra que se inició tras la creación del Estado de Israel en el mes de mayo de 1948.

No fue fácil -para uno y otro bando- demostrar cuál país tenía más fuerza porque ya sabían de antemano el centenar de pérdidas humanas que habría en segundos. El mundo se sacudió con esta puja sorprendente e irracional. Y el combate siguió dos, tres, cuatro días.

Ninguno de los líderes de estos países quiso dar su brazo a torcer para sentarse -junto a los israelitas- a bramar, chillar o patalear tras el nacimiento de Israel. Aún menos, razonar en la misma mesa para detener la rabia. Con los años, Egipto y Jordania accedieron a firmar la paz con los israelitas. En la lucha quedaron las organizaciones radicales de Líbano y Siria, apoyados por los iraníes.

Hoy se sabe que los luchadores de Líbano y Siria -como Hamás y el partido Hezbolá- son musulmanes de pensamiento extremista, que no admiten cambios en sus códigos mentales. Se aferran a destruir con las armas como símbolo de valentía. Hablar tranquilos, lanzar palabrotas en voz alta o dialogar, no caben en su estrecha estructura mental. Y ahí siguen: apagando vidas bajo el fuego, deteniendo hombres, presionando. ¿Para presentarse como héroes de papel? Muy posiblemente.

Después del holocausto, la posición de los israelitas ha sido defenderse contra cualquier grupo armado, partido político o país, que intente atacarlos. Aquella experiencia que vivieron bajo los nazis, asfixiados del cuello a los pies, sin derechos, tratados en condiciones infrahumanas, no se repetirá para los judíos. Y con esta idea han bombardeado a Gaza.

La tregua pactada en febrero -año 2025- hizo que el mundo respirara. Se logró que los palestinos e israelitas pensaran, que descansaran sus emociones, que miraran las nubes del cielo sin esperar un misil en sus cabezas. Las esperanzas crecieron, se inflaron, pero en menos del tiempo pactado -dos meses-, se rompió el hilo. Se fue al diablo la fibra delgada que unía -quizás- el más importante pacto del siglo XXI.

Nuevamente la montaña de muertos. Otra vez los enfrentamientos por lo que sea: por la propiedad de la tierra, por los primeros pobladores que llegaron a Canáan, por la cerrada sociedad en que se mueven los judíos, por la Jerusalén sagrada, por el Golán, por el exceso de viviendas construidas con la marca: “made in Israel”. Cualquier razón lógica o histórica, sublime o torpe, enfrentará siempre a los palestinos con los israelíes.

*Periodista de la Universidad de La Sabana. Catedrática y escritora bogotana. Lectora . Apasionada por las buenas redacciones. Dedicó más de treinta años a la enseñanza del castellano

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