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La Institutriz de la Realeza

Por MARÍA ANGÉLICA APARICIO P.*

Wendy Holden se lució con su penúltima novela, una obra de precisión histórica y descripción minuciosa, dedicada a la vida de la realeza británica en tiempos del Rey Jorge VI y de su esposa Isabel. Wendy tituló su libro, “La Institutriz Real”, en homenaje a la vida que llevó la bonita Marion Crawford, la institutriz verdadera de la Reina Isabel II y de su hermana Margarita.

El libro narra que Marion era una sencilla escocesa del norte de Europa. Una muchacha de clase media y trabajadora sin muchos recursos. Marion soñaba con ser una profesora moderna y con mente abierta, desprendida del autoritarismo de su época. Creció pensando en esas ideas, y se preparó para serlo intelectualmente.

La directora de la academia donde estudiaba, la señorita Golspie, elogiaba su inteligencia y la capacidad que mostraba, a futuro, para enseñar. Marion vivía con su madre en una casa sencilla, en la preciosa Escocia de principios del siglo XX. La madre cosía prendas para luego venderlas, mientras Marion estudiaba con firmeza para desempeñarse, más adelante, laboralmente.

En los alrededores de su casa crecía la pobreza. Había niños hambrientos, padres sin empleo, callejones oscuros por ausencia de luz, basura amontonada, suburbios en el abandono más absoluto. Conocía a varios chiquillos que vivían mal, y los ayudaba cuando era posible. Le dolía no tener dinero suficiente para comprarles vestidos, cuadernos y lápices, y hacer que el rumbo de estos chicuelos, cambiara finalmente.

En la cabeza de Marion se incrustó la idea, como un zafiro puesto en la frente, de organizar una escuela y ser la maestra de todos los desposeídos que vivían en el entorno. Pisó fuerte para desarrollar esta hazaña. La Señorita Golspie continuaba halagando sus dotes y presentándola como su mejor alumna. Marion seguía calculando cuánto tiempo faltaba para dedicarse a su misión de ayudar a los pobres.

Golspie conoció los sueños de su querida aprendiz y se horrorizó. Cuatro pelos de su cabeza quedaron parados como palos de paleta. ¿Marion trabajando en bien de los suburbios? ¡Horror! Entonces comenzó a venderle un camino distinto; trabajar con los ricos de Escocia o con los poderosos de Inglaterra para que, juntando esfuerzos, mejorara la vida de los trabajadores, que eran los padres de los chicos que conocía.

Para Marion, el golpe fue certero. Tenía claro que los ricos no se daban cuenta de la tragedia que ocurría en esa Escocia atrasada. Vivían en medio de las comodidades sin percatarse de lo que sucedía, dolorosamente, en sus narices. Mostrarles la realidad era tan difícil como levantar el mundo con las dos manos. ¡Demonios! Mil veces demonios a la encrucijada que el destino le tendía.

Un buen día, Marion recibió la oferta de trabajar para la realeza británica durante dos meses. Tiempo corto o tiempo largo, parecía no importar; lo sentía como un asunto temporal, nada que comprometiera su bello futuro. Pensó que podía aprender, distraerse, ayudar a su madre con las compras, en fin. Dos meses no significaban la tortura del siglo.

Así comenzó su entrada en la realeza británica. Marion Crawford conoció al duque de York, Alberto Federico Arturo; luego le presentó a su esposa, la duquesa Isabel Bowes-Lyon. Eran los padres de Isabel y Margarita, una pareja amable, educada, inteligente y culta que buscaba a una institutriz con habilidades, con carisma, para ser la orientadora de sus hijas.

Pronto le presentaron a los dos bombones de bonitos ojos y pieles sedosas, igual de alegres y traviesas juntas: Isabel y Margarita. Marion congeniaba más rápido con Isabel quien se mostraba organizada y estricta. Margarita tenía un carácter distinto; era más dinámica y revoltosa, amiga de gastar bromas a toda hora. Era la antítesis de Isabel.

En 1936 Alberto Federico Arturo y su esposa Isabel heredaron, boquiabiertos y pasmados, el trono del Reino Unido. Ocuparon el escalafón más alto cuando Eduardo VIII abdicó como rey para casarse con la norteamericana Wallis Simpson. Alberto vivía una vida de juegos, de lecturas, de paseos y de charlas agradables con la duquesa, que tuvo que cortar, con cuchillo y tijeras, para hacerse cargo de las responsabilidades que le esperaban como monarca. Su hija mayor, Isabel, sería desde entonces la princesa que heredaría el trono en 1952 para gobernar 70 años.

Marion Crawford vivió dieciséis años con Isabel y Margarita como institutriz de primera fila, una líder tan fina y necesaria como las costosas joyas que usaba Isabel Bowes-Lyon. Marion formó a las chicas bajo una educación liberal; ahorrar dinero para pagar sus gastos, viajar en metro, conocer las escuelas pobres de Londres, jardinear, limpiar los salones de los palacios cuando había desorden; caminar por las calles en vez de usar los lujosos carros de la realeza. Con ellas, bajo su tutela, logró hacer realidad su sueño de maestra; relacionar a Isabel y a Margarita con los niños desfavorecidos de Londres para compartir sueños, juegos e historias familiares.

En todo ese tiempo -un trayecto de vida considerable- Marion conoció los rincones más secretos y desconocidos del Palacio de Buckingham, el Castillo de Balmoral, la residencia privada de Birkhall en Escocia, la casa de campo de Sandringham y el Castillo de Windsor. Nunca imaginó que estas residencias enormes y frías decoradas con pinturas, tapices, alfombras, largos cortinajes y muebles, serían su morada. Pero aquí pasó sus días en compañía de la futura Reina Isabel II, y de su espontánea y a veces malcriada hermana, la Princesa Margarita.

* Periodista de la Universidad de La Sabana. Catedrática y escritora bogotana. Lectora . Apasionada por las buenas redacciones. Dedicó más de treinta años a la enseñanza del castellano.

Columna de opinión

Las opiniones expresadas en las columnas de opinión son de exclusiva responsabilidad de su respectivo autor y no representan la opinión editorial de La Veintitrés.

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