Esteban Jaramillo Osorio
El Arriero Herrera se ve nervioso. Indeciso. Jugó con un ojo en Huracán y otro en Águilas Doradas.
Al borde de un ataque de nervios, como los hinchas. El Once sin ideas ante Rionegro, sin dominio, con breves fases de posesión, insuficientes para el triunfo.
Con juego discontinuo, intermitente, sin ritmo sostenido, con un toque y toque esporádico e insulso.
Con limitadas opciones de gol, por su profundidad errática. Corto el equipo algunas veces, en ocasiones largo, incapaz de ganar duelos en ataque porque nadie aguanta ni defiende el balón, cuando sin criterio saca James Aguirre. Suya fue la habilitación de manotazo, para el primer gol a través del futbol elaborado.
Absurdo es llenar de delanteros la alineación, con carencia de tejidos creativos.
Tan improductivo el Once, con titulares o suplentes. Dio lo mismo ver a Kevin Cuesta, el central, que a Luis Palacios, el lateral. A Barrios o a Dayro que a Felipe Gómez y a Quiñones. A Malagón, gordo, fuera de forma o a Tamayo. A Zuleta o Zapata. Todos en nivel deplorable. Ni un antes ni un después. Todos alejados del partido.
Delirante es comparar a Zapata con Dayro. En el área, el artillero es implacable. Jeffry se asusta, como le ocurrió ante Águilas cuando enfrentó al portero Fariñez, sin saber qué hacer. El gol, que fue autogol de Blanco, lo salvó del bochorno.
Imposible para el Once Caldas, pretender ganar, sin fuerza ofensiva. Llegó, pero no encontró el arco, sin un disparo en el registro. Con protagonistas ausentes del juego, dominado por la justeza e intensidad de las marcas de los rivales.
Ritmo tan parecido, el de los antioqueños, al de Huracán, rival inmediato, que, al mejor estilo del futbol actual en la Argentina, privilegia el derroche físico, sin desconocer las cualidades técnicas en sus jugadores.
Presente incierto. Sujeto a los resultados inmediatos, para evitar el naufragio. Muy cerca está el Once de la crisis. No es solo el número de partidos sin ganar sino la forma de jugar.
Esteban J.