Foto Plaza de Toros de Manizales – Detalle
Por Esteban Duque Patiño – Aficionado taurino
Poco a poco nos vamos acercando a lo que será la Temporada Taurina de Colombia 2025/2026, y con ella, una pregunta que ronda en la mente de todos los aficionados:
¿Qué pasará? ¿Cuál será el futuro de nuestra fiesta?
Es una incógnita que, como a mí, seguramente no deja dormir a much@s. No solo por el temor de ver desaparecer la tauromaquia, sino por la posibilidad real de perder algo más profundo: nuestra identidad, nuestra cultura, y en muchos casos, a nosotros mismos.
Seguimos a la espera de la decisión de la Corte Constitucional sobre la validez de la ley que prohíbe la tauromaquia en Colombia a partir de 2027. Y aunque ya se han debatido los efectos de esa decisión —la pérdida de la genética del toro bravo, el impacto económico, la pérdida de empleos, entre otros—, hay una pérdida que me duele aún más: la pérdida de “yo”.
Sí, yo. Ese ser que ha crecido con la fiesta, que ha construido parte de su identidad y su sensibilidad a partir de la experiencia taurina. Muchos hemos estado ligados a la tauromaquia desde la infancia, y con el paso del tiempo, la plaza se ha vuelto una extensión de nuestro ser. Imaginarnos sin ella es imaginarnos incompletos.
Me duele profundamente pensar que podrían arrancarme no solo una afición, sino una parte vital de mi vida, de lo que siento, de lo que soy. Porque la tauromaquia ha logrado algo que pocas cosas logran: arraigarse al alma, tocar las fibras más sensibles, hacernos vibrar.
Y sí, es culpa de la misma tauromaquia. Porque solo en una plaza he sentido cosas indescriptibles: la emoción pura de la embestida, la entrega de un torero, el silencio cargado de tensión y arte, el grito desgarrado del “¡Olé!”, que más que una palabra, es el resumen de un sentimiento que brota desde lo más profundo del alma.
Eso es lo que provoca este arte. Eso es lo que genera un toro. Eso es lo que representa un torero. Y la conjunción de ambos es fascinante, irrepetible, única.
Por eso, como aficionados, no podemos permitir que nos arrebaten el derecho a sentir, a vivir el toreo, a expresar esa parte de nosotros que solo se manifiesta en una tarde de toros.
No se trata solo de defender la fiesta, sino de defendernos a nosotros mismos.
Porque, si la tauromaquia desaparece,
¿quién me devuelve esa parte de mí que se va con ella?
Ese es mi verdadero temor.
Ese es mi miedo a perderme.