De una carpa de plástico a una comunidad con escrituras: la vida de doña Belén López y la lucha silenciosa de cientos de familias por un hogar digno en Manizales.
Por las laderas que rodean al Bosque Popular El Prado, uno de los pulmones verdes más hermosos de Manizales, se esconde una historia que no suele estar en los libros, pero sí en la memoria viva de sus protagonistas. Allí, en lo que hoy es el barrio Chachafruto, Belén de Jesús López Marín recuerda cómo, junto a su madre y su hermanito, bajaron del Alto Chachafruto con apenas un plástico, cuatro estacas y muchas ganas de empezar de nuevo.

«Nos tocó venirnos porque ya no cabíamos en la casa de arrimados. La dueña dijo que éramos muchos. Entonces, mi mamá consiguió el sitio, armamos un ranchito con plástico y a esperar que nadie nos sacara en 15 días. Así empezamos«, cuenta Belén, con la mirada llena de recuerdos.
En ese entonces, eran solo tres: su madre Oliva, su hermano Orlando y ella. El padre, ausente. La vida no tardó en golpear: Orlando falleció en un accidente cuando apenas tenía 32 años y Belén, con tan solo 14, quedó sola con su madre. Aprendió a trabajar en casas, luego en construcción, y más tarde en oficios varios durante la Feria de Manizales. “Mi mamá me enseñó desde los 9 años a no quedarme quieta”, recuerda con orgullo.
Un barrio que nació entre guaduas y sueños
Mientras la ciudad crecía en altura, Chachafruto nacía en horizontal. Familias venidas del Tolima, del Quindío y de otras zonas del país fueron poblando la zona baja, construyendo en guadua, en bareque, en lo que hubiera. “Aquí se criaron diez niños en una sola casa. Todos ayudábamos, todos compartíamos. Era otra forma de vivir, sin nada, pero con mucho corazón”, relata Belén.

El rancho que construyeron, hecho de guadua, tierra y amor, aún está en pie, aunque amenazando con caerse. “Eso está sostenido con una guadua quebrada. La cocina me moja más que el aguacero. He pedido ayuda a Gestión del Riesgo, pero me dicen que sin escrituras no se puede hacer nada”.
La espera de una vida
Durante años, las familias esperaron la legalización del predio. Tocaron puertas, insistieron ante alcaldes y concejales. Belén no olvida: “El primer alcalde que vino nos prometió el escenario deportivo y nos habló de la titulación, pero no alcanzó. Luego vino otro, y tampoco. Hasta ahora, después de tantos años, por fin llegó”.

El pasado abril, una comisión oficial visitó el barrio y le notificó a Belén que debía pagar $10 millones para legalizar su propiedad: $8 millones por el predio y $2 millones en predial. Hizo el préstamo. “Es mucho dinero para mí, pero lo que tengo aquí vale más. Es mi historia, mi vida.”
Hoy vive con su hijo mayor, vende salpicón en el paradero, ofrece comida rápida durante campeonatos, y recibe la ayuda de vecinos, del padre de la iglesia, del edificio Bambú. “Nos colaboran con mercados, muebles, lo que se pueda. Aquí hay gente muy buena.”
Un legado que florece
El barrio debe su nombre a los árboles de chachafruto que crecían en la zona en los años 60. “Hasta doña Luz Marina Zuluaga, la Miss Universo, me pedía que le llevara chachafrutos cuando venía a jugar golf al club campestre. Ya esos árboles se acabaron con la urbanización, pero el nombre quedó. Quisimos cambiarlo por Jardín del Bosque, pero ya no se pudo.”
Hoy, Chachafruto es hogar de más de 75 familias. Algunas han prosperado, otras siguen en la lucha diaria por el sustento. Algunas casas tienen carro; otras, como la de Belén, se sostienen a duras penas entre la esperanza y el recuerdo.

Aun así, lo que prima es la gratitud. “Le agradezco al alcalde Jorge Eduardo, al Concejo, a Planeación, a la Personería, a todos los que nos ayudaron. Nos escucharon. Nos tuvieron en cuenta. Ahora con escrituras, quizás pueda gestionar una ayuda, hacer un préstamo, mejorar la casa… y que no se me caiga encima.”
Una casa, una madre, un sueño cumplido
Aunque la emoción embarga a doña Belén, también hay tristeza. “Mi mamá murió hace seis años, a los 94. Se fue sin ver que esto fuera nuestro. Ella me decía que había que trabajar para que el día que ella faltara, yo supiera defenderme. Por eso hoy, entre lágrimas, también hay sonrisa. Ya tengo escritura. Ya puedo decir: esta es mi casa.”
Chachafruto no es solo un barrio. Es el símbolo de una ciudad que, poco a poco, empieza a saldar su deuda con los que la construyeron desde abajo.