Por Rafael Zuluaga Villegas
Pueblo o ciudad que se reconozca, tiene su calle real o su vía principal. Bogotá y Pereira, la séptima, para no ir muy lejos. En Manizales tenemos la veintitrés (La 23). Es nuestra calle real o denominada jocosamente como “el tontódromo”.
Esta gran vía emblemática ha sido un ícono de la ciudad. Por allí fue y ha sido el caminadero para dirigirse a los lugares de encuentro, del comercio o de la diversión. La gente joven, en especial en grupos de amigos o en parejas de novios, hace años la transitaba de arriba para abajo, desde la calle 14 hasta la 32. Todos iban y volvían para vitrinear con tranquilidad y seguridad.
Voy a hacer “a vuelo de pájaro” mención de algunos de los negocios o establecimientos públicos y comerciales o a rememorar “de corrido” lo que fue La 23 cuando no había sido peatonalizada, por allá en las décadas de los años 70 y 80, y por si acaso de los 90 del siglo pasado. No es que esté muy viejo que digamos.
A un costado del parque Olaya, en la calle 14 con 23, bar La Gran Pesa; en la quince, todavía está la farmacia Olaya, y al frente, la panadería del mismo nombre que funcionó por varios años hasta hace poco. En la esquina diagonal, la famosa abundancia La Frontera de don Moisés. Dos cuadras más abajo el sitio de tertulia de mayores, el café La Universidad, donde servían buen aguardiente en copas rebosantes.
Más adelante, a cuadra y media, el bar Astor. A la esquina siguiente el Palacio Arzobispal, en cuyos bajos fue tradicional la Casa del Pan. Otros sitios cotidianos, ya desaparecidos: el bar Noridia, frente a la antigua Caja Agraria; por el andén de este, la fuente de soda El Graduado, hoy café, y el bar Bochica, y un poco más allá, frente al Palacio Nacional, el conocido bar La Cigarra, punto de encuentro de comerciantes, ganaderos, cafeteros y de funcionarios y empleados de la rama judicial.
Siguiendo el recorrido, a unos cien pasos más adelante está Frisby, y frente al Banco de la República estuvieron los conocidos bares La Porra Taurina y Caracol Rojo. Casi enseguida en un pequeñísimo local, la conocida venta de empanadas La Canoa. Luego el famoso Almacén Artístico, y en la esquina siguiente, fuente de soda La Ronda, en el hoy remodelado edificio Cuéllar, sitio de encuentro de música juvenil, en la conocida época de las baladas. Al frente, el edificio emblemático del conocido Club Los Andes, hoy centro de juegos de azar y de comercio. En el otro costado esquinero, el bar con billares, Nuevo Ádamson, a pocos pasos por la misma cuadra, el Almacén de ranchos, abarrotes y licores, La Colmena. En la siguiente esquina, La Tuna, fuente de soda, y en la cuadra contigua ediciones y librería de las hermanas Paulinas; al otro lado, el edificio Esponsión, enseguida, el Club Manizales, y al frente la Casona.
En la siguiente cuadra, otros lugares tradicionales, difíciles de olvidar: la famosa librería Mi libro de Pablo Pachón, y casi al frente, el afamado salón de té, lugar de encuentro para románticos, fuente de soda Dominó, acabado por un voraz incendió.
En la esquina de la 23 con 27, la conocida pastelería La Suiza; bar Chámpion con billares y al frente bar Central, donde actualmente está pan Extra. Una cuadra hacia abajo por la carrera, bar Rosedal. Más adelante no podía faltar por mencionar, pasteles Kuky, y como se dice popularmente “más allasito” o “allacito”, por el otro andén, el primero, el famoso Míster Albóndiga. En el parque Caldas, fuentes de soda La Cascada y Frutalia; el Teatro El Cid; y en la esquina, bar y billares La Macarena, y para rematar, las fuentes de soda Fundadores, Sorrento y Parnaso, los inolvidables sitios de las baladas y el bolero, y en la esquina de la 32 con 23, bar Zulia.
Los contrastes
De todos esos lugares o establecimientos comerciales, si me quedaron faltando por reseñar, fueron pocos; ya sólo quedan la droguería y farmacia Olaya, El Graduado, Frisby, Librería Paulinas, La Suiza, Pan Extra, pastelería Kuky, Sorrento y Parnaso. Sólo quedan los recuerdos de lo que fue la 23, cuando todo era más sano.
En contraste, hoy no se puede sino ver, una vía insegura en la noche, semipeatonalizada con adoquines desprendidos, aceras engrasadas por las ventas de refritos, frutas, verduras y chucherías; innumerable cantidad de ventas ambulantes, que hacen parte de lo que eufemísticamente denominan comercio informal.
Los armarios o puestos fijos autorizados se ampliaron irregularmente al irrumpir los espacios peatonales, invadidos por vitrinas, mesas, butacos, carretas, colgandejos de ropas y hasta maniquíes que se confunden con los peatones. Las tradicionales casonas se convirtieron en amplios almacenes, sus fachadas destruidas y cambiadas por grandes ventanales de vidrio, sin que las autoridades hubieran hecho algo por hacer conservar y proteger el patrimonio arquitectónico e histórico de la ciudad. Ya cualquier zaguán o portón con escalinatas, se convirtió