En Colombia, el sirirí común (Tyrannus melancholicus) es un ave de tamaño mediano que se distingue por una cabeza gris, garganta blanca, pecho y abdomen amarillos, y alas oscuras; su canto repetitivo dio origen a la expresión popular ser un sirirí y se ha vinculado a la persistencia social, hilando la memoria de la desaparición de Luis Fernando Lalinde Lalinde, militante del Partido Comunista y miembro del Ejército Popular de Liberación, con la historia de la llamada Operación Sirirí, cuyo archivo fue reconocido por la UNESCO en 2015. Este cruce entre fauna y memoria histórica encuentra eco en ciudades como Jardín, en Antioquia; Riosucio, en Caldas; y Bogotá, donde la Secretaría Distrital de Ambiente y el Centro de Memoria Histórica trabajan para entender estas conexiones entre naturaleza, cultura y lucha social.
La especie es descrita por su comportamiento: el macho vigila de forma constante mientras la hembra incuba entre uno y cuatro huevos en un periodo de 14 a 16 días; tiene una dieta insectívora y, pese a su tamaño, demuestra una notable agresividad territorial para proteger el nido y las crías frente a aves mayores e incluso rapaces. Además, es común encontrarlas posadas en cables o ramas altas y permanecen activas incluso cerca de luces artificiales durante la noche; su rango geográfico se extiende desde México hasta Argentina, con una presencia especialmente destacada en Colombia, donde la memoria de su canto ha trascendido lo puramente biológico para convertirse en símbolo de resistencia y continuidad.
El canto que persiste: el sirirí como símbolo de memoria y resistencia
El archivo y la historia detrás del sirirí están íntimamente ligados a la memoria de la desaparición forzada en Colombia y a una narrativa de lucha civil que ha sido objeto de significativas reflexiones públicas. En 1984 se registra la desaparición de Luis Fernando Lalinde Lalinde, un hecho que desencadenó respuestas institucionales y sociales a lo largo de los años siguientes. En 1987, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos condenó al Estado colombiano y, más adelante, en 1996, se confirmó la identidad de los restos, sembrando una ruta judicial y documental que culmina con el reconocimiento UNESCO en 2015 del archivo de Fabiola Lalinde, madre de la víctima, como parte de la memoria universal. Este entrelazo entre especie y archivo histórico ha alimentado un marco de referencia que vincula el canto del sirirí con la persistencia de la lucha por la verdad y la justicia.
«persistir y joder como un Sirirí» – Fabiola Lalinde, defensora de derechos humanos
«deje de hacer sirirí» – Secretaría Distrital de Ambiente de Bogotá
«ese muchacho es un sirirí» – Secretaría Distrital de Ambiente de Bogotá
La noticia actual, por tanto, no es solamente biológica sino cultural y judicial: el sirirí permanece como emblema de persistencia ante adversidad, y la historia de Fabiola Lalinde ilumina la memoria de desapariciones forzadas en Colombia, mientras UNESCO consagra el archivo como un hito de la memoria colectiva. El vínculo entre el canto de esta ave y la lucha por la verdad convierte al sirirí en un símbolo que trasciende su biología, recordándonos que la naturaleza puede ser refugio y testimonio de una sociedad que no olvida.

















