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El Palacio sin justicia

Por HERNÁN LÓPEZ AYA*

Han pasado 40 años y creo que seguimos en las mismas.

Nada raro para un país en el que, casi todos los días, muere una persona por hechos violentos y nos da la misma.  Y si no me creen, pues pueden acercarse a su medio de información predilecto y confirmarlo. Las muertes por riñas, asaltos, atracos, venganzas, ataques, tomas o narcotráfico se volvieron comunes y corrientes; la coraza adquirida como consecuencia de la recurrente violencia nos lleva, sin temor a equivocarme, a una gigantesca insensibilidad que asusta.

Si esto es normal, pues ni qué decir de lo que seguimos sintiendo (si es que es posible) cuando escuchamos o leemos el nombre “Palacio de Justicia”.

O mejor, la frase “Toma y retoma del Palacio de Justicia”.

En mi caso, aparece un montón de cosas mezcladas y comienzo a pensar si, de verdad, lo sucedido el 6 y 7 de noviembre de 1985 ha recibido el debido juzgamiento.

Un par de párrafos de contexto:

El 6 de noviembre, 35 guerrilleros del M – 19 se tomaron el Palacio, para exigir el cumplimiento de los acuerdos de paz de 1984 y hacerle, con el ataque, un juicio a Belisario Betancur, presidente de Colombia de la época.  

Horas después, apoyadas con tanques, las fuerzas del Estado recuperaron lo que quedaba del edificio, que fue consumido por las llamas de un incendio. Esa retoma finalizó el 7 de noviembre.

Lo que pasó en esas horrorosas 28 horas, la verdad absoluta, todavía se desconoce. Es uno de los hechos más descarnados de nuestra historia, que sigue teniendo dudas, una presunta participación del Cartel de Medellín – que al pasar de los minutos se confirma o se desmiente – y un saldo de personas muertas y desaparecidas que sigue sin confirmarse. En esos dos días, 12 juristas murieron y 11 personas desaparecieron; pero la cifra real, la total, sigue en el limbo.

Mi contacto con lo sucedido en la “Toma y Retoma” tiene dos momentos importantes para mi vida: el primero, repleto de irresponsabilidad preadolescente; y el segundo, lleno de felicidad periodística.

Para el primero, me acuerdo bien que ese 6 de noviembre, el alboroto en los salones de clase del colegio en el que estudié, el San Bernardo de La Salle, fue diferente después de las 11:30 de la mañana. Ese revuelo no lo creamos nosotros; fue, más bien, un afán de los profesores porque sus estudiantes salieran, de inmediato, para sus casas. 

A una hora de finalizar la jornada normal, nos contaron lo que sucedía y nos recomendaron irnos. Muchos salieron a la calle Primera o a las carreras Décima y Caracas, en el centro de Bogotá, a tomar sus transportes. Otros, decidimos ir hasta el Palacio, para ver lo que estaba pasando, pues estábamos a 10 cuadras del lugar.

Por obvias razones, solo llegamos hasta el primer anillo de seguridad, que estaba montado en la Carrera Décima. Preguntamos lo que sucedía y nos fuimos. Mi mamá nunca se enteró de este acercamiento; mi papá, después de leer este texto, se dará cuenta de lo que hice a mis 12 años.

El segundo momento llegó “de chiripa” a mi vida. Y, en ese, también hubo revuelo.

En 2007, yo trabajaba como operador de edición en Noticias Uno. En agosto de ese año, el ambiente de la redacción también fue raro. Una noticia grande estaba por ser revelada.

Una fuente le envió al director de la época, Daniel Coronell, el video en el que se veía al magistrado auxiliar del Consejo de Estado, Carlos Horacio Urán, salir del Palacio de Justicia, en 1985, herido y saltando en una pierna. Fue una corta imagen grabada por el Noticiero 24 Horas, que estuvo en poder de su viuda, quien la llevó al procurador delegado para las Fuerzas Militares de la época, como prueba de que estaba vivo. Ella nunca recibió respuesta sobre lo aportado y el video se perdió.

Los momentos previos a la publicación del informe fueron emocionantes. La corta imagen, de segundos, fue repasada por horas y horas. Además, el grupo de periodistas encontró otros dos videos que registraron el momento de la salida, en otros medios de comunicación de la época. El reportaje fue publicado y los videos se convirtieron en una prueba más de la desmedida reacción del Estado en la retoma. Años después, la CIDH concluyó que el magistrado Urán fue ejecutado. Ser testigo de ese trabajo periodístico, de cómo fue logrado, es uno de los privilegios que me ha dado mi profesión.

Si bien, estas experiencias han marcado mi vida, la zozobra sigue. Y más, cuando 40 años después de lo sucedido, nos recuerdan testimonios como el del actual mandatario de los colombianos, quien catalogó al guerrillero Luis Otero como el “genio” de la operación militar de la toma del Palacio. Y desconoce, a mi parecer, que el M – 19 fue el artífice de una de las tragedias más absurdas que Colombia ha tenido que enfrentar, y que fue financiada, supuestamente, por Pablo Escobar y Los Extraditables, para que fueran quemados los expedientes de los narcotraficantes, que estaban archivados en el lugar.  

O cuando veo impresa, en pancartas con las que muchos hacen manifestaciones, la frase “recuperando la democracia, maestro”, que fue dicha en la retoma por el coronel Alfonso Plazas Vega, y que muchos la han tomado como caballo de batalla, sin reconocer que la actuación de las autoridades fue, como sugiere el presidente del Consejo Superior de la Judicatura, Jorge Enrique Vallejo, “una reacción de manera tumultuosa, desproporcionada e irrespetuosa hacia la vida de las personas que estaban en el Palacio”.

Es muy difícil no dejarse afectar por lo sucedido. Pero, más difícil aún, es ver como un país se niega a aceptar que la indiferencia sigue permitiendo que, segundo a segundo, muchos mueran por intolerancia, envidia, ambición o necesidad de poder.

Ojalá aparezca pronto esa “verdad absoluta”, que nos deben la toma y la retoma. Nos haría mucho bien.

Mientras tanto, a mi parecer, la situación sigue siendo la de un “Palacio sin justicia”…

* Comunicador Social y Periodista de la Universidad Jorge Tadeo Lozano con 26 años de experiencia en televisión y Oficinas de Comunicación. Fue jefe de emisión del fin de semana en RTVC NOTICIAS. Ganador del premio de periodismo Álvaro Gómez del Concejo de Bogotá en 2016. Bloguero de KIENYKE durante varios años.


@HernanLopezAya  


Columna de opinión

Las opiniones expresadas en las columnas de opinión son de exclusiva responsabilidad de su respectivo autor y no representan la opinión editorial de La Veintitrés.

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