Esteban Jaramillo Osorio
Junior, por su fuerza invisible…
En el triunfo de Junior recordé a Edgar Perea, el mejor relator de Colombia, ya fallecido.
Inimitables fueron sus arengas con las que zarandeaba a los rivales, calentaba el ambiente, alentaba a su equipo… vociferaba y gritaba.
Esa fuerza interior que transmitía, reapareció esta vez, en Junior, para superar adversidades, recomponer el camino, para darle un vuelco a los pasajes inciertos y recuperar jugadores archivados, para renovar la dirección técnica en el momento oportuno y lograr el título contra pronósticos burlescos, de periodistas sin cerebro.
La misma pasión que transmitió Bacca, su ídolo inoxidable, rescatado por el público cuando a punto estuvo de marcharse, rechazado por Bolillo.
Junior supo desde el furor de su ultima crisis, que el valor de un campeón no está solamente en alzar la copa una y otra vez.
Radica en caer y levantarse, para justificar la fiesta popular de su pueblo desbordado.
Ganó con drama, con ventaja corta, sin exquisiteces, a sangre y fuego en un luchado partido, con picos altos emocionales, sin reparos en el esfuerzo colectivo.
Hizo trizas la creencia ya devaluada del miedo escénico, en su victoria a domicilio.
Es el futbol de hoy en el que correr sin freno, presionar y pegar, releva las habilidades. El futbol que se vibra con futbolistas musculosos y no se vive desde los talentosos. La verdad demacrada del juego.
Junior Ganó porque aprovechó las disfunciones tácticas de su rival, el Medellín, que traicionó a su pueblo al desconocer la dimensión de la fiesta popular instalada en las tribunas.
Grotesco papelón el del “poderoso”. Lo tenía todo en la mano y lo perdió sin apelaciones.
Con un técnico, cazador cazado, que el dia de la prueba final confundió dirigir con provocar, con insultar, al igual que su nutrido séquito, tan incapaz como él, enfrascado en conflictos con el árbitro y los rivales, sin empeño en la solución de los problemas surgidos, a lo largo del partido.
Como el improductivo manejo del balón, la impericia al atacar, el individualismo y el plan tortuga desesperante en los minutos previos al golazo de Vladimir, su ex jugador, que igualó la serie.
Desdibujó las mejores sensaciones vividas en el torneo regular y en la semifinal, donde se veía fuerte, seguro y favorito.
El futbol, disparador de emociones, volvió a rendir tributo a la ingobernabilidad del juego y el resultado. Se es campeón en el pitazo final. Es la razón de ser de este espectáculo.
Como tantas veces se ha dicho, no siempre gana la historia, ni los campeones se coronan desde los micrófonos, pero en ellos, en los medios, es donde las vanidades desbocadas empiezan a perder el equilibrio emocional, que conduce a las derrotas.
Junior nunca perdió la compostura, manejó las crisis con calma y con buenas decisiones. Medellín se sintió campeón, sin ver rodar la pelota en el combate final.
Arturo Reyes el eterno rechazado, tuvo reflejos en la gestión de la nómina que le armó bolillo, no movió el mercado pero conformó un equipo campeón, sin lujo, pero justo y legítimo en el resultado, sin remolque arbitral, como se especuló en los medios, con descrédito al juez central, en la antesala del partido, promoviendo el futbol y la guerra. Tanto de envidia en todo esto. Esteban J.