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Asediado por las balas

Por MARÍA ANGÉLICA APARICIO P.*

Le gustaba ser soldado, dramatizar batallas a cielo abierto e inventar juegos que representaran campañas militares. Su tiempo libre se desenvolvía, también, en estudiar interminables libros de historia. Amaba leer; algunos pasajes los aprendía de memoria por el simple hecho de encontrar grato este ejercicio. A veces pasaba horas con su hermana Anne, a quien obligaba a deletrear el francés a la inversa, como si se tratara de un juego divertido.

Sus padres lo bautizaron con cuatro nombres, pero el mundo terminó diciéndole simplemente: Charles. Charles de Gaulle ingresó en la Escuela militar de Saint Cyr, localizada en la región de Bretaña al occidente de Francia. Tras ganar en su escuela el primer premio de literatura por su trabajo: “Un Mal Encuentro”, entró a este centro militar. Entonces tenía dieciséis años y acababa de graduarse; escribía asiduamente y seguía leyendo con voracidad.

Terminada la secundaria, se fue a realizar su sueño de ser un guerrero al servicio de Francia, su país natal. En la escuela militar hizo parte de un regimiento de infantería. Cumplió las normas, las obligaciones, y comenzó a sobresalir. No era un adolescente oportunista ni desubicado. Había nacido en Lille, un pueblito francés fronterizo con Bélgica, donde muy niño logró centrar su mente y sus objetivos futuros. Era un muchacho extraordinariamente culto. Proyectaba ser, además, una clase de genio militar.

Al terminar sus cursos en la milicia, Charles trabajó como profesor, aprovechando que tenía el potencial heredado de su padre, Henri de Gaulle –profesor de historia y literatura–. Se comprometió a fondo con la experiencia de enseñar. Mostró habilidades, conocimientos, disciplina, confianza en sí mismo y una asombrosa capacidad para hablar en público.

Cuando estalló la Primera Guerra Mundial participó en nombre de Francia. Cayó como otra víctima más del conflicto. Fue herido al igual que otros soldados. Sus compañeros lo creyeron sin vida porque entró en parálisis. Sin embargo, solo sangraba mientras permanecía dormido e inconsciente en el suelo; se había roto el muslo.

Durante el transcurso de la guerra, fue detenido y prisionero. Humillado como estaba, no esperó a que el sol alumbrara su gorra militar. Buscó la forma de escapar de los alemanes -sus carceleros- tres, cuatro, cinco veces, con pésimos resultados; lo capturaron y lo enviaron de vuelta a un campo de prisioneros. Estaría bajo su poder y soberbia durante un largo tiempo.

En el momento en que se desencadenó la Segunda Guerra Mundial, Charles De Gaulle no se quedó entre los combates, los cañones, el fuego, los territorios desamparados y en la lucha contra los alemanes. Salió de Francia hacia el Reino Unido con el fin de lanzar, desde el exilio, una resistencia feroz contra los nazis. Forjó un verdadero liderazgo alrededor del propósito de liberar a los suyos de la injusta e ilegal ocupación ordenada por Hitler.

Regresó a Francia en 1944 para rescatar a su país de las manos alemanas, que ya comenzaban a ser derrotadas en Europa. Entonces le otorgaron el timón del movimiento de Resistencia que buscaba sacar a todos los nazis de su país. Estuvo al frente de este grupo con sus partidarios al lado, abstraído en hacer posible el renacer de su Nación, tras los daños que dejaba la guerra.

El futuro de Charles De Gaulle se tradujo en fama, aplausos, reconocimiento a lo grande por su trabajo militar y político. En 1959 inició la presidencia de la Quinta República Francesa, afirmando de nuevo, que la vieja monarquía de los Luises -Luis XIII, Luis XIV, Luis XVI de la dinastía Borbón-, se había finalmente enterrado para la historia.

Sus desafíos como presidente fueron muchos. Pero más, los atentados que vivió como consecuencia del bárbaro accionar de sus enemigos. De Gaulle -como el precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay en Colombia- fueron víctimas puntuales de los hombres que no usan la palabra para dialogar. El General Charles enfrentó 31 veces la muerte. De cada atentado salió con vida, enfrentado a recordar, que su hija menor, la adorada Anne de su alma, había fallecido a los 19 años. Con cada golpe mortífero, la Providencia Divina lo alejaba cada vez más de su reencuentro con Anne.

En 1962 De Gaulle y su esposa Yvonne Vendroux, -la bonita y glamorosa francesa que era- salvaron sus cabellos por un milagro. Doce hombres, fuertemente armados, dispararon una docena de balas mientras la pareja se desplazaba por la Avenida de la Liberación, ubicada en la encantadora París. Ese día viajaban en un deslumbrante Citroën DS 19 con destino al aeropuerto de Orly, cuando escucharon un frenético bombardeo, que enseguida los cubrió. El chofer no se detuvo; siguió conduciendo, concentrado, aferrado al timón, confiado en la transmisión hidráulica y en la dirección asistida del auto.

Catorce balas impactaron el vehículo. Charles, Yvonne y el mismo patriótico chofer, bajaron del auto sin un rasguño. Desde entonces, hubo más alabanzas a los Citroën DS que al mismo Charles como militar, político y escritor. Para sorpresa, De Gaulle se mantuvo fiel a este tipo de automóviles hasta el día de su muerte.

Salió vivo y sin heridas, también, de dos atentados organizados en Argelia, país situado al norte de África sobre el Mediterráneo que entonces era una colonia francesa. Aún con su estatura de 1.93 centímetros, ninguna bala pudo alcanzarlo. Murió en su finca de descanso, situada en un pueblo pequeño y tranquilo, de la gran Francia de los años setenta.

* Periodista de la Universidad de La Sabana. Catedrática y escritora bogotana. Lectora . Apasionada por las buenas redacciones. Dedicó más de treinta años a la enseñanza del castellano.

Columna de opinión

Las opiniones expresadas en las columnas de opinión son de exclusiva responsabilidad de su respectivo autor y no representan la opinión editorial de La Veintitrés.

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