Cuando cayó ‘el patrón’ del mal.

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Hoy se cumplen 30 años de la caída de Pablo Escobar Gaviria, dándole fin a más de una década de terror y muerte en el país por cuenta de la guerra al narcotráfico. Este relato contiene las vivencias de un periodista que estuvo cerca y registró esos acontecimientos.

Por Samuel Salazar Nieto *

Apenas nos estaban tomando el pedido cuando sonó el timbre del que en ese momento fue el primer celular que, como producto de lujo y limitada cobertura, estaba para el uso exclusivo de algunas empresas y medios de comunicación que como Caracol Radio eran cercanas a los recién llegados operadores de la entonces telefonía celular, que por esos días se estrenaba a manera de prueba en la Primera Cadena Radial Colombiana. Era un aparato enorme, un poco más grande que una botella de cerveza normal, toda una ‘panela’, pero por ese viejo ‘Celumovil’ recibí de primera mano la noticia, que sin duda, fue la más importante del siglo pasado en Colombia.

“Saaamuel, mataron a Pablo”, dijo la voz agitada al otro lado de la línea, que no era otra que la de Beatriz Helena García (q.e.p.d.), la aguerrida compañera y periodista que cubría asuntos de orden público en la convulsionada Medellín. 

“Lo tienes confirmado?”, le pregunté. “Sí, un amigo del Bloque de Búsqueda que participó en el operativo me acaba de confirmar que allá está el cuerpo tirado sobre el techo de una casa en el barrio Los Olivos”, me respondió. 

“Llama al master y diles que preparen el extra, que yo llegó en cinco minutos”, le dije. Antes de emprender el regreso a toda carrera a la emisora (en esa época no era runner y fumaba como loco) le dije a los compañeros: “muchachos, hasta aquí llegamos, se nos dañó el almuerzo, acaban de dar de baja a Pablo Escobar en Medellín”.

Cuarenta minutos antes los integrantes del equipo de redacción de Caracol Radio en Bogotá habíamos acordado encontrarnos después de la una de la tarde para celebrar con un almuerzo el cumpleaños de nuestro compañero y colega Fabio Callejas Ramírez (q.e.p.d.) La mayoría ya se encontraba en el restaurante Las Acacias de la zona industrial, sitio de la reunión. Yo llegué unos minutos antes de las 2:00 p.m. pues como Jefe de Redacción alterno o encargado, el gran Juan Darío Lara se encontraba de vacaciones, debí esperar hasta la 1:30 p.m. a que terminara la emisión de Ultima Hora Caracol, espacio bandera de noticias de la llamada Gran Compañía

El mesero no alcanzó a llegar al sitio donde me había sentado cuando entró la llamada de Medellín. Todos mis arrestos físicos quedaron regados por las cinco cuadras que separaban al restaurante del edificio de Caracol, en la antigua sede de Radio Sutatenza. No había ascensores así que como pude subí por la escalera directo al tercer piso donde estaba ubicado el master y dónde el Maestro Alberto Piedrahita Pacheco (q.e.p.d.), conducía en ese momento el programa “Pase la Tarde con Caracol”

No podía respirar después del carrerón así que hice subir a Luis Enrique Rodríguez, el popular ‘profe’, quien se encargaba de la programación noticiosa de la noche y acababa de llegar fresco a la emisora a cumplir con su turno, y le pedí que entrara  a la cabina y le diera cambio a Beatriz García en Medellín. Cuando empezó a sonar la fanfarria del extra (… cuando la noticia se produce Caracol se la …) le dí la última instrucción a Luis Enrique: ““Pichón”, así le decíamos cariñosamente, rompa diciendo: Urgente.. acaba de ser dado de baja Pablo Escobar.  Y le da cambio inmediatamente a Caracol Medellín con toda la información”.

Competencia y tensión

Era una época de mucha competencia y tensión para los periodistas que teníamos la responsabilidad de cubrir el orden público en un pais estremecido por la guerra al narcotráfico, la forma como los carteles de la droga pretendían imponerse y el particular proceder criminal de Pablo Escobar que en ese momento tenía amenazado a todo un país y sembraba muerte y terror por doquier.

Ese 2 de diciembre de 1993 terminó la intensa persecución sobre Pablo Escobar, después de que éste, año y medio atrás, el 22 de julio de 1992, se fugara de la Cárcel de La Catedral, en Envigado Antioquia, una hacienda convertida en lugar de reclusión a gusto del mafioso para facilitar su entrega a la justicia colombiana, la que se había producido en la mañana del miércoles 19 de junio de 1991. En ese momento el país interpretó que terminaban más de 15 años de lucha frontal contra el narcotráfico y que finalmente el capo de capos terminaría sus días en una cárcel en Colombia. Lo que nadie imaginaba era que lo peor estaba por llegar y que nosotros los periodistas seguiríamos escribiendo montañas de noticias sobre el baño de sangre al que los delincuentes continuarían sometiendo al país. 

Unas horas antes de su fuga, familiares de reconocidos delincuentes que eran señalados como los sucesores de Escobar en el Cartel de Medellín, nos enteraron a algunos periodistas de Caracol Radio que sus parientes estaban desaparecidos.  Después de indagar con nuestras fuentes en Bogotá y Medellín, redactamos a cuatro manos con Beatriz García una noticia que fue bomba mundial y que daba cuenta del posible asesinato de los hermanos Galeano y Moncada, a quienes Escobar había llamado a rendir cuentas a la cárcel de La Catedral.  La información también indicaba que Fidel y Carlos Castaño, los más temidos jefes paramilitares y que también estaban citados por Escobar en la prisión, no habían asistido a la cita con el jefe del Cartel de Medellín

El escándalo hizo que el gobierno del entonces Presidente César Gaviria Trujillo ordenara el traslado inmediato del capo a Bogotá, misión que le fue encomendada al viceministro de Justicia Eduardo Mendoza, y al Director General de Prisiones, coronel Hernando Navas Rubio, los que terminaron secuestrados en el penal y en poder de los sicarios de Escobar que más que reclusos formaban parte de su primer anillo de seguridad y con los que horas después emprendería la huida. 

La Fuga

Coincidencialmente  el 22 de julio de 1992 también me encontraba en el restaurante Las Acacías, esta vez en de la zona de Chicó,  departiendo con dos apreciados y queridos compañeros y amigos: William Restrepo y Juan Manuel Rodríguez. “Ayúdame a averiguar, algo raro está pasando en La Catedral, BEG.” Aun no habían celulares entonces, pero Caracol nos tenía a sus periodistas dotados con bipper y fue por ahí por donde recibí la primera alerta de la colega, amiga y compañera de Medellín. De inmediato me comuniqué con el director Darío Arizmendi, quien ya tenía versiones de que algo pasaba con el viceministro de Justicia Eduardo Mendoza, quien había viajado en la tarde a traerse a Escobar para Bogotá. La instrucción que de él recibí en ese momento fue de que me trasladara a la Casa de Nariño a reforzar el trabajo pues el Presidente César Gaviria estaba convocando en ese momento consejo extraordinario de seguridad para analizar la situación.

En Caracol Radio tuvimos la fortuna ese día de contar con las fuentes directas de Beatriz Helena García que nos confirmaron el secuestro del viceministro y del director de prisiones, así como con amigos que tenían acceso a lo que ocurría en el Consejo de Seguridad, pues con uno de los asesores del Ministro de Justicia, el Manizaleño Jaime Giraldo Ángel, había hecho una gran amistad en el trasegar por las fuentes judiciales, y tuve la fortuna de que él estaba aquel día sentado cerca a su jefe, en esa reunión en el Palacio Presidencial. Se trata de alguien cuyo nombre nunca voy a revelar desde luego, pero para que tengan una idea de la calidad de fuente que era, les comento que hoy es magistrado de una de las más altas Cortes del país. 

Y fue así como paso a paso esa noche fuimos relatando cada novedad que se iba registrando en la lujosa ‘prisión’, en una jornada periodística épica para nosotros, pero muy triste para el país porque nuevos y aciagos días estaban por venir. 

Seis horas 

Sin duda se trató de la noticia más importante de Colombia del siglo pasado. El cuerpo de Pablo Emilio Escobar Gaviria, el hombre responsable de la muerte de miles de compatriotas entre los que se encuentraban ministros, magistrados, jueces, altos mandos de las fuerzas armadas, procuradores, periodistas, el mismo que indiscriminadamente puso bombas en centros comerciales y sectores populares, que hizo explotar en pleno vuelo un avión repleto de pasajeros, que sembró el terror y el caos en el país y mantuvo por más de una década en jaque a nuestros gobernantes, yacía sin vida en el techo de una vivienda de un sector popular de Medellín, donde  se había refugiado ante el acoso de las autoridades. 

Su caída era inminente, decían las fuentes que nos nutrían de información, pues al cerco tradicional de la persecución le habían sumado el acoso a su familia, ya que aunque se les permitió por esos días a su esposa e hijos abandonar el país, las mismas fueron rechazados en Alemania y otros países de Europa y obligadas a regresar al país en una incómoda situación para el gobierno que además debía brindarles protección. Justamente una llamada al apartamento de Residencias Tequendama donde se alojaban sus seres queridos en Bogotá, terminó finalmente indicándole a los organismos de seguridad el sitio donde se encontraba. Allí fue sorprendido esa tarde del jueves 2 de diciembre de 1993. 

En minutos al master y cabina de Caracol Radio en la zona industrial de Bogotá no le cabía un alma. Los jefes llegaron casi que al instante y mientras los que entonces formábamos parte de las nuevas generaciones del periodismo radial sorteábamos  con éxito los primeros minutos  de la situación, ellos tomaron las riendas de la transmisión, mientras nosotros no dábamos abasto contestando llamadas llamando personajes para entrevistar.  Ya con Darío Arizmendi al frente, realizamos una ininterrumpida maratón de información por casi seis horas, teniendo además en cuenta que estaciones radiales del mundo entero nos estaban retransmitiendo. Fue necesario incluso disponer de una línea y un espacio para que Erwin Hoyos Medina (q.e.p.d.), quien en ese momento hacía sus primeros pinitos en la radio, recibiera las llamadas que entraban del exterior e hiciera reportes de lo que estaba sucediendo.  

Fueron cerca de seis horas al aire, cerca de seis horas en las que todo un país se desahogó, todo el mundo  habló y los habitantes de toda una nación, por primera vez en mucho tiempo, se fueron a dormir tranquilos. Seis horas en las que intensamente viví, el ser periodista.

*Asesor Editorial La Veintitrés

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