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Bogotá y su Bienal de Arte

Por HERNÁN LÓPEZ AYA*

Es triste no estar en Bogotá, para disfrutar la Bienal de Arte 2025 que, por donde se le mire, dejará cosas muy importantes para la ciudad.

Comenzó el 20 de septiembre pasado y se acabará el 9 de noviembre. 50 días de grandes experiencias que tienen como invitada de honor a Ciudad de México y una agenda repleta de intervenciones, exposiciones, eventos, muestras y actividades académicas. 200 artistas son los encargados de convertir a la capital de Colombia en una especie de museo al aire libre, en el espacio público.

¡Además, es gratis!

La BOG25 tiene como trazo principal el Eje Ambiental, que fue engalanado el día de la inauguración con miles de flores. Desde la apertura del trayecto, por allá en 1996, no lo veía tan bonito. Este lugar, sinónimo de la importancia del centro histórico de Bogotá, tuvo un respiro con este evento porque, con el paso de los días, ha sido abandonado por quienes administran la ciudad.

La guía de los “Ensayos sobre la Felicidad”, título con el que se reconoce a la Bienal, invita a pensar en la relación existente entre la ciudad y la búsqueda de su bienestar. Y, también, “a explorar, desde el arte, las múltiples dimensiones de la felicidad, así como sus tensiones, contradicciones y posibilidades en la vida urbana”.

¡La vida urbana! Qué tema más difícil, sobre todo en una ciudad como esta.

Es a partir de este punto que empiezo a cuestionarme, a hacer acto de contrición y evaluar si, de verdad, he sido (o hemos sido) decentes y consecuentes con la ciudad que nos lo ha dado todo. Y si, en realidad, lo hemos aprovechado y nos hemos dado cuenta de que lo tuvimos todo “a la mano” e ignoramos los cambios positivos que pudo causarnos.

Las dudas que aparecen, en mi afán de justificar la relevancia de este evento, de que Bogotá sea sede de algo tan destacado y de no quedarse con un concepto “pandito”, están a la orden del día. Para poder generar estos criterios debo “echar mano” de los recuerdos y comenzar por el principio (hermosos lugares comunes).

La primera pregunta que surge es ¿desde cuándo me interesa tanto el arte? Sensatez en mano, confieso que el tema no lleva mucho tiempo dentro de mi gusto. Trato de entenderlo y mi profesión me dio la oportunidad de conocer varias cosas ligadas a este universo, pero no fue importante hasta hace unos años, cuando “me di de frente” con un fenómeno que me cambió la concepción.

En 2016, mi esposa decidió ir de viaje, visitar a su hermano en Nueva York y, de paso, aprovechar para desmitificar a “La Capital del Mundo”. Después de muchas horas de caminar y de soportar el dolor de nuca, causado por la constante visualización de los rascacielos, el recorrido nos llevó al MOMA, el Museo de Arte Moderno de la ciudad.

Medio aburridos por la contemporaneidad de algunas obras, y pues notoriamente ignorantes de las intenciones de quienes las habían creado, decidimos obviar un par de pisos de la instalación y llegar al piso “fuerte”.

¡Tremenda sorpresa!

Lo primero que nos encontramos y que, en mi caso, generó una sensación “agridulce” (porque tenía alegría, miedo o nervios indescriptibles), fue estar a 20 centímetros del autorretrato de Van Gogh (uno, de los 40 y tantos que hizo). Pasos más adelante, me encontré con “La Noche Estrellada”, cuadro que pintó mientras estuvo internado en un hospital psiquiátrico.

Presa de un vicio temporal, quise ver más. Y el turno, para mi sorpresa, fue para Pablo Picasso y su “Mujer con Mandolina”, un óleo sobre lienzo que pintó en 1910 y que es conocido como su primera pintura ovalada.

Minutos después, para tocar fondo en esta pequeña adicción, (y para que puedan entender algo de esta sensación), me encontré con las “Latas de Sopa Campbell”, de Andy Warhol.

Cuatro obras de las que tenía referencia porque las había visto en algunos libros, o revistas, o programas de televisión. Créanme: la piel se eriza cuando uno ve esas obras tan cerca y siente los pasos de animal gigante.

La segunda pregunta es ¿este gusto será consecuencia de la madurez? Habría que analizarlo. Con los años, los gustos cambian notoriamente.
Un ejemplo de edad avanzada y tranquila, podría ser esa extraña admiración que muchos cuarentones y cincuentones tenemos por los sartenes de cocina, que manifestamos cada vez que vamos a un supermercado o a una grande superficie que vende estos utensilios, entre tornillos, cables y cualquier tipo de cafetera – capuchinera. Un sentimiento que, en años anteriores, era exclusividad de nuestras mamás.

Y la tercera es ¿somos capaces de darle a la Bienal y a la ciudad la importancia que se merecen?

La verdad, y sin temor a equivocarme, creo que muy pocas personas la van a disfrutar. Y muchas otras, no le van a “sacar el jugo”, como se podría. ¿Por qué? Porque Bogotá, que es habitada por todos y por nadie, es un lugar maltratado por la indiferencia, la ingratitud y el irrespeto de la mayoría que la habita. No sería raro que, en épocas de grafiti mal intencionado y polarizado, muchas de las obras expuestas se vean afectadas por la “protesta” mal intencionada.

Conclusión: siempre fuimos felices y nunca lo supimos. Es cierto que el caos “rolo” es insufrible, pero ese “terruño” tiene más cosas buenas que malas. Y esas se extrañan más cuando se vive fuera de sus límites. Hemos sido desagradecidos.

Quienes tengan chance de estar en Bogotá, disfruten la agenda de la BOG25, las 22 sedes que tienen para desarrollarla, los siete ejes curatoriales y el montón de oportunidades que hay para cambiar conceptos, confirmar gustos y conocer la realidad artística y cultural que existe en el país. Siento envidia “de la buena”, de aquellos que tienen estos espacios a la vuelta de la esquina.

¡Aprovéchenla! y dejen que se les erice la piel…


* Comunicador Social y Periodista de la Universidad Jorge Tadeo Lozano con 26 años de experiencia en televisión y Oficinas de Comunicación. Fue jefe de emisión del fin de semana en RTVC NOTICIAS. Ganador del premio de periodismo Álvaro Gómez del Concejo de Bogotá en 2016. Bloguero de KIENYKE durante varios años.


@HernanLopezAya  

Columna de opinión

Las opiniones expresadas en las columnas de opinión son de exclusiva responsabilidad de su respectivo autor y no representan la opinión editorial de La Veintitrés.

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