Esteban Jaramillo Osorio
*Virtuosismo y overol sin vedetismo*
Lo hizo con naturalidad, con soltura, con ritmo sostenido, concentrada. Sabía que cualquier resultado le favorecía porque estaba clasificada.
Confió en su futbol. Argumento suficiente para manejar con autoridad el partido frente a Brasil, un equipo desdibujado, alejado de su deslumbrante historia.
Futbol fogoso el apreciado, con presión intensa, en ocasiones en zonas altas, perturbando y anulando la salida de Brasil.
Serio el equipo, acoplado, decidido y solidario.
James fue más que cualquiera de las estrellas oponentes. Arrasó con su técnica, con sus pases rompe líneas, sus centros en rosca, envenenados, que anunciaban gol en cada jugada.
A ello le sumó una alta dosis de sacrificio, comprometido en la creación y la recuperación, para convertirse en el principal protagonista del duelo, hasta su relevo.
El James, que cotizó por lo alto hace diez años y se esfumó lentamente cuando se le apagaron el fuego y la pasión por competir para entrar en la penumbra de la intermitencia, en conflicto con sus seguidores abrumados por su decadencia.
El mismo que declina en sus clubes, pero deslumbra con la selección.
*Risa producen los que dicen que el 10 ya no existe*.
Las famosas estrellas de Brasil no encandilaron porque la marca firme de Colombia las sustrajo del partido. Vinicius y Rodrigo fueron dos caricaturas marketineras, muy anunciados y poco efectivos.
El primero sucumbió en los duelos frente al férreo patrullaje de Muñoz, que se dio largas para su golazo, tan relampagueante como los anteriores. Atacó como siempre las zonas inactivas, donde para él no había marcas, por sus apariciones sorpresivas. Es estrategia pura.
Recurrió Vinicius a las simulaciones, como lo hacía Neymar, cuando se sentía impotente. Luego se marchó intrascendente.
El escenario fue de la selección Colombia. El entusiasmo del público fue reconfortado con el rendimiento, el resultado y la clasificación.
El gol de Rafinha fue una fantasía, de aquellas que solía ejecutar Brasil en el pasado. Pero, hablando del pasado, el gol de Davinson, fue gol, como aquel de Yepes en 2014 que sacó a Colombia del mundial. Ambos anulados.
Nada ensombrece la clasificación colombiana. Todo lo visto hasta ahora justifica el alboroto optimista del pueblo entusiasmado por el invicto, por el rendimiento de sus jugadores, por el trabajo colectivo, por las sólidas aspiraciones de título y el liderazgo contagioso de su técnico.
Futbol y cabeza. El placer de los resultados. Las ambiciones cimentadas. Sin triunfalismo. Así va Colombia en el paso a paso hacia el título. Esteban J.