Por: ESTEBAN JARAMILLO OSORIO
Dayro, genio, tormenta, espejo de la vida del Once Caldas, símbolo o carga.
Para bien o para mal el clima interior y a su alrededor es tenso. Sus goles sostienen al club, pero sus excesos lo hunden. Su figura divide.
Impacientes están los aficionados por el riesgo de la clasificación a las finales.
Se desconocen sus intenciones ante la finalización de su actual contrato. No se sabe si quiere seguir y si el club lo quiere renovar, considerados los últimos incidentes. La tolerancia de la dirigencia y los técnicos ante él, está pasando factura.
Por ellos, por sus desmanes, su titularidad está en entredicho. Lo grave es que quienes lo relevan como solución, no dan la medida. Ninguno tiene su claridad mental para defenderse en el área.
Cuando todo se veía promisorio, en la mejor campaña de los últimos años, todo se derrumbó entre confusiones, falta de profesionalismo al competir y carencia de fidelidad al club, lo que no compromete sólo al goleador. Otros beben como él y nada sobre el tema se habla.
La lesión de Niche Sánchez, los errores de Aguirre, las torpezas en la definición de Palacios, la ausencia de puntería de Zapata a pesar de sus goles esporádicos, las pocas oportunidades para Ibarguen y la irrelevancia de Quiñones y Zuleta quien es una pálida muestra de su futbol, también influyen en los momentos de tensión que el club vive en la tabla.
Por fortuna están las cuotas de ataque de Barrios, el sacrificio de Riquett, la dinámica de los volantes de marca, Mateo y Mejía, inclinados, por desgracia, a fingir lesiones para manejar los ritmos y el aporte sustancioso de Juan Cuesta por la banda.
El derrumbe del Once, sin margen de error en lo que resta del torneo, merece explicaciones profundas.