La Veintitrés

Dayro La vedette , Aguirre la figura, Arce un crack: Todo un show 

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Esteban Jaramillo Osorio

Tarde redonda. En el abrebocas levitaba Dayro con la afición vestida de blanco a sus pies. Respetuoso fue el beso a la gramilla que lo consagró.

La tv monitoreaba la alegría de la feligresía. La casa de la estrella iluminada por el sol. Ceremonia de reconocimiento con ilustres presencias, incluido el profe Montoya, tan querido por la tribuna, y otros tantos en reparto de lujo, pelones, barrigones, con espacio en la memoria agradecida.

En helicóptero llegó el artillero récord, como viajan los magnates, los gobernantes y las estrellas de rock, en medio de la algarabía de sus seguidores, los gritos invasivos del animador y las zalamerías infaltables de quienes estaban a cargo de la transmisión oficial.

Aprobación colectiva en el festejo. 

Con los crespos hechos quedaron los negacionistas, los escépticos y los cínicos, instalados en contravía de la alegría del pueblo. Quienes ladraron porque vieron cursi la ceremonia y dudaron del triunfo que acercó al equipo a la clasificación, por “excesivo triunfalismo”. 

Quedó demostrado una vez más que el mejor mundo posible lo fabrica el futbol con sus dioses mundanos, que se ganan el reconocimiento, el aplauso y un lugar en la historia de un club.

Dayro fue show sin el balón. En la cancha, en el partido, lo dominó la ansiedad cuando la portería estaba a disposición. Su gol se ahogó entre gritos, no latió.

Uno de sus remates frente a un portero maniflojo y rebotero, lo perdió porque golpeó la pelota con la suela de su zapato, cuando era inminente la anotación.

Frente a las adversidades del partido, el Once ganó. Lo hizo con un golazo de Arce, quien reafirmó su futbol fino, y Aguirre, con sus penaltis atajados, sus reflejos felinos, con vibración especial para los espectadores emocionados. Evitó el salto de la fiesta al ridículo, que en algunos momentos preocupó. Fue la figura del partido.

El trámite del juego careció del aprobado, aunque la crítica se hizo invisible por el show. El resultado lo redimió. Desvertebrado se vio el equipo, por la inferioridad ante la expulsión de Riquet, pero, aunque resbaló dominó a su rival.

De regreso al helicóptero, por la misma vía llegó algún día el Lobo Fischer un delantero goleador, gruñón y peleador. Las aspas del helicóptero por poco devoran al loco Darío, el emblemático hincha, quien intentó llegar al ariete, sin la debida precaución.

Por la misma vía regresó a su narración en Barranquilla, el fallecido Edgar Perea, el mejor locutor deportivo del país, vestido de blanco, después de dos meses de una suspensión, por lanzar groserías en su micrófono, desafiando a la autoridad. La locura invadió el estadio mientras Edgar gritaba “Junior tu papá”.

Y en helicóptero, quiso llevar Pablo Escobar a un reconocido periodista, para liberarlo desnudo en el centro de la cancha del estadio Atanasio Girardot, molesto por sus críticas contra los equipos de la ciudad. 

La humillante maniobra por fortuna fracasó. El periodista nunca volvió a Medellín.

Cosas del futbol para recordar y matizar con historias o anécdotas, cuando la fiesta no tiene límites. 

A todo goleador, todo honor. Esteban J.

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