Por Juan Manuel Galán
El avance tecnológico actual se caracteriza por su ritmo acelerado. En los últimos años, hemos presenciado cómo la inteligencia artificial y la robótica han ampliado su influencia en diversos aspectos de la vida. En el ámbito académico, desde estudiantes de secundaria hasta aquellos que cursan estudios de doctorado, han empezado a utilizar las nuevas herramientas que ofrece la inteligencia artificial en la elaboración de sus trabajos. Del mismo modo, tanto técnicos como profesionales han adoptado técnicas de automatización que permiten la fabricación de productos en menos tiempo o con una mayor calidad.
Es así como la inevitable marcha de la tecnología ya está teniendo efectos tangibles en la realidad social, demostrando su notable capacidad de adaptación a los paradigmas de esta nueva era de avances. Aunque no es la primera vez en la historia que la humanidad ha sido testigo de tales desarrollos, es posible que nos encontremos en el epicentro de una revolución tecnológica de una velocidad sin precedentes. El ritmo de las transformaciones provocadas por la invención de la rueda no puede compararse con el de las revoluciones industriales de los siglos XVIII y XIX, ni estas con la actual era de digitalización, el Internet de las Cosas y la integración de la Industria 4.0.
Quizás por esta razón, además del entusiasmo que genera, resulta imperativo adoptar un enfoque crítico que nos permita comprender y abordar las implicaciones de esta nueva revolución tecnológica. Esto es esencial para contrarrestar los posibles sesgos de sus creadores y reducir los impactos negativos que podría tener en grupos vulnerables. Los datos, algoritmos y sistemas de capacitación de la inteligencia artificial a menudo refuerzan estereotipos perjudiciales sobre comunidades marginadas. Además, el riesgo de automatización en tareas rutinarias, si bien afecta a varios sectores, golpea de manera desproporcionada a mujeres mayores con niveles educativos básicos que desempeñan trabajos que requieren habilidades más limitadas.
Así lo advierte el estudio Gender, Technology and the Future of Work, publicado por el Fondo Monetario Internacional en 2018. En promedio, las mujeres realizan más tareas rutinarias que los hombres en todos los sectores y ocupaciones. Por tanto, las trabajadoras corren con el alto riesgo de ser desplazadas por la tecnología en las próximas dos décadas, pues los cargos profesionales y gerenciales siguen siendo ocupados principalmente por hombres. Por esta razón, es necesario fortalecer y actualizar las políticas públicas de educación, formación y fuerza laboral enfocadas en las comunidades que, previsiblemente, afrontarán mayores dificultades económicas en el futuro.
Deben implementarse programas de reentrenamiento y abordar la brecha de género en posiciones de liderazgo, de forma que la transición tecnológica no perpetúe la desigualdad. Capacitar a las mujeres en habilidades digitales y de liderazgo no solo mitigará el riesgo de desplazamiento laboral, sino que también fortalecerá su participación en sectores emergentes y de alta tecnología, los cuales son cruciales para la economía del futuro. Además, es fundamental que las políticas laborales y de educación se adapten para fomentar un entorno más inclusivo, donde mujeres y hombres tengan igual acceso a oportunidades de desarrollo y avance profesional en la era de la automatización.