Por Julián Escobar
Los casos de poderosos contra gente del común donde el primero es rodeado por amigos, socios, conexiones y sale impune son muy comunes en la sociedad. De los primeros que se tiene conocimiento en el siglo XX fue el de Buenaventura Nepomuceno Matallana, quien tuvo una novela titulada el Doctor Mata, por los eventos de los años 40, donde asesinó a siete personas. No solamente ese evento aterró a la sociedad bogotana, sino que su método calculador, donde se descubrió que no tenía ningún título de abogado, hizo que la sociedad quedara sorprendida de la argucia. En toda la historia del país donde los malos se vuelven buenos a punta de artimañas, los buenos se silencian por temor a represalias o sólo porque creen que se les acabará la vida en procesos eternos en el país de la casuística y las leyes para terminar pobres por un proceso que se archiva por vencimiento de términos y con todas las partes desprestigiadas, ante el público que mira todo como una novela de entretenimiento, es importante recordar esta historia.
De origen boyacense, Matallana se convirtió en uno de los abogados más exitosos de la sociedad bogotana. Tenía clientes distinguidos que confiaban en él y de esta manera aprovechó para buscar víctimas que tuvieran estilos de vida solitarios, polémicos, pero acaudalados y así engañarlos para quedarse con sus bienes luego de asesinarlos y desaparecerlos. Por supuesto que las artimañas como afirmar que su cliente se había ido de viaje, le había dado algún poder, entre otros, ayudaban en el tema. Muchas veces las víctimas tenían problemas económicos que el tinterillo Matallana solucionaba milagrosamente. En uno de los asesinatos, un personaje que tenía abundantes deudas con los bancos desapareció para luego dar un poder general al abogado para que pagara deudas y le envió los rendimientos de la producción. Por supuesto un hombre sin acreedores, alejado de su familia y sin mayores compromisos no hacía falta. De vez en cuando el finado enviaba telegramas que en realidad eran obra de su victimario y así poco a poco se olvidaba el asunto, ya que el familiar era una molestia para sus allegados por tantos problemas.
Una de sus víctimas fue Alfredo Forero, quien vivía sólo con su ama de llaves y fue ultimado luego de que fuera junto con el falso abogado a ver unos lotes muy económicos en el páramo de calderitas en Chipaque. Acá se presta un cambio en todo lo ocurrido ya que al intentar llevar a cabo el operativo de rematar la casa del difunto y echar a la ama de llaves mediante un poder, el caso se volvió mediático ya que esta fue a buscar a los medios de comunicación. Los casos anteriores habían sido discretos precisamente para no levantar sospechas. Este sería muy diferente. Ya develado el misterio, empezó el desfile de allegados de las víctimas que se dieron cuenta de paralelismos con el caso de Calderitas. Un familiar lejano, que le da un poder a Matallana para vender propiedades y sanear deudas, incluidas las de la familia que poco o nada le importó en vida.
Los círculos bogotanos cuestionaron en un principio a los medios de comunicación. No faltaron los comentarios con las típicas frases de: “Pero si el doctor es una persona muy importante” o la famosa “Es que es muy amigo de un familiar mío y eso le puede acabar la vida a la familia, piensen en los hijos”, “Pero ¿cómo le van a creer a la ama de llaves si el doctor es un tipo de mucho prestigio?” Frases que, cambiando nombres y circunstancias, aplican hoy en medio de escándalos que aparecen con otros maleantes. El prontuario comenzó a extenderse para que aparecieran posibles víctimas como personajes en bancarrota, prófugos de buen capital, incluso una proxeneta cuyo único hijo había ido a buscarla a Europa, para luego enrolarse en el ejército francés, donde desapareció. Sin embargo, al mismo tiempo había muchos otros clientes que no tenían inconvenientes. Fue así como existieron muchas dudas de los testimonios. En el último caso expuesto, dos personas, una de muy mala reputación que había huido a París y cuyo hijo terminó en el ejército dejaban demasiadas dudas, más cuando el poder había sido corroborado y autenticado en la notaría. Fue así como parte de la sociedad de la época prefirió el famoso “el problema no ha sido conmigo” y dedicarse a asuntos más importantes que dedicarle tiempo a una novela de periódicos que se mezclaba entre verdades a medias y muchas confusiones marcadas por los aliados de Matallana. También pesaron los socios, cuyos negocios se irían al piso cuando el abogado con su reputación por el piso tomó decisiones como ceder los procesos, entregar inmuebles, vender acciones en empresas prácticamente regaladas para solventar su proceso. A través de estafas, Matallana tenía un capital que hoy le daría para ser cliente VIP en cualquier banco (500 mil pesos de la época) que le daba solvencia y bolsillo para salir prácticamente impune de procesos que terminarían siendo su palabra contra la de otros mientras no fuera evidente que al menos una víctima fuera de su autoría.