Por MARÍA ANGÉLICA APARICIO P*
Es una bella muchacha. Una chica alta, de figura esbelta, ojos verdes y cabellos largos. Protagoniza una novela que ha generado furor, lágrimas y sentimientos de injusticia entre los televidentes. Comenzó como una obra clásica, con excelentes escenarios en Turquía, para transformarse en un relato
de maltrato familiar inconcebible entre los distintos miembros de un mismo clan.
Seyrán Sanli -la belleza de ojos verdes que asume este nombre- desarrolla su papel junto a su novio de ficción, Ferit Korhan, un joven y apuesto galán, de familia adinerada, que se roba el show por sus gruesas cejas color azabache y sus ojos negros. Adorna su cuerpo con vestimentas sueltas, zapatos deportivos, una cadena de oro y alguna manilla de cuero. En los primeros capítulos, catapulta al televidente por su extraordinario porte varonil.
Seyrán y Ferit son los novios que, sin libertades ni derechos, se ven obligados a casarse, al igual, que en otros enlaces de la vida real. No pueden unirse por razones como lo serían los hijos, los intereses comunes, las almas gemelas, el sí queremos, o por vivir una aventura de caídas, tropiezos, amarguras y triunfos.
El abuelo de Ferit -un patriarca musulmán- y el padre de Seyrán -un tipejo sin escrúpulos- arma el matrimonio de estos dos jóvenes que se encontraron de repente y antes de casarse, en una pequeña tienda de granos de café. Fue un choque del destino, algo espontáneo, que llegó y voló. Uno miró al otro, hubo cruce de palabras, y luego, cada quien siguió el camino rumbo a su casa.
Ninguno de los dos quería casarse; Ferit Korhan porque tenía veintidós años, y ella, unos dieciséis. Seyrán soñaba con entrar a la universidad y estudiar arte para dedicarse al diseño. Ferit había dejado Nueva York para regresar a Estambul, a la casa de su abuelo Halis Agha cuya mansión se encontraba en un increíble rincón de la ciudad turca. Era una morada espaciosa, de grandes ventanales, con vista sobre el mar, en donde, –según narrativa de la novela- “cada cuarto de la mansión constituye una casa”.
Pero los ataron de la cabeza a los pies. Los amarraron por el cuello como un costal. Un buen día, entre miedos y berrinches, se celebró la boda. La hermosa Seyrán fue amenazada por su padre si no se casaba. Y el joven Ferit obedeció a su abuelo, más por intriga y por burla, que dispuesto a comenzar un capítulo distinto a sus correrías por Nueva York.
“El Chico de Oro” es el título de esta apasionante novela de dolor, de confrontaciones, de gritos y de embustes. El chico revestido de oro -el guapo Ferit- heredará algún día, como ninguno otro de su familia, la fortuna de los Korhan. Pero casado y sin ahorros propios, seguirá ocupando la mansión familiar en compañía de sus padres, su hermano y sus cuñadas. Seguirá siendo el niño mimado, el fan de las redes sociales de la novela; el joven que persiguen las chicas cuando llega a una discoteca, se muestra, y baila acobijado por el ritmo de la música tradicional.
Más allá de la relación que surgirá entre Ferit y Seyrán, la novela es una muestra, implacable, del protocolo que deben acatar las mujeres musulmanas, débiles e indefensas ante el machismo que ejercen los padres y los abuelos. Sean casadas, solteras o viudas, viven bajo el carnaval de la sumisión, con mínimas libertades y derechos dentro de sus hogares. A veces parecen unas costosas porcelanas de vitrina.
Quienes marcan pautas, decisiones y comportamientos son los patriarcas, hombres experimentados y de edad. Halis Aga -en la novela- representa el pesado rol del patriarca que impone sus leyes personales para gobernar a su familia. Es un hombre duro, inflexible, que oculta sus emociones y sus dolores del pasado.
La novela plantea que las personas mayores -los patriarcas- deciden quién se casa con quién. A la hija o nieta, en edad de casamiento, se le busca un pretendiente. Un buen día se presentan las familias. Enseguida comienza el juego de la dote. ¿Vivienda? ¿Carro? ¿Una casa de campo? ¿Tierras sin cultivar? ¿Caballos? La dote es la venta de unas hijas a cambio de unos bienes. Una transacción de tire y afloje hasta que ambas partes quedan satisfechas.
Cuando se crea una guerra entre los casados, -según la serie- los patriarcas deciden el divorcio. En estas circunstancias, las mujeres se repliegan. Pero eso sí, hacen gestos, suben los hombros, cubren sus caras espantadas, lloran en silencio, tiemblan, se agarran la cabeza. Sin embargo, su inmovilidad es absoluta: no intervienen en público.
Una jerarquía de mando, además, predomina entre ellas. La esposa del hijo mayor es quien comanda, desajusta o dirige los enredos de familia cuando el patriarca lo permite. Las demás integrantes del clan, parecen fichas de ajedrez: están sobre el tablero, pero en un apremiante jaque mate.
Por costumbre, los solteros y casados conviven bajo el mismo techo, como todos los Korhan de la novela. Si el patriarca tiene riqueza, se quedan en torno a ese espacio confortable, único, que es atendido por un batallón de criados asalariados. Con dinero en abundancia, los guardaespaldas, las empleadas domésticas, los jardineros, los choferes y los carros, hacen parte del show, como también, la visita a restaurantes elegantes, el hospedaje en hoteles de lujo y los viajes de descanso a sitios mágicos de Turquía.
Los problemas se discuten, abiertamente, en los salones de la casa, o en la terraza con vista privilegiada al mar -si se tiene-. Nada puede ocultarse en respuesta a la verdad y al Corán como libro sagrado. Las mentiras, por elevadas que sean, no son cheque de aceptación. Y menos, el mal comportamiento en público, o en privado, arrullados por el alcohol y el coqueteo indebido.
“El Chico de Oro” mantiene la fiel costumbre -musulmana- de que la mujer no puede salir sola de su casa y deambular por la ciudad. Alguien debe acompañarla en sus paseos: varón o mujer. Regresar a casa sin alguien que la proteja es inadmisible. ¡Un espanto vestido de pecado! En esta novela de costosas escenografías, la existencia del machismo frente al tesoro de la vida, sus mujeres, se evidencia en alto relieve.
*Periodista de la Universidad de La Sabana. Catedrática y escritora bogotana. Lectora . Apasionada por las buenas redacciones. Dedicó más de treinta años a la enseñanza del castellano