Por JUAN MANUEL GALÁN*
Sin estado de derecho no hay democracia, tampoco justicia ni paz. Suena a lugar común, pero en el mundo según Donald Trump y en la Colombia del Estado de opinión 2.0 de Gustavo Petro, no lo es. Los regímenes autoritarios de izquierda y de derecha tienen narrativas “distintas”, pero hacen lo mismo, ambos recurren a la mentira y la calumnia para descalificar a sus opositores, sustituyen el dato por el dogma, la evidencia por la ideología. Dicen lo que mucha gente quiere oír, pero evitan dar a conocer lo que los ciudadanos necesitan saber. El culto a la personalidad del mesías los enceguece, las instituciones democráticas, el equilibrio de poderes, los pesos y contrapesos, el debido proceso les estorba. No les importa desacatar los fallos de la justicia, su objetivo es deslegitimar el poder judicial, instrumentalizarlo para perseguir a sus opositores o descalificarlo cuando son llamados a responder por corrupción, tachándolo de persecutor político.
El autoritarismo de derecha usa el nacionalismo y las preocupaciones de seguridad para justificar sus acciones. Invocan amenazas a la soberanía nacional o a la seguridad pública, para imponer medidas draconianas que restringen las libertades individuales y debilitan la independencia judicial. No reparan en manipular marcos legales, para suprimir la disidencia, silenciar la oposición y mantener su control sobre el poder.
El autoritarismo de izquierda defiende en su discurso la justicia social y la igualdad, pero no tiene reparo en su impostura de intérprete del pueblo. En su búsqueda por redistribuir el poder y los recursos, pasan por alto los procedimientos legales establecidos, lo que termina por socavar las mismas instituciones destinadas a salvaguardar la democracia. Aceitan con dineros públicos una maquinaria digital a su servicio. La concentración del poder y los negocios en manos de unos pocos, junto con la erosión de los controles y equilibrios, crea un terreno fértil para el abuso de poder.
Gustavo Petro, ejerce la presidencia en función de sus veleidades personales de salvador de la humanidad, con un discurso político gubernamental de campaña electoral que escala todos los días en lo virulento, incendiario y violento. Su ambición es permanecer en el poder a costa de lo que sea, incluso de un baño de sangre. Petro, no fue el primer presidente de izquierda ni tampoco quiso gobernar como tal, se dedicó a improvisar y distraer su incompetencia para ejecutar, administrar y gerenciar. Históricamente, la República liberal de Enrique Olaya Herrera, Alfonso López Pumarejo, Eduardo Santos, Alberto Lleras y Carlos Lleras, fue un frente de verdaderos gobiernos reformistas que modernizaron socialmente el país sin violencia, sin marxismo, sin rupturas institucionales ni alianzas con la mafia.
La concentración del poder en los regímenes autoritarios conduce a una corrupción generalizada, porque los líderes priorizan la lealtad sobre la competencia. Los regímenes autoritarios, son el SIDA de las democracias. Acaban con su sistema inmunológico hasta matarlas. Al igual que para el síndrome de inmunodeficiencia adquirida, la democracia no tiene una vacuna contra el autoritarismo a corto plazo que sería a mediano alcance una pedagogía para el despertar de la conciencia colectiva democrática. Sin embargo, el TAR o terapia antirretroviral contra los embates del autoritarismo, es un frente común de toda la sociedad para resistir, respaldar y apoyar a las altas cortes que hoy encarnan el estado de derecho en Colombia.
*Director Nacional del Nuevo Liberalismo