En hogares, iglesias y verbenas de todo Colombia, las familias han iniciado las tradicionales novenas navideñas, un ritual de nueve días consecutivos que precede al 25 de diciembre para conmemorar el nacimiento de Jesús. Estas reuniones familiares se llenan de alegría con el canto de villancicos emblemáticos como «Mi burrito sabanero», «Tutaina», «A la nanita nana», «Los peces en el río» y «Antón tiru riru riu», cuyas melodías y letras evocan la esencia de la Navidad colombiana.
Desde el comienzo de diciembre, este costumbre une a las comunidades en una celebración que combina devoción y folclor, donde los participantes entonan con entusiasmo versos como “Con mi burrito sabanero, voy camino de Belén, si me ven, si me ven, voy camino de Belén (…) el lucerito mañanero ilumina mi sendero” de «Mi burrito sabanero», o “Tutaina, tuturumá, tutaina, tuturumaina, los pastores de Belén vienen a adorar al niño. La Virgen y San José los reciben con cariño (…)” en «Tutaina». De igual manera, resuenan “A la nanita nana, nanita ea, nanita ea, mi Jesús tiene sueño, bendito sea, bendito sea (…)” y la juguetona “La virgen se está peinando, entre cortina y cortina. Sus cabellos son de oro y el peine de plata fina, pero mira cómo beben los peces en el río, pero mira cómo beben por ver al Dios nacido. Beben y beben y vuelven a beber (…)” de «Los peces en el río», culminando con “Jesús al pesebre, vamos a adorar. Jesús al pesebre, vamos a adorar. Ya dormido en el regazo, de María, el salvador, va soñando dulcemente, música y cantos de amor (…) Antón tiru riru riu” de «Antón tiru riru riu».
Una tradición con raíces milenarias
Estos villancicos, originarios de la Edad Media y el Renacimiento, fueron adoptados por la Iglesia católica para transmitir mensajes religiosos, y en Colombia se han asimilado con un tono local que los integra perfectamente a las novenas de aguinaldos. Así, marcan el inicio de las festividades navideñas en el país, fortaleciendo los lazos familiares y comunitarios durante estos nueve días de oración y canto ininterrumpidos.
En Manizales y otras ciudades colombianas, esta práctica no solo preserva el patrimonio cultural, sino que invita a grandes y pequeños a revivir la magia del Niño Dios, preparando el corazón para la Nochebuena con una devoción que trasciende generaciones.

















