Por HERNÁN LÓPEZ AYA
Debo reconocer que no me acuerdo de qué le regalé a mi mamá en el último día de la madre. Y tengo el argumento perfecto para la defensa: la última vez que le celebramos el día, con mi hermana, fue en 1988; apenas natural que se me olvidara.
Ese fue un año que, a decir verdad, no fue nada grato.
Pasaron varias cosas complicadas y ella, a pesar de su fortaleza, perdió la batalla. Una enfermedad no le dio tregua y le ganó. Pero no se fue sin antes dejar, en todas las personas que la conocieron, su versión de mujer guerrera, amable, humilde, pechichona, alcahueta, divertida, mamagallista y amorosa.
Mañana será otro día sin ella, sin felicitarla materialmente por haber hecho bien la tarea, sin comprarle algún detallito, sin darle un beso a manera de agradecimiento.
Pero si será una jornada para recordarla y para contarle al mundo que tuve la mejor mamá del mundo, a la que no le tembló la mano a la hora de defender a su “morena” y a su “grillo, la que siempre priorizó el beneficio de su familia, a la que todos conocieron como “profesora Laurita” y celebraron algún día haber recibido sus clases o el haber educado a sus hijos.
¡Fue una tesa!
A pesar de su ausencia, la vida me dio revancha. Y me ha permitido estar cerca de mujeres a las que, con solo una llamada, puedo darles un saludo de celebración. Varias amigas, dos suegras, mis tías, mi abuela y mi hermana Mónica hacen parte de ese grupo.
Y claro: a mi hija menor, Lupita, que es la mamá del gran Lucas, desde hace dos años y a quien hoy le diremos por segundo año “feliz día de la madre”. Nunca me la imaginé como mamá a tan temprana edad; pero tampoco me la imaginé “echándose” la responsabilidad al hombro y esforzándose, como una “berraca”, por construirle un mejor futuro a mi nieto y su nueva familia.
Esa es, tal vez, una de las grandes formas de homenajear a mi vieja: estar pendiente. Hay algo que el ser humano generó, como consecuencia de su ego y orgullo, que se llama ingratitud. Y se nos volvió costumbre alejarnos de las personas que queremos o han sido importantes en nuestras vidas. Dejamos pasar el momento o los momentos, sin importar lo que perdemos.
Cuando crecemos vamos a la universidad, nos dedicamos a nuestros amigos, tenemos novia, conseguimos trabajo, ganamos dinero, hacemos una nueva familia y se nos olvida que “la vieja” siempre ha estado o estuvo ahí para apoyarnos, empujarnos, levantarnos, regañarnos, orientarnos. Solo cuando tenemos problemas nos acercamos y esperamos que ella nos reciba con los brazos abiertos, recompensa que en el 100 por ciento de los casos recibimos.
Por eso es tan importante, en mi concepto, hacer esa llamada; o dar ese abrazo, o enviar ese regalo, o dar ese beso. Sin bien es cierto que este día, a nivel comercial, es uno de los más importantes del año en Colombia, también debemos tener en cuenta que en “estos días”, desde hace años, han sido reportados los números más altos de agresiones a mujeres, por cientos de motivos injustificables e inaceptables. Y debemos rechazar esto sin dudarlo, sin pensarlo.
¡Pero también, insisto, debemos celebrar el día!
No hay nada que más signifique para una mamá que sus “polluelos” la destaquen, de cualquier forma, y se sienta querida.
Y eso sí que me hace falta…
Si bien es cierto que mi Má se fue hace rato, todos los días recuerdo sus abrazos, sus miradas, sus carcajadas, sus consejos, sus vainazos y esa voz chillona que retumbaba cada vez que necesitaba hacer un reclamo o llamarnos al orden. Le rezo, le doy las gracias por todo, le pido que no deje de vigilarme y le ruego “al duro” que la tenga a su diestra.
Esa es mi estrategia. Con esta rutina no dejo que sus imágenes se vayan (esas imágenes de ser humano). Y fue por esta razón, por conservar su recuerdo alegre, que el día de su velorio no me acerqué a su féretro y no quise ver como sus restos bajaban a ese hueco terrorífico que llamamos tumba.
En realidad, fue una decisión inteligente.
Así como la de celebrar. Los invito a que dejen lo que están haciendo, si es necesario, y vayan donde “sus viejas” o “sus cuchas”, les den las gracias y les demuestren que sus esfuerzos han valido la pena. Que les digan que no están solas, que las quieren, que son necesarias para sus vidas.
Yo sigo rezándole a la mía; y contándole cosas como si me hubiera conocido después de mis quince años, o después del año 88, cuando decidió emprender camino. Cada día la siento más cerca y eso me alegra la vida; me permite ser feliz, a pesar de tenerla tan lejos.
Créanme: ellas no necesitan salidas a restaurantes o joyas costosas. Las mamás lo que más agradecen es ATENCIÓN. ¡Disfrútenlas!
¡Feliz día, Má!
@HernanLopezAya
*Comunicador Social y Periodista de la Universidad Jorge Tadeo Lozano con 26 años de experiencia en televisión y Oficinas de Comunicación. Fue jefe de emisión del fin de semana en RTVC NOTICIAS. Ganador del premio de periodismo Álvaro Gómez del Concejo de Bogotá en 2016. Bloguero de KIENYKE durante varios años