La hora del salto estructural: Colombia y su deuda con el fútbol femenino

Fotos: Federación colombiana de Fútbol y @copaamerica
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El fútbol femenino colombiano vive un momento agridulce pero esperanzador. Se ha recorrido un largo trecho: de la casi inexistencia de apoyo hace 10 años, a tener hoy subcampeonas de América admiradas internacionalmente. Queda otro trecho por recorrer, quizás el más difícil, que implica cambios estructurales y decisiones valientes.

Si Colombia logra dar ese paso –profesionalizando su liga, apoyando integralmente a sus jugadoras, y rodeándolas del mejor liderazgo disponible– no hay razón para que no pueda alcanzar la gloria en el corto o mediano plazo.

Por SAMUEL SALAZAR NIETO

Mayra Ramírez y Linda Caicedo (Fotos: FCF)

Este contexto ha encendido en Colombia un debate intenso sobre el estado real del fútbol femenino nacional. Por un lado, se celebra la notable evolución en el nivel de las jugadoras y los logros recientes (subcampeonas continentales, cuartofinalistas mundiales y olímpicas). Por otro lado, se evidencian brechas importantes en estructura deportiva frente a las potencias, especialmente en la calidad de las ligas, la inversión en recursos y la preparación técnica. Muchos se preguntan qué hace falta para dar el salto de calidad definitivo que lleve a Colombia de ser animadora a campeona. A continuación, analizamos la realidad del fútbol femenino colombiano tras la Copa América 2025, comparando su situación con las ligas de Europa y Brasil, y examinando el polémico tema de la dirección técnica de la selección.

Brecha con Europa y Brasil: inversión, ligas y apoyo profesional

Las diferencias entre el entorno del fútbol femenino en Colombia (y en general Sudamérica) y el de Europa son abismales. En Europa, las ligas femeninas están plenamente profesionalizadas: los grandes clubes invierten fuerte en sus equipos femeninos, los partidos atraen multitudes y se reparten premios millonarios en torneos oficiales. Mientras en el Viejo Continente los estadios se llenan y hay premios millonarios, en el Nuevo Mundo abundan las tribunas vacías y constantes quejas sobre la organización de las competencias. Por ejemplo, en la Eurocopa Femenina 2025 se registró un récord de asistencia con más de 620 mil espectadores antes de la final, y 22 de 24 partidos de fase de grupos con boletería agotada, además de distribuir 41 millones de euros en premios.

En contraste, la Copa América femenina en Ecuador se jugó ante graderías semi-vacíass, sin siquiera usar VAR hasta las rondas finales, y con deficiencias logísticas básicas que provocaron críticas de las propias jugadoras . La legendaria brasileña Marta lamentó públicamente el bajo nivel de organización en Sudamérica –como haberlas obligado a calentar en un cuartito cerrado porque no les cedieron la cancha– y exigió a la Conmebol el mismo estándar profesional que se les pide a las futbolistas. La diferencia de trato es clara: en Europa el fútbol femenino se ve como una oportunidad de desarrollo y negocio, mientras que en Sudamérica todavía se asume “por obligación” y con poco compromiso real de directivos y patrocinadores.

Foto: IG Selección Colombia Femenina /FCF

En Brasil, sin embargo, se han empezado a cerrar algunas brechas internas gracias a medidas de apoyo estructural. La Confederación Brasileña de Fútbol obligó desde 2019 a que los clubes masculinos de primera división tengan también equipo femenino, lo que multiplicó la cantidad de conjuntos y jugadoras en competencia. Asimismo, equipararon viáticos y premios de selección nacional entre hombres y mujeres desde 2020, e inyectaron recursos adicionales (unos 4,1 millones de dólares en 2024) para fortalecer la liga femenina brasileña. Estos pasos han contribuido a que Brasil siga liderando en Sudamérica y compitiendo dignamente a nivel mundial. No obstante, incluso allí persisten desafíos en busca de mayor igualdad, ya que las futbolistas todavía cuentan con menos apoyo, salarios inferiores y patrocinio limitado en comparación con los hombres.

En Colombia, por desgracia, la liga profesional femenina aún dista mucho de esos estándares. El torneo local se creó apenas en 2017 y tras siete ediciones sigue adoleciendo de competitividad y sostenibilidad, muy por debajo del nivel de dedicación y trabajo de las jugadoras colombianas. Muchas futbolistas no tienen contratos estables durante todo el año –el 15% no tuvo contrato en 2023– y casi la mitad gana apenas salario mínimo o incluso menos. De hecho, una investigación reveló que en años recientes los clubes colombianos acordaron topes salariales indignamente bajos: jugadoras sub-20 recibiendo solo $150.000 pesos (considerado un subsidio de transporte) y las referentes ganando entre $3 y $4,5 millones de pesos mensuales como máximo – cifras muy por debajo de los estándares internacionales. Para dimensionar la brecha, Linda Caicedo gana alrededor de €30.000 mensuales (unos $125 millones de pesos) en el Real Madrid, y Mayra Ramírez cerca de €41.000 mensuales en el Chelsea montos impensables en la liga local. Además de los bajos sueldos, los clubes suelen firmar contratos solo por la duración del torneo corto (unos pocos meses), dejando a las jugadoras en la incertidumbre el resto del año.

La precariedad también se manifiesta en la falta de apoyo multidisciplinario. En Europa es habitual que los equipos cuenten con nutricionistas, fisioterapeutas, preparadores físicos especializados e incluso psicólogos deportivos para sus plantillas femeninas. En Colombia, varias jugadoras han denunciado que muchas veces deben costearse tratamientos médicos o terapias de recuperación por su cuenta debido a la ausencia de personal médico permanente en los clubes. Si bien la Federación Colombiana de Fútbol anunció inversiones importantes en las selecciones femeninas (más de $38.000 millones de pesos en los últimos años), ese respaldo no se traduce aún en una estructura sólida de base: la liga continúa entre la improvisación y la precariedad. Los horarios de partidos frecuentemente son poco amigables para atraer público o televisión, y la difusión mediática es limitada. Todo esto contrasta con la realidad de países europeos donde el fútbol femenino tiene visibilidad mainstream, calendarios estables y torneos largos de ida y vuelta.

Jugadoras de élite: talento colombiano en ascenso

A pesar de los obstáculos mencionados, la calidad individual y colectiva de las futbolistas colombianas ha crecido exponencialmente en la última década. Los resultados deportivos recientes así lo evidencian. Colombia alcanzó los cuartos de final del Mundial 2023 (mejor actuación histórica) y repitió cuartos de final en los Juegos Olímpicos de París 2024, donde estuvo a punto de eliminar a la poderosa España, vigente campeona mundial.En aquel recordado partido olímpico, la Tricolor llegó a ponerse 2-0 arriba contra las españolas y solo cedió el empate en los minutos finales, cayendo finalmente por penales en una definición dramática. Competir de tú a tú con selecciones top del mundo revela que el potencial deportivo de nuestras jugadoras ya está al nivel de la élite, o muy cerca.

Un factor clave en esta evolución ha sido la experiencia internacional que muchas jugadoras han adquirido. Cada vez son más las colombianas que emigran a ligas competitivas de Europa, Norteamérica y otras partes del globo. En los últimos años se ha duplicado la exportación de futbolistas colombianas, llegando a destinos de primer nivel gracias a su calidad y talento.Según cifras de clubes formativos, en seis años la salida de jugadoras al exterior aumentó un 50%. Esto no solo mejora las condiciones económicas de las futbolistas, sino que las expone a entrenamientos, entornos tácticos y exigencias de alta competencia que elevan su rendimiento.

Gracias a esta generación dorada, la selección Colombia cuenta hoy con una base de jugadoras técnicamente dotadas, físicamente preparadas y mentalizadas para grandes retos. Durante la Copa América 2025 se evidenció una madurez competitiva inédita: Colombia goleó 8-0 a Bolivia, superó momentos difíciles en la fase de grupos y semifinal, y en la final mostró personalidad para plantarle cara sin complejos a la todopoderosa Brasil.

Sin embargo, a pesar del innegable progreso en calidad de las deportistas, este éxito puede ser engañoso si no se consolida con estructuras sólidas. Muchas de nuestras figuras se forman prácticamente a pulso, saliendo adelante por su talento individual y determinación, más que por un sistema local que las potencie. Por eso los expertos insisten en que Colombia podría alcanzar cotas aún mayores si logran equiparar las condiciones de preparación a las de las potencias. El techo competitivo de esta selección quizá esté más limitado por factores externos (liga débil, apoyo insuficiente, dirección técnica) que por el talento de sus jugadoras. En otras palabras: las jugadoras han dado un salto de calidad, ahora el entorno debe acompañar para no desaprovechar esa ventaja.

El talón de Aquiles: la dirección técnica en entredicho

El joven DT Ángelo Marsiglia ha estado bajo la lupa tras las recientes campañas de la selección. Aunque logró el subcampeonato sudamericano, muchos cuestionan si es el indicado para llevar a Colombia al siguiente nivel. Paradójicamente, en medio del crecimiento deportivo del plantel, la dirección técnica se ha convertido en el punto más discutido. Su balance en el banquillo hasta ahora es modesto: en 35 partidos al mando obtuvo 12 victorias, 12 empates y 11 derrotas (rendimiento del 45.7%). Si bien consiguió resultados importantes –clasificación olímpica, subcampeonato continental– también es cierto que falló en momentos clave donde la gloria estaba al alcance. Los críticos señalan que a Marsiglia “le quedó grande” la final contra Brasil, con decisiones tácticas cuestionables y falta de reacción para cerrar el partido cuando Colombia tenía ventaja. Haber estado arriba en el marcador tres veces y no poder sostener la victoria indica problemas de manejo de partido. Asimismo, se recuerda el partido del Grupo B ante Brasil: Colombia no pasó del 0-0 pese a que Brasil jugó con una futbolista menos desde el minuto 24 por la expulsión de su arquera. Esa superioridad numérica no se tradujo en triunfo, evidenciando dificultades del cuerpo técnico para plantear soluciones ofensivas ante un rival diezmado.

Otro lunar fue la eliminación en los cuartos de final de los Juegos Olímpicos 2024 frente a España. Colombia ganaba 2-0 a la campeona mundial, pero el equipo se replegó en exceso, perdió el control psicológico del partido y terminó cediendo el empate; finalmente cayó en penales. Varios analistas consideran que esa derrota pasó por detalles de experiencia y conducción técnica: quizás a una entrenadora o entrenador con mayor bagaje no se le escapan ventajas de ese tipo en instancias decisivas. En resumen, a Marsiglia se le achaca su juventud e inexperiencia para gestionar encuentros de alto voltaje, así como deficiencias en la comunicación y motivación del grupo en momentos críticos. Si bien nadie duda de sus conocimientos tácticos ni de su buena intención de trabajo, dirigir al más alto nivel exige un liderazgo que todavía estaría “en construcción” en su caso.

Angelo Marsiglia, técnico de la Selección Colombia Femenina de Mayores (Fotos: FCF)

El debate entonces es candente: ¿debe Colombia sostener el proceso con un técnico joven nacional, o buscar un cambio de timón que aproveche el mejor momento generacional de sus jugadoras? Tras la caída en la final continental, muchos expertos y aficionados opinan que se necesita un salto de calidad en el banquillo para pelear títulos. Reconocidos periodistas deportivos como Diego Rueda de Caracol Radio, han revelado que dentro de la Federación Colombiana de Fútbol se llegó a contemplar seriamente la contratación de una directora técnica extranjera, preferiblemente europea, para conducir a la selección femenina. La idea sería traer a alguien con recorrido internacional probado, que pueda aportar ese “plus” estratégico y de mentalidad campeona que a veces solo se adquiere compitiendo en las grandes ligas del mundo. De hecho, Brasil ya marcó ese camino hace unos años cuando contrató a la sueca Pia Sundhage (bicampeona olímpica) como entrenadora, elevando considerablemente el nivel táctico de su selección.

Sin embargo, la postura oficial de la Federación hasta el momento ha sido de respaldo a Marsiglia. Al día siguiente de la final perdida, directivos de la FCF desmintieron públicamente los rumores sobre buscar una entrenadora extranjera y ratificaron su confianza en el actual DT. Argumentan que el rendimiento global no ha sido negativo (subcampeón sudamericano, buenas presentaciones en Mundial y Olímpicos) y que un proceso requiere tiempo y estabilidad. El presidente de la Federación, Ramón Jesurún, elogió el compromiso y la entrega de las jugadoras bajo este cuerpo técnico, asegurando que “ellas y las que vienen nos van a dar muchos triunfos en corto plazo”. Según esta visión, Colombia estaría por consolidarse en la élite regional y solo faltaría afinar detalles sin necesidad de cambios drásticos en el banquillo. ¿conformismo? ¿tacañería?. Hay quienes consideran que mientras el fútbol femenino no sea rentable para ellos, no harán el esfuerzo que se requiere para dar el salto de calidad que hoy se necesita.

Un enemigo silencioso: el machismo y la misoginia

Más allá de los factores estructurales, económicos o técnicos, el desarrollo del fútbol femenino en Colombia sigue enfrentando un obstáculo profundo y cultural: el machismo y la misoginia de sectores de la sociedad, e incluso de algunos dirigentes deportivos. Este enemigo invisible —pero muy real— se manifiesta en múltiples niveles: desde el escaso interés institucional por profesionalizar las ligas femeninas hasta los comentarios despectivos que minimizan, cuestionan o ridiculizan la participación de las mujeres en el fútbol.

Uno de los casos más recientes y reveladores fue el del propietario del Unión Magdalena, Eduardo Dávila Armenta, quien en abril de 2024 declaró abiertamente su oposición a que las mujeres practiquen fútbol profesional. En sus palabras: “Yo no creo que las mujeres deban estar pateando un balón, eso no es natural”. Estas declaraciones, que evocan visiones retrógradas y excluyentes, generaron una fuerte reacción en redes sociales, pero no hubo una sanción ejemplar por parte de los entes deportivos colombianos. La pasividad institucional frente a episodios de este tipo envía un mensaje peligroso: que el machismo puede seguir operando impunemente dentro del sistema.

En contraste, países como México han empezado a dar pasos ejemplarizantes. En junio de 2024, la Liga MX y la Federación Mexicana de Fútbol suspendieron y sancionaron públicamente al jugador Javier «Chicharito» Hernández, ídolo de la selección masculina, por comentarios misóginos realizados en redes sociales contra la selección femenina. Las sanciones incluyeron un curso obligatorio de sensibilización sobre género y la exclusión de actos oficiales por un periodo determinado. Además, una multinacional de ropa deportiva anunció que no le renovará el contrato de publicidad.Este tipo de decisiones no solo castigan la conducta, sino que visibilizan el problema y promueven cambios culturales en el entorno deportivo.

En Colombia, sin embargo, las decisiones de ese tipo han sido tímidas o inexistentes. El bajo compromiso de algunos clubes, ligas regionales o autoridades locales para invertir en el fútbol femenino no siempre responde a una limitación presupuestal, sino muchas veces a una falta de voluntad ideológica: simplemente, no creen en el proyecto. Este machismo institucionalizado se traduce en ligas mal organizadas, apoyos simbólicos, ausencia de visibilidad mediática y, lo más grave, en la desigualdad persistente en derechos y oportunidades entre hombres y mujeres que practican el mismo deporte.

Combatir este enemigo requiere algo más que reformas normativas o promesas desde la dirigencia. Se necesitan decisiones ejemplarizantes que marquen un antes y un después en la cultura del fútbol colombiano. No basta con celebrar los logros de nuestras futbolistas cada vez que alcanzan una final; es urgente protegerlas, respetarlas y apoyarlas de forma sostenida. Tal como lo expresó recientemente la capitana Catalina Usme: “A las mujeres en el fútbol nos exigen más, pero nos dan menos”. Esa frase resume con claridad la injusticia que aún reina. Si Colombia aspira realmente a consolidar un proyecto competitivo y justo en el fútbol femenino, tendrá que enfrentar con firmeza no solo la precariedad, sino también el machismo que la alimenta.

Lo más triste es el silencio cómplice de los dirigentes y gobernantes del país. La destacada actuación de la Selección Femenina en la Copa América apenas si le mereció un lacónico mensaje de felicitación del Ministerio del Deporte, ni siquiera el Presidente de la República, tan acucioso en pronunciarse cuando la selección de varones clasificó a la Final de la Copa América el año pasado, dijo algo. Es más, las ignoró al no responderles por lo menos al llamado que hicieron varias de las futbolistas para que no se recortara el presupuesto del deporte.

Hacia un futuro más profesional y competitivo

El subcampeonato de la Copa América 2025, aunque doloroso por lo cerca que se estuvo del título, debe verse como un punto de inflexión para el fútbol femenino colombiano. Ha quedado demostrado que Colombia ya compite de igual a igual con las potencias de la región e incluso planta cara a campeonas del mundo en torneos globales. El techo deportivo lo ponen nuestras jugadoras con su talento y coraje, y ese techo cada vez está más alto. Sin embargo, para convertir el crecimiento en campeonatos hace falta cerrar las brechas que aún nos separan de las mejores estructuras. La comparación con Europa y Brasil desnuda que no es suficiente con tener buenas jugadoras; se requieren ligas locales fuertes, inversión sostenida en formación, y entornos profesionales integrales (desde ciencia del deporte hasta marketing) que respalden el desempeño.

Colombia necesita urgentemente fortalecer su liga femenina: que sea de temporada completa, con más equipos y partidos, mejores salarios y condiciones dignas para las futbolistas. Solo así habrá un semillero constante y las jóvenes promesas no dependerán exclusivamente de emigrar para desarrollar su potencial. Asimismo, es clave que los clubes y la Federación asignen recursos a cuerpos técnicos capacitados, departamentos médicos, psicología deportiva y todas las áreas de apoyo que hoy marcan la diferencia en el alto rendimiento. La mentalidad ganadora y la solidez táctica también se construyen con profesionales experimentados guiando el proceso. En este sentido, la discusión sobre el seleccionador/a no es menor: contar con un técnico de prestigio internacional podría ser catalizador de un salto cualitativo, aprovechando que actualmente contamos con quizás la mejor generación de futbolistas de nuestra historia.

No se trata de desmerecer el trabajo de Ángelo Marsiglia, quien ha aportado lo suyo para llegar hasta aquí, sino de reconocer que las exigencias han crecido. Colombia ya no se conforma con “hacer un buen papel”; ahora aspira legítimamente a ser campeona sudamericana y animarse a pelear semifinales o finales en Mundiales y Olímpicos. Para lograr esas metas ambiciosas, hay que aprender de las potencias: tanto Europa como Brasil nos muestran que el éxito sostenido llega cuando se alinean el talento con la inversión y la excelencia en la conducción técnica.

Las heroínas cafeteras ya demostraron que pueden competir sin complejos; ahora le toca a dirigentes y entrenadores estar a la altura de ellas. Solo igualando las condiciones de preparación de las selecciones más poderosas, Colombia podrá transformar sus subcampeonatos en campeonatos y hacer realidad el sueño de ver a nuestras jugadoras en lo más alto del podio. El talento está; falta pulir el camino hacia el título.

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