La migración y el miedo

Foto del día que viajé a Canadá
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Por HERNÁN LÓPEZ AYA*

Nunca, nadie dijo que esto sería fácil. Y más, cuando uno toma una decisión que no solo cambia la vida propia; altera pensamientos, júbilos o compañías de los más cercanos. Unos se alegran, otros analizan, algunos rechazan la idea. Pero ya salimos; y ya le dimos ese giro de 180 grados a la vida que, en mi caso, parece que va por el 90.

Muchas cosas han variado, es obvio. Y acostumbrarse a eso ha tenidos sus “ires y venires”. Por ejemplo, el cambio más reciente es que tengo dos gatas, pequeñitas. Cuando salimos de Bogotá, nos tocó (a mi esposa y a mí) dejar al gran “Horacio”, el gato que vivía con nosotros porque era difícil traerlo. Eso sí: está en muy buenas manos y en un espacio que, gracias a su carácter, adoptó como suyo hace varios años (por fortuna).

O abandonar el oficio (de periodista) y dedicarse a otros con los que, nunca se me pasó por la cabeza, iba a sobrevivir.

Extrañamos un montón de cosas y la más importante es, sin duda, la familia; al grupo que consideramos familia y que lo integran los de sangre, los cercanos, los buenos conocidos.

No obstante, sabíamos que el sacrificio sería grande y pues, sin pensarlo mucho, tomamos la decisión de salir para poder mejorar nuestra vida y poder ayudar, de la mejor manera, a quien lo necesite.

Uno de los grandes consejos que nos dieron, antes de arrancar, está resumido en una frase de abuelo: “a donde fueres, haz lo que vieres”. Es el resumen de “pórtese bien o si no le va a ir mal en un lugar que usted no conoce”.

A eso le hemos apuntado; y nos ha ido bien. Pero el miedo está ahí, presente, rondando la soledad momentánea que, si uno está “de malas”, se convierte en la madre de los errores. Y como si esto fuera poco, la nostalgia también aporta.

Puede sonar arrogante o atrevido, porque no soy una “santa paloma” y he cometido miles de errores en mi vida; pero si uno se porta mal le va a ir mal y no hay quién lo salve. Esto parece una obviedad. Lo que no, son las consecuencias de los actos que, prácticamente, le “joden” la vida a quienes si quieren hacer las cosas bien.

Y eso, en realidad, es lo que está pasando en Norteamérica. Tres “pelagatos” dieron el primer mal paso; el resto se “comió el cuento” de la vida fácil y les arruinó a muchos lo que venían construyendo desde hace varios años, con montañas de esfuerzo.

El tema de la migración y los “graves errores” de algunos migrantes en Estados Unidos se convirtieron en el “caballo de batalla” perfecto para llevar presidentes al poder. Con el argumento de “recuperemos lo perdido”, llegaron las redadas a diferentes partes de ese país y la zozobra para quienes estaban buscando establecerse, de manera decente, en esas tierras. 

Además, el odio y la xenofobia han aumentado de manera considerable. No hay que ir tan lejos para darse cuenta. Consulten cualquier red social y se encontrarán con un rechazo “monumental” a todo lo que tiene que ver con Venezuela y sus venezolanos. 

Y hay que ser claros: No todos son malandros. 

Pero debido a las “gracias” de algunos, creo yo que se han convertido en los latinoamericanos más rechazados y odiados. ¿Se acuerdan cuando ser colombiano era sinónimo, únicamente, de ser Pablo Escobar, carrobombas y narcotráfico descomunal?

Lo mismo deben estar sintiendo los venezolanos que, como consecuencia de la dictadura que se vive en su país, debieron salir de él a buscar mejor futuro en otros lados. Pero a esos “otros lados” han llegado los “malandros” y han “metido las de caminar”. Y créanme, eso da miedo. 

Yo vivo en Canadá, un país con un gobierno cuestionadísimo pero que, en temas de migración, está mucho más tranquilo que su vecino. Sin embargo, hay grandes problemas. Las reducciones ya comenzaron; el aumento en los precios está; la batalla política llega al escenario; el rechazo hacia “lo latino” flota y las personas esperan a que en octubre, con las elecciones, la situación mejore.

Y créanme, eso también da miedo.

Nosotros seguimos adelante, haciendo un gran esfuerzo por vivir de la mejor forma, trabajando, respetando lo que se debe respetar. Pero, para serles sinceros, hay temor; y mucho. Y en esta situación nos encontramos miles de personas que, por cuestiones de la vida, debimos salir de nuestros países.

Alguien me preguntó: ¿Usted no quisiera estar en Colombia? Yo, sin dudarlo, le contesté “claro que sí”. Y no es tan fácil. Nunca me imaginé dejar mi casa, pero me tocó (por varias razones). La vida me está dando la oportunidad de enfrentar esa situación y lo voy a seguir haciendo, mientras me quedan fuerzas (porque no soy un jovencito). Sin embargo, eso también da miedo. 

¿Qué me ha ayudado a afrontar este cambio? El hacerles caso a los consejos de los más viejos y de los que, en realidad, me quieren: “trabaje mucho, no cometa errores, respete los límites de velocidad, no abuse, no sea ventajoso”. Ser migrante no debe ser un problema; pero, por los descaches y la soberbia de muchos, nos han convertido en una especie de “objetivo de guerra”, de lo más indeseable que pueda existir. Y eso también da miedo.

¿Las fuertes medidas funcionarán? ¿Las deportaciones indiscriminadas darán resultado? Habrá que esperar al largo plazo porque, por ejemplo, ya muchos latinos no trabajan ni consumen productos de grandes empresas que apoyan los operativos; hay mercados sin clientes. El ambiente se torna tenso.

Dicen que “la letra con sangre entra”. Y eso, también, da miedo…

@HernanLopezAya

*Comunicador Social y Periodista de la Universidad Jorge Tadeo Lozano con 26 años de experiencia en televisión y Oficinas de Comunicación. Fue jefe de emisión del fin de semana en RTVC NOTICIAS. Ganador del premio de periodismo Álvaro Gómez del Concejo de Bogotá en 2016. Bloguero de KIENYKE durante varios años

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