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Esteban Jaramillo Osorio
Media liga, diez entrenadores en el asfalto y algunos más con taquicardia por la zozobra ante la expectativa del despido.
El poder voraz que los destroza. Tan buenos cuando llegan con sus recetas mágicas, tan malos cuando se marchan con tímidas explicaciones, para evitar vetos cuando regresen al mercado de fichajes.
De por medio, un lacónico comunicado, igual para todos, con hipócritas deseos de un mejor futuro, sin ocultar el placer que producen sus salidas. Descansan con ello los directivos.
La cuerda se rompe por el lado débil, después de riguroso escrutinio a sus resultados, sin importar si hay proceso, o no, o si factores externos incidieron en el rendimiento.
Es la manera más cómoda de afrontar las crisis.
El apoyo les dura hasta cinco minutos antes de ser despedidos, aunque se presume, tiempo antes, cuando los periodistas afines a determinados clubes, enfatizan en sus desaciertos.
Los mismos que aplaudieron sus nombramientos, locuaces sin perdón a los errores.
Pesada carga con estrés, conflictos, mal carácter, con reacciones violentas a las críticas.
Las razones para sus despidos son las malas relaciones con dirigentes y jugadores, los pésimos resultados, las equivocadas decisiones, por no ser modelos de transparencia en su gestión y en la vinculación de futbolistas y por trabajar con empresarios.
Por sus contradicciones, sus caprichos, por negarse a alinear el jugador preferido de los patrones, por sus groserías con prepotencia en sus relaciones, por los choques desafiantes con la prensa, o por no tener conocimientos ni para entrenar ni para dirigir.
Entrenador de futbol, bien remunerado en la mayoría de los casos, al borde del infarto, cerca de la calle, marioneta de camerinos, el causante directo de éxitos y fracasos, condenado a prisión perpetua.
Entrenadores de futbol que se creen los dueños del espectáculo. Refugiados, inactivos, como comentadores en los medios, donde enseñan, como pontífices, lo que en la cancha desconocieron. Algunos que, empalagosos, dicen donde estudiaron, pero nunca lograron aprender. Esteban J.–