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‘Las Poderosas’ y un camino que no ha sido fácil

SelecciónCoombia Femenina Sub 20. (Foto: Fedración Colombiana de Fútbol)
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Por SAMUEL SALAZAR NIETO

El fútbol femenino en Colombia vive un momento dorado. A pesar de la resistencia, la incredulidad de muchos y el escaso apoyo que recibe tanto del Gobierno como de los dirigentes deportivos, ha roto paradigmas en poco más de una década, logrando un reconocimiento mundial.

Lo más destacable es que las futbolistas colombianas se han ganado el cariño de millones de personas, superando misoginia, barreras sexistas, intolerancia y otros tipos de discriminación.

En un país tradicionalmente machista, las mujeres colombianas han roto esquemas al sobresalir en el fútbol y convertirlo en una actividad con identidad propia y prestigio internacional. Este cambio ha transformado la percepción de los roles de género en el deporte.

Históricamente, el fútbol en Colombia ha sido considerado un deporte masculino, y las mujeres han enfrentado numerosos estereotipos y barreras para poder participar. Desde su infancia, tuvieron que jugar con niños, ya que no existían escuelas de fútbol para niñas. Nadie se preocupaba por fomentar el deporte femenino porque se consideraba un territorio exclusivo de los hombres. Sin embargo, su habilidad, dedicación y pasión por el deporte les han permitido ganarse el respeto y el reconocimiento que hoy disfrutan.

Las mujeres colombianas han roto varios paradigmas, demostrando que el fútbol no es exclusivo para los hombres y que ellas también pueden competir al más alto nivel. Esto ha quedado demostrado en las tres últimas ediciones de los Juegos Olímpicos, donde la selección femenina ha llegado más lejos que la masculina. Han participado en campeonatos mundiales en todas las categorías, alcanzando incluso un subcampeonato mundial en la categoría sub-17. El fútbol femenino es importante y, por lo tanto, merece ser apoyado y promovido. Las mujeres han elegido dedicarse a este deporte como una carrera, desafiando la idea de que deben priorizar roles tradicionales y promoviendo la diversidad y la inclusión, independientemente de su género u orientación sexual.

No obstante, el camino por recorrer es largo. A pesar de que las futbolistas colombianas están al nivel de las mejores selecciones del mundo y las enfrentan con gran desempeño, en Colombia apenas cuentan con un torneo que dura menos de seis meses al año. No todos los equipos profesionales compiten en la liga femenina, los salarios son irrisorios, y las condiciones laborales son inaceptables. Como ocurrió recientemente con Yoreli Rincón, algunas jugadoras incluso han sido vetadas por reclamar sus derechos.

Además, muchas ligas no apoyan el fútbol femenino, y en departamentos como Caldas, el tema es tratado con indiferencia. Las barreras mencionadas anteriormente siguen siendo evidentes, y algunos dirigentes afirman abiertamente que no lo apoyan. Algunos incluso aseguran que, si no invierten en el fútbol masculino, menos lo harán en el femenino. Las pocas niñas que logran destacar en ciudades como Manizales y Villamaría deben migrar a otras regiones del país, ya que no reciben apoyo local. Lo poco que se rescata es gracias a la terquedad de quijotes como Josué Jaramillo, quien con mucho esfuerzo logra cada año el apoyo de la empresa privada para sacar adelante un par de torneos en la capital caldense.

Es una posición obtusa y arcaica ante una realidad evidente: un grupo de jóvenes menores de 20 años ha llenado estadios como El Campín de Bogotá (dos veces en menos de una semana, con más de 32 mil asistentes por partido, y habiendo vendido todas las entradas disponibles) y el Atanasio Girardot de Medellín. Es una mezquindad de los dirigentes ignorar o mirar para otro lado frente a hechos como que los mejores equipos del mundo (Real Madrid, Chelsea, Bayern Múnich, Paris Saint-Germain) y en las ligas no solo de Erupa, sino además de Estados Unidos, Mexico, Brasil, Argentina y otros países, en los que alrededor de 50 mujeres colombianas están contratadas para jugar fútbol profesional. Y lo más significativo es que en la actual selección sub-20, que disputa el Mundial, la única jugadora que milita en el exterior es Linda Caicedo, sin duda una de las mejores del mundo.

Nos guste o no, es hora de reconocer la realidad, recoger lo positivo de este proceso que avanza cada vez con mayores éxitos y hacer un gran esfuerzo entre todos, simpatizantes y detractores, hinchas y no seguidores, dirigentes, prensa deportiva y jugadoras, y el país en general, para superar las barreras y la discriminación que aun persisten. Si en las actuales condiciones los resultados son evidentes, seguramente salvando los obstáculos serán extraordinarios.

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