Esteban Jaramillo Osorio
El Once Caldas puso a su favor los momentos decisivos del partido ante América con tres goles maravillosos, incluido el penalti que redimió a su autor, el venezolano Hernández.
Pudieron ser cuatro pero Roldán, el árbitro, pitó una mano que pocos vieron en la cancha, por la complejidad y falta de claridad de las imágenes analizadas.
Fue otra noche fabulosa de Dayro, agigantado, sonriente, alegre en los brindis con la afición que lo ama.
Con simbólica celebración con aguardiente amarillo, el nuevo patrocinador, que presentó con saque de honor del Gobernador de Caldas, Henry Gutiérrez.
Los hinchas acudieron al estadio con la fe intacta y se marcharon felices. Fue una noche deslumbrante, cargada de emociones, con goles inolvidables y nuevo récord para el artillero que lleva años enganchado pasionalmente con las tribunas.
Dayro, que nunca se esconde de movimientos instintivos, el hombre gol, el ídolo del pueblo.
Que, como el equipo, supo agigantarse para enfrentar las vacilaciones y desfallecimientos en la campaña, cuando la valoración negativa lo presentaba como jubilado y el Once disminuía sus opciones. Es la forma estoica del futbol.
Había perdido parte de sus reflejos, sus explosiones en el área escaseaban, ni la habilidad ni la velocidad formaban parte de su repertorio, a diferencia del pasado.
Pero estrepitosos fueron sus remates, para reafirmar su lugar en la historia, convertido en la figura del partido.
Los goleadores como él y los clubes como el Once Caldas, se agigantan cuando crecen las dudas y la resistencia.
El cobro tres dedos, para el primer gol y la caricia al balón de espaldas al arco, para el segundo, son “uno y mil motivos” para la exaltación de su trabajo.
El Once que jugó serio, poco vistoso, pero efectivo, fundamentó las razones de su triunfo, además, en el trabajo colectivo, con una reserva física admirable. El juego desde el corazón, desde la garra, desde el sacrificio.
Qué noche, aquella noche. Inolvidable. El pueblo la premió con sus aplausos. Esteban J.