Por Hernán López Aya*
¡Vuelve y juega!
La Selección Colombia masculina de fútbol regresará a las canchas, a enfrentar dos potentes rivales: España y Rumania. Y pues claro: la antesala perfecta para la discusión regular, previa a los cotejos balonpédicos es la convocatoria. ¿Quiénes van a ser llamados a integrar el rimbombante listado que, entre otras cosas, destaca a los que, se supone, son los mejores futbolistas del país en la actualidad?
Este inventario es un “bocado de cardenal” para la discusión. Pero, al mismo tiempo, es la boleta al futuro de muchos jugadores que han querido engrosar las filas de un seleccionado patrio.
El listado fue dado a conocer el pasado 13 de marzo. Vuelve David Ospina (pero creo que no será titular); vuelve Juan Fernando Quintero (quien juega muy bien por estos días en Racing); y vuelve James Rodríguez (para mí, está jugando bien en Sao Paulo). Estos nombres generan reacciones de todos los colores: que muy viejos, que muy troncos, que están acabados, que hay mejores, que son la cuota de experiencia, que todavía “aguantan”, en fin…
Y también están los más jóvenes, los que vienen haciendo cosas sorprendentes en el fútbol de Europa y Latinoamérica.
Muchos se preguntan qué siente un deportista cuando encuentra su nombre en un listado de este tipo. ¿Qué piensa?
Pues les tengo la respuesta. No se imaginan la emoción. Y para más pruebas de esto, les voy a contar cómo llegué a la convocatoria que me dio la posibilidad de ser lo más destacado de la banca.
Al inicio de los años 90, 24 meses después de haber conocido a la mayoría de mis amigos de infancia, el microfútbol y las “banquitas” fueron principales protagonistas de la vida adolescente. Los ratos de fútbol eran la constante, al igual que las disputas con equipos de barrios aledaños a Américas Occidental, sector ubicado en la localidad Kennedy, suroccidente de Bogotá, y en el que viví durante 23 años.
Tuvimos dos escenarios en los que hicimos respetar el nombre del equipo y ganamos varias apuestas. El parque de la calle Quinta y la cancha de volleyball, al frente de la casa de Néstor Uribe, fueron nuestros “espacios”. No obstante, la ambición no paró ahí.
Territorialmente hablando, nos planteamos conquistar el predio más importante del barrio Mandalay, al que llegábamos cruzando la calle Quinta: ¡El parque de los Tres Elefantes!
Era propiedad tácita de unos rivales futbolísticos y voleibolísticos que también jugaban bien y que, si mi intuición no falla, no nos querían mucho. Ellos conocían nuestros antecedentes deportivos y tenían estudiadas a nuestras principales estrellas (yo no era una de ellas).
El quinteto base estuvo integrado por Camilo “El Orejón” Moreno; Carlos “Gigio” Aya; Jorge Andrés “Yeyé” García; Néstor “El Sopas” Uribe; y Galo “Andrés Mauricio” Molina. Andrés Mauricio fue su apodo porque no tuvimos otro qué colocarle (el nombre Galo ya era demasiado). En un chispazo de genialidad, Carlos “El Ojón” Chávez decidió que ese era el remoquete perfecto.
El trasegar de conquista no estaba dando frutos. Nuestros mejores legionarios se rompían la espalda en la cancha, pero su lucha no daba resultados. Segundos y terceros puestos flotaban al por mayor y el anhelo de acabar futbolísticamente con los rivales se perdía en el aire. Pero la esperanza de una última batalla llegó en la voz y palabras de “El Zurdo”, hermano mayor de “El Orejón”.
- Oigan chinos, hay campeonato de banquitas en los Tres Elefantes. ¿Se le miden? Si ustedes quieren, yo juego en su equipo.
Rafael “El Zurdo” Moreno es un menudo hombre trigueño de, tal vez, un metro con 60 de estatura, una paciencia más grande que la del santo Job y una pierna izquierda prodigiosa. El tenía su equipo aparte pero jugaba con nosotros y se divertía.
Le “cogimos la caña” y eso nos trajo el momento más difícil de nuestra carrera: La Convocatoria. Jugando con “El Zurdo” en nuestro equipo, las palabras eran mayores. Esto significó una exhaustiva búsqueda de refuerzos y la desaparición de mi anhelada participación en el torneo.
Nada que hacer. Fui un tronco en esa etapa. Entonces, me relajé y mi manager de esa época me dijo que me tranquilizara y me dedicara al tema de las celebraciones. Mi casa fue la casa de las fiestas y yo fui el anfitrión, cuando mi hermana me lo permitió.
Llegó la hora, la publicación del listado. Los nombres de base estuvieron en los primeros puestos. “El Pollo” y “El Zurdo” se convirtieron en los refuerzos. Hasta acá, todo normal. Pero en la letra menuda llegó la sorpresa: el nombre de Hernán “El Flaco” López apareció como un susurro en los últimos puestos de la reserva.
No se imaginan la emoción. Iba a tener camiseta nueva, con número estampado, e iba a ser molestado hasta la saciedad por mis amigos para que no faltara a los encuentros, porque de pronto uno de los titulares no llegaba y yo tendría posibilidad de saltar al rectángulo.
Me convertí en parte de esa legión que, a punta de penales, conquistó el parque. La defensa de “Gigio”, el manejo del “Orejón”, los disparos de “Yeyé” y las gambetas de “El Sopas”, “El Zurdo” y “El Pollo” nos permitieron la gloria y una celebración de dos días en mi casa. Y debo destacar las atajadas “a ojo cerrado” de “Andrés Mauricio”. En esa época utilizaba unas gafas con tremendos lentes y, al mejor estilo de Harry Potter, repletas de cinta adhesiva. Fue víctima de varios pelotazos vulcanizados en su cara, que nos llevaron a la gloria y al primer puesto del podio; y resistente a los regaños de su papá quien, a manera de castigo, no le dio para arreglar las gafas. Yo habré jugado tal vez 10 minutos, sumados en todos los partidos. Pero la sensación de alegría de ser convocado todavía la recuerdo como si fuera ayer (gran frase de cajón).
De viejo, aprendí a jugar y obtuve varios triunfos. Una nueva convocatoria llegó a mi vida. En los QLIONS me dediqué al arco y fui la valla menos vencida. Pero, sin duda, mis alegrías deportivas más grandes han sido junto a mis amigos, así no haya tenido el chance de patear un balón, de la manera en que siempre quise.
Entrar a discutir la convocatoria de la Selección Colombia, a mi parecer, es perder gran parte del tiempo. Sin embargo, entrar a pensar qué sienten esos deportistas en canchas de 100 por 50, repletas de gritos, regaños, insultos y alegrías merece un buen tiempo.
Confiemos en Néstor Lorenzo y que nos sorprenda positivamente; confiemos en quienes nos han dado alegrías grandes (como James, Quintero y Ospina), y que lo hagan nuevamente. Y confiemos en los más nuevos, que llegan hambrientos de gloria y de hacer por su país lo que, en muchos casos, su país no hizo por ellos. Y qué mejor que con la ayuda de esos que ya jugaron mundiales y han enfrentado sensaciones y emociones en escenarios con capacidad para 100 mil personas.
Las alegrías llegan.
Como dice otro de los banqueados, Harold “El Sonrisas” Santana: “solamente hay que saber hacer la fila”.
*Comunicador Social y Periodista de la Universidad Jorge Tadeo Lozano con 26 años de experiencia en televisión y Oficinas de Comunicación. Fue jefe de emisión del fin de semana en RTVC NOTICIAS. Ganador del premio de periodismo Álvaro Gómez del Concejo de Bogotá en 2016. Bloguero de KIENYKE durante varios años.
@HernanLopezAya