Los museos y las bellas artes

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Por HERNÁN LÓPEZ AYA

Creo que, de viejo, es que el ser humano comienza a apreciar las visitas a los museos. No sé si la madurez ayuda, pero lo que sí está claro es que, ahora, es mucho más divertido que antes.

Nunca, pero nunca (como dice la canción), he sabido de alguna barriada o un grupo adolescente de amigos que haya ido a un lugar de estos por voluntad propia. Casi siempre, sus integrantes han asistido como visita de colegio o de universidad. O porque les tocó hacer una tarea, asignada por un maestro.

Pues bien, para los que hemos tenido oportunidad de viajar a un país diferente al de nacimiento, y que ya estamos en edad adulta (desde “no muy” hasta “mucho”), la palabra museo es sinónimo de diversión y de obligatoria asistencia.

Llegué a la ciudad en la que vivo hace dos años y hasta esta semana visité el primer museo, de varios que tiene. Fui al de Bellas Artes, pensado para exponer las obras de los artistas de la provincia en varias ramas, como la escultura y la pintura.

Y lo mejor de todo, es que fue una tarea asignada por el profesor de francés.

El espacio tiene cuatro salas, cada una en un nivel, patrocinadas por empresas de la ciudad. En ellas hay cerca de 40 mil obras. También, tiene un teatro para exposiciones, espectáculos y proyecciones de cine; una cafetería y, por supuesto, una tienda de souvenirs en la que, fácilmente, se puede perder la mitad de un salario.

La sensación de entrar a estos sitios, encontrarse con lo expuesto por varias personas y entenderlo es realmente satisfactoria. Además, el reto grande fue realizar la visita guiada por Danielle, una señora que en amable francés (porque hablaba claro y despacio) nos enseñó lo que piensan los artistas sobre política, religión y libertad, entre otros temas, y desde hace cientos de años.

Dos obras me llamaron la atención. La primera, el cuadro de Jean Paul Riopelle llamado “Punto de Encuentro”. Un óleo sobre lienzo en el que se destacan la tierra, el agua y la vegetación y que, según el autor, fue terminada en cinco horas cuando vivía en París. Decía que, para él, la pintura es emoción y libertad.

La segunda es otro óleo sobre lienzo llamado “Coq Licorne” o “Gallo Unicornio” de Jean Dillaire, que se destacó por sus pinturas repletas de personajes extraños y macabros, sinónimos de realidad e imaginación.  Esta obra, según el artista, habla de la metamorfosis y es la representación de su estado de ánimo, después de haber sido despedido de su trabajo. 

Y también hay exposiciones fotográficas. La visita duró dos horas. Después del recorrido, con mi esposa visitamos la tienda del museo y un imán y varios esferos volvieron con nosotros, además de haber conocido algo bien importante de la ciudad en la que vivimos. Ella es la compañera ideal para este tipo de actividades.

Créanme: ir a museos no es aburrido. Simplemente, cuando las cosas son obligadas, el ser humano tiende a rechazar. No sé por qué sucede; lo que es cierto es que tomar la iniciativa es más reconfortante y llegar a estos sitios, sin ser condicionados, es más significativo según mi experiencia.

Es bien especial el encontrarse al frente, por ejemplo, de un Picasso o del retrato de Van Gogh. O de un sarcófago o un papiro de miles de años de existencia. Imágenes que, hasta ese momento, solo habíamos visto en libros o en la televisión. Poder apreciarlas tan cerca eriza la piel.

En Bogotá, gracias al colegio y a mi oficio como periodista, conocí los que considero que son los tres más importantes: el Museo Nacional, el Museo del Oro y el Mambo. Por iniciativa propia, frecuenté muchos más. 

Pero en el resto de Colombia hay infinidades que merecen ser visitados, como el Museo del Café, en Manizales; el Museo de Antioquia, en Medellín; la Quinta de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta; el Caliwood, en Cali; o el Museo Etnográfico del Banco de la República, en Leticia.

Muchos de estos espacios son gratuitos; tiene programaciones especiales para todos los gustos y edades; y tienen la enorme ventaja de que las personas que allí trabajan están enamoradas de su oficio, le aclaran a los visitantes de manera amena por qué es importante el recorrido y cuál es el significado que tienen para los países o ciudades en las que están. 

Mi invitación es a asistir. Las bellas artes no necesitan de apreciación “experta” para ser disfrutadas. Solo hacen falta varios minutos, curiosidad y ganas de aprender.

Y mucho cuidado: uno de estos lugares puede estar a la vuelta de su casa y, usted, ni por enterado se ha dado.

No pierda esta oportunidad; es de oro. ¡Ah! Y se aprecian más cuando uno ha dejado la patria.

@HernanLopezAya

*Comunicador Social y Periodista de la Universidad Jorge Tadeo Lozano con 26 años de experiencia en televisión y Oficinas de Comunicación. Fue jefe de emisión del fin de semana en RTVC NOTICIAS. Ganador del premio de periodismo Álvaro Gómez del Concejo de Bogotá en 2016. Bloguero de KIENYKE durante varios años.

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