Por Esteban Jaramillo Osorio
Aplausos, dinero y fama, con miedo y sin felicidad. Pocas veces, a lo largo de los años, la delincuencia puso sus ojos en los deportistas y sus familias. En tiempos recientes ha cambiado la situación.
Comunes son los atracos callejeros con despojos bajo amenazas de sus vehículos, su dinero, sus joyas, sus tarjetas de crédito, sus relojes de lujo y sus teléfonos de última generación.
O los asaltos a sus casas, como ocurrió con David Ospina, quien alguna vez regresó de vacaciones y encontró en Niza, en Francia donde jugaba, que su residencia había sido invadida. Quienes lo hicieron estaban cómodamente instalados en el lugar.
Atroz es el delito cuando se priva a una persona de su libertad lo que equivale a “una muerte en vida”, con sus consecuencias. Tal el caso del progenitor de Lucho Díaz, por sus aristas penales, publicitarias, económicas y políticas, de los facinerosos que lo hicieron.
Como el padre de Lucho, Alfredo Di Stefano sufrió el mismo flagelo, al ser retenido sin consentimiento por falsos policías en Caracas, los que terminaron su faena delictiva solicitando fotografías y autógrafos al afectado, figura en aquella época dorada del futbol colombiano y español.
Lo mismo Romario con su padre, Robinho con su madre, Riquelme con su hermano y otros, muchos, que sufrieron en carne propia los ataques de aquellos que se mueven a la sombra, sin respeto a la ley.
Pero vale la pena reflexionar, más allá de que Luis Díaz no es presumido, ostentoso, que nunca ha perdido la humildad, que tanto influyen para atraer la delincuencia los propios futbolistas, descontrolados, exhibiendo sus riquezas en sus vidas de fantasía, alardeando de ellas con impúdicas demostraciones públicas.
Y los periodistas que resaltan sus sueldos, exponiéndolos con amarillismo, llamando la atención, situándoles en el radar de los maleantes.
Los mismos periodistas que con sentidas lamentaciones, hipócritas diría, reprueban las conductas delictivas, en contra de las celebridades del deporte. Algo parecido a las reacciones de las autoridades oficiales, a pesar de que quienes perpetraron el delito son sus socios preferidos en la fallida búsqueda de la paz.
Un Rolls Royce, un Ferrari, una mansión, un avión, una cadena de oro, logrados con sudor en los escenarios deportivos, son, lamentablemente, la mejor manera de poner a sus propietarios como carne de cañón, obligándolos a vivir en el exterior o rodeados de decenas de guardaespaldas para poder garantizar su seguridad.
Es el país en el que vivimos, cercado por los delincuentes, retardado en las investigaciones, sesgado en los castigos, rodeado de impunidad.
Lástima. Los goles conseguidos, las faenas inolvidables de los estadios que tanto aplaudimos, no son siempre felicidad. Esteban J.