Por Hernán López Aya*
No es porque no me toque ahorrar o que no deba hacerlo (mejor). Es porque no vivo, actualmente, en Bogotá.
La situación de los embalses es crítica. Y, más aún, la pelea entre autoridades, defensores y consumidores, que solo apuntan a “echarse la culpa” o “tirarse la pelota”, como si de esta forma resolvieron la ausencia del “preciado líquido” (que frasesota común).
Pero, ¿qué es ahorrar?
Pues es una vaina bien difícil, ya que en nuestro país la cultura del ahorro existe desde hace muy poco. Esta vez tocó por turnos. En Bogotá, cada 9 días la suspensión llega por 24 horas a un determinado sector. Y es acá cuando miles de familias extrañan el viejo lavadero de piedra o baldosín de las casas de sus papás, que se convertía en el principal recipiente de almacenamiento y que, en horas de ausencia de los patriarcas, era utilizado por los pequeños como piscina, sin calefacción, con helada agua y sin mucho riesgo de ahogarse.
Era muy divertido meterse en ese cubo de piedra, con par compinches, y pasar ratos de esparcimiento y posible hipotermia.
No me tocó racionamiento de agua pero sí suspensiones ocasionales del servicio, por diferentes razones. Cada vez que hubo alerta de corte, mi mamá se puso “pilas” y desarrolló la estrategia de recolección. Como primer paso, mandó a mi papá a comprar sendos recipientes de plástico que fueron ubicados en el patio trasero de la casa. Acto seguido, y en coordinación absoluta entre mi hermana, mi papá, mi tía abuela, la señora del servicio que nos ayudaba y un par de primos que vivían con nosotros, tomamos lo que estuviera a la mano y llenamos los tanques.
El agua sirvió para todo: cocinar, asear y empaparse a “totumadas”, después de calentar el agua porque con agua fría no me bañaba “ni a bate”. Y lo mejor es que alcanzó para todos, hasta para limpiar al perro.
Superados estos impases, llegaron los años 90 y en esta época si me tocó racionamiento. Pero fue de luz. El autor intelectual del corte fue el fenómeno del niño de 1992, que con fuertes temperaturas generó sequías y afectó los niveles de los embalses encargados de surtir de agua a los generadores de las hidroeléctricas.
El presidente de la época decidió tomar medidas que, a mi parecer, nos trasladaron a un multiverso en el que le dimos un giro de 180 grados a nuestras vidas. Para esa época, ya vivíamos solos con mi hermana, en la misma casa; y ese recinto era, oficialmente, el sitio de reunión y de cuanto pretexto existiera para cotorrear, tomar tinto y hacer fiestas con mis amigos de barrio.
Alertados por lo sucedido, también nos tocó tomar medidas. El lunes 2 de marzo de ese año fue hecho el anuncio que oscureció nuestros ratos de esparcimiento, principalmente.
El apagón comenzó con 9 horas en la capital, por la mañana y por la tarde. En San Andrés y Providencia, llegó hasta 18 horas sin luz. Pero claro, allá hay playa (anhelo de todo rolo). Hubiera sido más llevadera la situación frente al mar y con ron frío en las manos. Pero sin luz, ¿cómo hubiéramos logrado los hielos? En fin…
Comenzamos a enfrentarnos a la oscuridad. Y para aprovechar la luz del día, el gobierno desarrolló una extraña estrategia, para nosotros, pero que nos enseñó cómo viven en los países que tienen estaciones: decidió adoptar un horario de verano. Esa disposición fue llamada “La Hora Gaviria”.
Comenzó a las 12 a. m. del 2 de mayo. El reloj se adelantó una hora. Y nosotros empezamos a aprovechar nuestro tiempo iluminado. Decidimos, como gran reto y para distraer la situación, echar mano del mayor número de juegos de mesa posible.
Comenzamos con los tradicionales Escalera y Monopolio; luego, para variar la situación, utilizamos un “Tío Rico”, juego prácticamente idéntico al mencionado pero que se diferenciaba por el tipo de propiedades que se compraban, como el castillo de una princesa.
Quienes no nos unimos al inversionista juego, decidimos dejarnos vapulear por nuestro amigo Jorge Andrés “Yeyé” García, en el arte del ajedrez. Tozudamente y pensando que podía, le jugué un montón de partidas pero no lo vencí; y así nos pasó, si mal no estoy, a todos. Él fue nuestro Kasparov de la falta de luz.
Para que la integración continuara, y sin maneras de calentar un café, decidimos entregarle nuestras vidas al “Continental”, un juego de cartas orientado a lograr el menor puntaje posible, armando tríos y escaleras. Con ese sí que nos divertimos; y lo seguimos haciendo.
Pero el mayor desafío llegó. En un afán de demostrarle al racionamiento que nuestra diversión no tenía límites, y superados los juegos tradicionales, decidimos levantar los adornos de la mesa de centro de la sala de mi casa y colocarle, sobre la superficie, un rompecabezas de mil piezas. Al mejor estilo de un velorio, ubicamos velas en las cuatro puntas y nos adentramos en el armado de un paisaje colonial europeo, que tenia un cielo azul agua marina parejo.
De las pocas rentas que teníamos para comprar lo de las fiestas, decidimos sacar unos pesos y aperarnos de sendos paquetes de velas, porque ese cielo azul no nos la iba a ganar.
¡Qué vaina jodida! Estuvimos horas, cientos de horas, mirando atónitamente el paisaje y tratando de descubrir, entre sombras y diminutos rayos de luz, cuál era la pieza que lograría completar esa mancha estándar.
Las vueltas a la mesa iban y volvían. Si no sufrimos hipotermia con el baño en el lavadero, aquí si tuvimos todas las posibilidades de desmejorar nuestra visión. Duramos casi dos meses armándolo. El día que lo logramos le tomamos una foto, celebramos con aguardiente, lo desbaratamos para guardarlo en la caja y se lo devolvimos a Pablo, su dueño y quien también participó en la gesta.
Un año duró el racionamiento. Un año duró la hora Gaviria y ese tufillo de estación climática que trajo consigo la medida, además del verdadero verano que el fenómeno del niño nos ofreció.
Y otra de las cosas que nos dejó y reveló es que si no hacemos conciencia del consumo de los recursos que el planeta tiene, en muy pocos años vamos a estar más jodidos de lo normal.
No es momento de culparse, de discutir si el anuncio fue hecho o no, si el gobierno anterior o el actual son responsables, o si la presidencia hizo o no hizo. Lo único cierto es que si no queremos racionamientos, debemos tener claro que la solución está en nuestras manos. Es más fácil ayudar que poner problemas.
Mi compromiso está en ahorrar y en utilizar estos recursos de la mejor forma. Y me salvan la vida porque podré tener un mejor espacio para vivir. Además, si no cumplo con estas normas, mi esposa “me levanta”.
Es un tema de supervivencia…
*Comunicador Social y Periodista de la Universidad Jorge Tadeo Lozano con 26 años de experiencia en televisión y Oficinas de Comunicación. Fue jefe de emisión del fin de semana en RTVC NOTICIAS. Ganador del premio de periodismo Álvaro Gómez del Concejo de Bogotá en 2016. Bloguero de KIENYKE durante varios años. @HernanLopezAya