Por HERNÁN LÓPEZ AYA*
A mí me gustó.
Y me parece que la fórmula, en materia televisiva, sigue dando buenos resultados.
Desde hace varios años, Netflix se dedicó a hacer esta especie de “thrillers policiacos”, protagonizados por actores reconocidos, repletos de escenas de sexo y caracterizados por historias inconclusas que derivan en segundas o terceras partes (o temporadas), y que son “masacradas” por la crítica.
No obstante, a mí me gustan.
A pesar de mi agrado por lo que algunos consideran “falto de inteligencia”, no puedo pasar por alto que hay un gran número de críticas que la destruyen “de cabo a rabo”.
El argumento de Medusa es sencillo. Está basado en un intento de asesinato a la presidenta de un grupo económico barranquillero; y se queda en intento porque la protagonista no muere. Luego del atentado, es desarrollado un montón de situaciones que conducen a lo esperado: descubrir al supuesto atacante.
No suena nada, pero nada atractivo. Y creo que hay tramas menos trilladas en La Rosa de Guadalupe.
Como es prácticamente imposible obviar los comentarios sobre la serie, pues me di a la tarea de explorar los 12 capítulos, no sin antes aceptar que llegué condicionado a verla. Además, quise comprobar qué tan ciertas eran las críticas y, con esfero en mano, tomé apuntes sobre lo que cientos de personas mencionaron en sus comentarios.
Comencemos con la escena considerada como “bomba”. Y literalmente es explosiva porque la serie comienza con el atendado: le pegan una bomba al yate en el que está Juana Acosta. Y antes de que explote, ella (la actriz), recuerda una serie de momentos íntimos con sus parejas. Sexo y violencia, elementos criticados constantemente.
El segundo punto es el acento. Y acá estoy de acuerdo con lo escrito. Es, de verdad, muy aburrido ver a un montón de “cachacos” hablando como costeños. En el primer capítulo escuché 13 “no jodaaa”, en su mayoría pronunciados por Manolo Cardona, el otro protagonista que funge sus momentos como el detective encargado de investigar el ataque. Si bien es cierto que la frase hace parte del inconsciente colectivo costeño, cuando es pronunciada frecuentemente por personas que no son de la región, la vaina suena jarta, postiza.
Y los críticos de las redes sociales, al unísono, protestaron por la no contratación de actores costeños para la serie. Este es un problema (o una decisión) del director de casting, que es el encargado de elegir el talento que llevará a flote la historia. Y pues esa decisión es apoyada por los directores de la serie.
El tercero, para mí, es el cliché del niño pobre que enamora a la niña rica. El personaje de Cardona, deslumbrado por los atributos del de Juana, se entusiasma y le promete (a ella), descubrir quién la atacó.
Pero ojo: acá hay que contar que, con el atentado, el personaje de Acosta pierde la memoria y no recuerda ni que es presidenta ni que es un ser humano funesto y manipulador, al que todos odian. Y que, sin escrúpulos, logra llegar a la dirección de su emporio. En palabras menos castizas, la vieja se aprovechó del momento para desembarrar sus embarradas.
El primer capítulo hace dudar de la continuidad frente al televisor. No obstante, seguí viéndola, con la meta de descubrir más elementos para criticar. Pero me dejé envolver, dejé de lado el acento machacado, disfruté de la fotografía de la serie y de las imágenes hermosas de Barranquilla y sus alrededores, y le di espacio a un tercer capítulo, y a un cuarto, y a un quinto. Y me reté a llegar al final.
¡Y lo logré!
Pero, insisto: me gusta este tipo de televisión porque puedo darme el lujo de no pensar y de dejarme agarrar por una historia con intenciones de haber sido escrita por Edgar Alan Poe, pero que termina siendo la peor de las ideas. Entonces, la tarea fue fácil.
Hasta acá, el análisis puede parecer “pandito. Y en realidad lo es. Pero este pequeño contexto me da la posibilidad de pasar a lo que considero el principal error de la ola de críticas.
Lo que más me sorprendió, en los comentarios, es que muchos se “delicaron” porque los “cachacos” imitaban el acento del norte del país. Y no he visto el primer mensaje (o será culpa del algoritmo), que cuestione la manera en la que la serie podría estereotipar a las personas de la Costa Caribe y tildarlas de bandidos, aprovechados, abusadores, lavadores de dinero o malintencionados.
¡No! Solo se preocuparon porque Cardona repetía, con fulgor, el “no joda” o porque el nombre de su personaje (Danger Carmelo) no era característico de la ciudad. Creo que acá si está pandita “la vaina” y me parece una pataleta protestar por un “no joda” mal entonado.
A pesar de todo esto, sigo creyendo que la televisión fue hecha para entretener, y con una importante ventaja: la de elegir y decidir. El que no quiera ver, pues que cambie el canal o, en este caso, la aplicación.
En su defensa plagada de números, Medusa es la serie de habla no inglesa más vista en Netflix, en su primera semana (6.8 millones de visualizaciones); y logró el primer lugar en 15 países, entre ellos Pakistán y Qatar, naciones en las que (con tono costeño y plena seguridad), “valió mondá” el acento.
La pregunta es: ¿vale la pena ser más papistas que el Papa o es mejor sentarse y decidir qué ver o no, sin necesidad de destruir? Ustedes deciden.
Y no se les olvide que el televisor tiene un botón que les puede evitar rabietas y alegrarles la vida: el de prender o apagar…
@HernanLopezAya
*Comunicador Social y Periodista de la Universidad Jorge Tadeo Lozano con 26 años de experiencia en televisión y Oficinas de Comunicación. Fue jefe de emisión del fin de semana en RTVC NOTICIAS. Ganador del premio de periodismo Álvaro Gómez del Concejo de Bogotá en 2016. Bloguero de KIENYKE durante varios años