Por HERNÁN LÓPEZ AYA*
Cada vez que podemos, los periodistas celebramos las grandes oportunidades que nos da el oficio, y que para otros mortales no son tan accesibles.
¿Ejemplos?
Entrevistar a grandes personajes, cubrir valiosos momentos o, simplemente, conocer a un ídolo o a alguien que consideramos importante para nuestra vida. En mi caso, hay varios: conocí algunos presidentes; Hilary Clinton me saludó en la Cumbre de las Américas; estuve en la audiencia en la que fue denunciado el cartel de la contratación en Bogotá; conocí a Charlie Alberti, baterista de la banda Soda Stereo (uno de mis ídolos). Y uno de los más importantes, fue haber estado en el Gran Encuentro para la Reconciliación Nacional, el 8 de septiembre de 2017 en el Parque de Las Malocas, en Villavicencio.
Ese momento fue encabezado por un invitado especial: el papa Francisco.
En esa oportunidad, no fungí como periodista. Para esa época trabajaba en la oficina de comunicaciones de la Unidad de Restitución de Tierras y nos fue encargada la tarea de manejar el contacto de nuestro jefe con los medios de comunicación (él fue uno de los delegados para hablar a nombre del Gobierno de la época). Además, cumplimos tareas como anfitriones de la gigantesca sala de prensa del evento.
Fue un trabajo de varios días, de un “corre corre” constante, de estar a disposición de la caravana de reporteros que hacían el cubrimiento de la visita papal, atendiendo sus necesidades periodísticas.
Lo que se puede pensar, después de leer el párrafo anterior, es que el acceso al evento con el papa habría sido fácil, por cuenta de nuestro encargo. Pero no. Teníamos credencial para acceder, únicamente, a ciertos sitios y si queríamos estar en el Encuentro debíamos hacer una astronómica fila. Es más: no sabíamos si tendríamos la oportunidad de escuchar el mensaje papal, porque tocaba seguir trabajando.
Sin embargo, ¡el destino nos ayudó a conspirar!
Nuestra jefe, quien tenía más oportunidades de desplazamiento, en uno de sus recorridos se dio cuenta de que podíamos acceder al sitio sin necesidad de la fila. Ella notó que por la parte de atrás del lugar existía un sendero marcado por una polisombra, que sería nuestro camino al encuentro con “Pacho”.
Nos reunió y definimos la estrategia. Éramos cuatro personas que, mientras cumplíamos tareas, pensábamos en cómo le jugaríamos la ficha a la suerte. La primera labor era la de, al mejor estilo colombiano, buscar los lugares en los que nos ubicaríamos. La jefa, aprovisionada de sacos y chalecos, retomó la ruta, entró al lugar y separó las sillas con las prendas de ropa. Acto seguido, volvió a nuestro sitio y pidió la compañía de alguno para que conociera el camino y después nos llevara, ya que ella llegaría primero que nosotros. La ceremonia comenzaría a las tres y cuarenta de la tarde. Nosotros tendríamos que estar, con las tareas cumplidas, 20 minutos antes para poder desplazarnos.
A las tres y treinta comenzó la travesía, que en realidad no fue complicada, pero sí generó algo de adrenalina. El guía, con algo de risa nerviosa, nos condujo hacia el camino enmarcado por la verde tela que tenía, como atractivo principal, un gigantesco hueco por el que deberíamos pasar.
Sin pensarlo, nos agachamos y lo atravesamos. Caminamos erguidos, sin demostrar nerviosismo. Metros después, vimos la sonrisa de la jefa y su mano levantada, indicándonos la ubicación. Quedamos en la tercera fila, al costado derecho de la silla papal y muy cerca de escuchar uno de los mensajes más bonitos que he oído en mi vida.
Ese día, además de la presencia del papa, el evento tuvo algo que lo caracterizó de principio a fin: el acompañamiento del Cristo de Bojayá, una figura que fue destruida en el ataque de las Farc a la población chocoana, en el que murieron 80 personas (entre ellas 48 menores de edad), que para preservar sus vidas decidieron refugiarse en la iglesia de Bellavista. Un cilindro bomba acabó con casi todo, el dos de mayo de 2002.
Ante ese crucifijo mutilado y herido, que tiene un fuerte valor simbólico y espiritual, el papa dejó en claro que esperaba, con ansiedad, el encuentro con las víctimas de la violencia. Afirmó que la reconciliación debe estar acompañada de la verdad y que es esencial para la construcción de la paz en Colombia. Advirtió que era hora de sanar heridas, de limar diferencias; rechazó tajantemente lo sucedido en Bojayá y aseguró que esa imagen es la dura representación del sufrimiento de miles de colombianos. El papa dijo, con voz tranquila pero reflexiva: “Cristo roto y amputado, para nosotros, es más Cristo aún”.
Después de su discurso, nos invitó a rezarle a la virgen María, a decir la oración de San Francisco y escuchó el agradecimiento que le dieron dos niños, por su visita.
Conclusión: habernos colado a esa ceremonia valió infinitamente la pena. Tuvimos la oportunidad de reflexionar sobre la situación del país, de apreciar más el valor de lo que en esa época teníamos como trabajo y de disfrutar de la actitud del papa que, sin temor a nada, tuvo como una de sus virtudes el “ponerse en los zapatos del otro” y entender sus necesidades.
Francisco Primero fue “un bacán”. Lo admiraba por su manera de trabajar, de ayudar, de hablar de fútbol, de celebrar y hasta de disfrutar de la Cumbia Papal, que le compusieron tan pronto fue nombrado sumo pontífice. Según su hermana, le parecía muy divertida.
Se fue el papa latino. Pero nos dejó una lección de vida que, si somos inteligentes, debemos aprovechar. Y que se resume, a mi parecer, en un concepto que tiene poder universal: la humildad.
@HernanLopezAya
*Comunicador Social y Periodista de la Universidad Jorge Tadeo Lozano con 26 años de experiencia en televisión y Oficinas de Comunicación. Fue jefe de emisión del fin de semana en RTVC NOTICIAS. Ganador del premio de periodismo Álvaro Gómez del Concejo de Bogotá en 2016. Bloguero de KIENYKE durante varios años