Papa Francisco: el pastor del fin del mundo que cambió el rostro de la Iglesia

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Después de verlo ayer dirigirse este domingo de pascua a los fieles congregados en la Plaza de San Pedro, la noticia de la Muerte del Papa Francisco sorprendió este lunes al mundo

“El Papa Francisco ha partido a la Casa del Padre”, anuncio del cardenal Kevin Joseph Farrell, Camarlengo de la Santa Romana Iglesia desde la Casa Santa Marta: «A las 7:35 de esta mañana, el Obispo de Roma, Francisco, regresó a la casa del Padre. Dedicó toda su vida al servicio del Señor y de la Iglesia», revelo a primera hora del día Vatican News

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Imagen: IA

En una fría tarde del 13 de marzo de 2013, el mundo fue testigo de un hecho histórico: por primera vez en sus dos mil años de historia, la Iglesia Católica eligió como Papa a un hijo de América Latina. Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, emergió al balcón de la Basílica de San Pedro con una humildad desconcertante, pidiendo primero la bendición del pueblo antes de impartir la suya. Se presentó con un nombre que anticipaba su proyecto: Francisco, en homenaje a San Francisco de Asís, el santo de la pobreza, la paz y el amor a toda la creación.

Hoy, tras su muerte a los 88 años, el legado de Francisco se levanta como uno de los más trascendentales en la historia reciente del papado: un tiempo de reforma, de apertura, de misericordia, pero también de tensiones profundas dentro del cuerpo eclesial.

De Buenos Aires al Vaticano: la forja de un pastor

Jorge Mario Bergoglio nació el 17 de diciembre de 1936 en el barrio de Flores, en Buenos Aires, en el seno de una familia de inmigrantes italianos de clase media. Fue el mayor de cinco hermanos. Su infancia estuvo marcada por valores sencillos: el trabajo, la austeridad, el respeto y una fe profunda.

Su juventud no anticipaba una carrera religiosa inmediata. Estudió para técnico químico y trabajó en un laboratorio antes de sentir el llamado al sacerdocio. Ingresó al seminario en 1958, en plena efervescencia social y política en Argentina. Ese mismo año entró en la Compañía de Jesús, la congregación religiosa fundada por San Ignacio de Loyola, conocida por su énfasis en la educación, la misión y la obediencia.

Fue ordenado sacerdote el 13 de diciembre de 1969. Posteriormente, completó estudios en teología y filosofía en Buenos Aires y en Chile. Como jesuita, ocupó cargos de gran responsabilidad desde muy joven: fue maestro de novicios, profesor universitario, rector del Colegio Máximo y, de 1973 a 1979, Provincial de los jesuitas en Argentina, en uno de los períodos más turbulentos de la historia del país: los años de la dictadura militar.

Durante ese tiempo, su actuación fue objeto de interpretaciones diversas. Algunos lo señalaron de actuar con cautela excesiva ante la represión militar, mientras otros destacaron su intervención para salvar vidas de perseguidos políticos. Años más tarde, Francisco abordaría estas heridas pidiendo perdón por los silencios de la Iglesia ante el terrorismo de Estado.

Tras años de vida sencilla y de oración intensa —incluyendo un «exilio interno» en Córdoba donde se dedicó a la dirección espiritual—, Juan Pablo II lo nombró obispo auxiliar de Buenos Aires en 1992. En 1998 fue promovido a arzobispo de la capital

argentina, y en 2001 recibió el capelo cardenalicio.

Como arzobispo, Bergoglio se destacó por su cercanía con los pobres, su vida austera —renunció a la residencia episcopal y prefería viajar en transporte público— y su énfasis en la misericordia sobre el juicio. Su frase “preferir una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a las calles antes que una Iglesia enferma por el encierro” prefiguraba ya su visión de la misión eclesial.

El pontificado de la reforma y la misericordia

La renuncia histórica de Benedicto XVI en febrero de 2013 abrió el camino para su elección. Los cardenales lo eligieron en el segundo día del cónclave, viendo en él una figura capaz de renovar la credibilidad de una Iglesia sacudida por escándalos y alejamiento de las nuevas generaciones.

Desde el principio, Francisco imprimió un estilo inédito: lenguaje sencillo, gestos espontáneos, cercanía con la gente. Pero detrás de esa apariencia pastoral, impulsó una de las agendas de reforma más ambiciosas en siglos.

  • Reforma financiera y de la Curia: Enfrentó con decisión la corrupción interna del Vaticano, reorganizó el Banco Vaticano, creó nuevos órganos de control económico y rediseñó la Curia Romana para hacerla más funcional y representativa de la diversidad global de la Iglesia.
  • Tolerancia cero frente a los abusos: Aunque no sin críticas, el papa Francisco dio pasos históricos en la lucha contra el abuso sexual en la Iglesia: estableció protocolos más estrictos, creó comisiones independientes y destituyó a obispos negligentes.
  • Una Iglesia en salida: Inspirado por la teología latinoamericana y por el Concilio Vaticano II, Francisco insistió en una Iglesia que se aleje del clericalismo y salga hacia las “periferias existenciales”. En sus viajes apostólicos priorizó países pobres y zonas de conflicto, llevando un mensaje de paz, diálogo y defensa de los derechos humanos.
  • El cuidado de la casa común: Su encíclica Laudato Si’ (2015) sobre el medio ambiente fue un hito no solo para los católicos, sino para todo el debate global sobre la crisis ecológica. Francisco elevó la protección de la naturaleza a una cuestión espiritual y moral.
  • Fratelli Tutti y el llamado a la fraternidad universal: Con esta encíclica, publicada en 2020, propuso una visión de fraternidad y amistad social basada en la dignidad de todo ser humano, abogando por una economía solidaria, la acogida a los migrantes y el rechazo de todo nacionalismo cerrado.

Un pensamiento que desafió y dividió

Francisco no dejó indiferente a nadie. Para muchos, fue el “Papa de los pobres”, el que acercó la Iglesia a los marginados y revitalizó su papel social. Para otros, especialmente sectores conservadores, fue una figura divisiva, acusado de ambigüedad doctrinal en temas como la comunión para divorciados vueltos a casar o la acogida pastoral a las personas LGBTIQ+.

Sin embargo, su pensamiento siempre se mantuvo fiel a la tensión evangélica entre verdad y misericordia. Para Francisco, no se trataba de cambiar la doctrina, sino de cambiar el modo de acercarse a las personas, priorizando el acompañamiento sobre el juicio.

Su insistencia en el discernimiento pastoral, su crítica a las “ideologías rígidas” y su énfasis en la sinodalidad —el caminar juntos, consultando al Pueblo de Dios— serán quizás una de las herencias más profundas de su pontificado.

El legado de un hombre que quiso ser hermano

Papa Francisco no aspiró a ser un monarca sagrado. Quiso ser, como decía San Francisco, un «hermano menor». Su vida sencilla, sus lágrimas públicas frente al sufrimiento, su apertura al diálogo interreligioso y su defensa constante de los descartados del mundo son testimonio de un pastor que entendió su misión como un servicio radical.

Hoy, su muerte cierra un capítulo y abre otro en la historia de la Iglesia. Pero su huella queda: una Iglesia más pobre, más humana, más comprometida con la creación y con los últimos.

En sus propias palabras, pronunciadas durante su última bendición:
«La esperanza no defrauda. Caminemos juntos. Que el Señor nos bendiga.»

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