Compartir en redes sociales

Pongamos todos

Por JUAN MANUEL GALÁN*

Durante su visita a Colombia en 2017, el Papa Francisco dejó varias enseñanzas que, 8 años después y ante la escalada violenta que padecemos, resuenan con toda la fuerza. Pocas tan urgentes como su llamado a “pasar del cumplimiento al compromiso”. Desde los acuerdos de paz sólo hablamos de su “cumplimiento” pero soslayamos el compromiso individual y colectivo que necesita el propósito de superar la violencia para materializarse.

El cumplimiento es cómodo. Nos permite decir que hicimos lo que se nos pidió, que no somos responsables directos de lo que ocurre más allá de nuestra burbuja. Es pagar impuestos, ir a votar, quejarse de la corrupción sin mover un dedo para enfrentarla. En cambio, el compromiso incomoda. Nos exige asumir responsabilidad, involucrarnos, hacernos cargo, cuestionar nuestras propias acciones y omisiones.

Avanzar hacia un compromiso con Colombia no significa ir hacia los lados que pretenden entrampar al país en una pelea estéril y destructiva. Se trata de que el país avance hacia adelante, mire al futuro y deje en el pasado a quienes tuvieron el poder y se dedicaron a dividirnos desde el odio. Es hora de dejar atrás a quienes perdieron la oportunidad de unirnos en un compromiso colectivo que construya soluciones para la gente e incluya a todos.

El compromiso es con los territorios abandonados por el Estado donde el crimen organizado impone su ley. Con los niños que nacen sin nutrición ni afecto, con los jóvenes sin oportunidades de educación e ingreso digno que encuentran en las armas o las economías ilegales una condena a la muerte violenta. Comprometámonos con las comunidades que no saben lo que es un día de tranquilidad. Por eso el mensaje del Papa tiene una vigencia dolorosa pero necesaria: no basta con desear la paz o esperar que llegue, hay que asumir la responsabilidad de trabajar por ella.

Comprometerse es no tolerar discursos de odio o estigmatización, incluso cuando vienen de quienes piensan como nosotros. Es que la honestidad no sea un acto heroico que nos lleve a la muerte sino algo normal que nos premie con la vida. Es construir con la diferencia, incluso con quienes han sido adversarios. Implica asumir que la violencia no es un problema ajeno o lejano, sino que nos afecta a todos y, por tanto, su superación depende de todos.

Este tipo de compromiso no se impone por decreto ni amenazando con constituyentes. Se cultiva en la familia, en las escuelas, en los barrios y en los espacios de trabajo. Se nutre del ejemplo y se fortalece cuando se convierte en un valor compartido. No es tarea exclusiva del Estado ni de las organizaciones sociales ni de los líderes religiosos: nos toca a todos, a nosotros.

Tal vez por eso el mensaje del Papa fue tan poderoso. Porque no habló desde la política, sino desde la humanidad. Nos recordó que la reconciliación no empieza con tratados, sino con gestos. La paz no es solo la ausencia de guerra, sino la presencia activa de justicia, equidad y solidaridad.

Hoy, ocho años después, Colombia no necesita más reglas ni más promesas. Necesita ciudadanos comprometidos, dispuestos a construir desde lo pequeño. Esa es la verdadera revolución que el Papa Francisco propuso: dejar atrás el cumplimiento pasivo para abrazar un compromiso transformador. Porque solo así, juntos, podremos desarmar la violencia que aún nos habita.

*Director Nacional del Nuevo Liberalismo

Columna de opinión

Las opiniones expresadas en las columnas de opinión son de exclusiva responsabilidad de su respectivo autor y no representan la opinión editorial de La Veintitrés.

Sigue leyendo