Tragedia en Pensilvania: el relato de un entrenador

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Eran las 3:09 de la tarde del viernes cuando Omar Salazar, el entrenador de fútbol de un club local de Pensilvania, Caldas, realizó una llamada desesperada al comandante de bomberos. Un deslizamiento de tierra acababa de ocurrir en un punto por donde a diario transitan decenas de deportistas rumbo al polideportivo. El temor de que alguno de sus jugadores hubiera quedado atrapado lo llevó a comunicarse de inmediato.

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«Pasé por ahí solo diez minutos antes», recuerda el entrenador, aún impactado. «No había iniciado el entrenamiento porque apenas habían llegado cinco jugadores. De repente, sentimos el estruendo del derrumbe. Lo primero que pensé fue en los demás muchachos y niños que bajaban para entrenar».

El 90% de sus jugadores cruzan por ese punto todos los viernes a esa hora. Lo mismo ocurre con los integrantes de otras escuelas de fútbol locales. En cuanto ocurrió el alud, sin perder tiempo, llamó a los bomberos. «Me preguntaron si había víctimas, y yo les dije que no sabía, pero que era un paso habitual de los deportistas y que, probablemente, podía haber niños pasando».

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La angustia comenzó a apoderarse de todos. Intentó contactar a sus compañeros de los otros clubes para cancelar el entrenamiento y verificar si ya habían bajado jugadores. Uno de ellos nunca respondió. Más tarde, supo que el comandante de bomberos estaba en una capacitación en La Dorada y no lograba comunicarse con el equipo de emergencias, ya que la red de Claro llevaba días caída en la zona. «Nadie sabía de nadie», dice con pesar.

En medio del caos, los padres de familia comenzaron a llegar corriendo, desesperados, buscando a sus hijos. «Lloraban, los abrazaban al verlos a salvo», relata. «Pero la duda era latente: ¿habría alguien atrapado?».

Una mujer que transitaba por el lugar en el momento del derrumbe logró correr y salvarse. Sin embargo, ella aseguraba que un joven con gorra venía detrás de ella y que no lo vio escapar. La montaña de tierra lo había sepultado.

El entrenador regresó al pueblo con el corazón oprimido. «En el camino vi más escenas de padres abrazando a sus hijos, agradeciendo a Dios porque estaban bien». A las 4:55, al llegar a casa, su teléfono sonó. Era el comandante de bomberos. «Encontraron una víctima. Un joven. Me pidieron que corriera al lugar porque, sin comunicación con algunos de mis jugadores, existía la posibilidad de que fuera uno de los nuestros».

Ismael de Jesús Muñoz, estudiante fallecido. (foto: redes sociales)

Al llegar, vio la escena devastadora. «El joven ya estaba en bolsas. No lo pude ver. Pregunté si alguien lo había reconocido y Paulo Ocampo, otro técnico de fútbol, me dijo que no pertenecía ni a su club ni al mío». La angustia de los entrenadores terminó, pero el dolor de la tragedia permanecía en el aire.

«Nos salvamos de una tragedia mayor», reflexiona el entrenador. «A esa hora, lo usual es que bajen en grupos de cinco a diez jóvenes juntos. Por una extraña razón, ayer la mayoría decidió bajar tarde a entrenar. Y eso los salvó».

sos/

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