Por Esteban Jaramillo Osorio
Confesiones de un profano
No soy taurino ni antitaurino. Ni de Petro ni de Uribe, vale aclarar, porque abomino las dicotomías comunes en estos tiempos.
Estuve en “La Maestranza” de Sevilla, en “Las ventas” en Madrid, en Valencia y en Barcelona.
Recorrí en coche a España, durante nueve días, en frenética caravana siguiendo la pista a los astados imponentes en su peso, casta y bravura y a los toreros, artistas arriesgados y corajudos. Lo hice en una pausa, en larga gira con la selección Colombia.
Vi torear a Espartaco, a Paquirri, a Cesar Rincón, a Gitanillo, a Ortega Cano, Paco Ojeda y Curro Romero, un torero veterano, sevillano, ídolo regordete, al que le prodigaron sus seguidores, una especial veneración.
Con el paso del tiempo me alejé de la fiesta brava. Vi beligerante, sanguinario y desigual el choque entre el hombre y el animal, el astado y el torero. Me hastié de bárbaros picadores, de pinchazos y descabellos. De la sangre en el ruedo.
Me olvidé de verónicas y chicuelinas, de ayudados por bajo y toreo al natural. De Pases de pecho, empujones, cornadas, y pitonazos, de temple y bravura. Los vocablos que especialistas repiten en las plazas.
No volví a toros hasta aquel día de la despedida de Enrique Ponce, en la última de abono de la pasada feria de Manizales.
Me encontraba en el sitio equivocado, incómodo, inseguro, desubicado.
Pero, a medida que la fiesta se encendió, que se llenaron los tendidos, a los gritos de “¡olé!”, “ ¡Ole!”… “ ¡Torero!”, “¡Torero!” y “maestro”, acompañados de aplausos en cada lance, me invadió la misma emoción de mi juventud.
Comprendí de nuevo el arraigo popular de la fiesta brava, a pesar de la tensa y argumentada confrontación entre taurinos y antitaurinos, que a veces me parece irracional por lo apasionada.
No sé si regresaré algún día a una plaza. Pero si comprendo la libertad en el gusto y la expresión. El respeto a la afición, la influencia de estas minorías que van encantadas y apasionadas a los eventos taurinos, como yo voy al futbol.
Entonces, ¿por qué acabarlas y no modernizarlas? ¿Es Imposible torear al toro, con garbo y arte, sin masacrarlo? ¿la única solución es prohibirla?
Mil disculpas para los expertos. Es voluntaria y respetuosa mi alusión al tema taurino, asumiendo riesgos. Nos veremos… en el estadio.
P.D En la foto, con Javier Hernández Bonett, uno de mis asesores en la plaza de Manizales.
Esteban J.