El “feliz día”

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Por Hernán López Aya*

Toda la semana estuve pensando en cómo escribir este texto. Y fue difícil. En mi vida, y espero no equivocarme, he tenido la capacidad de “ponerme en los zapatos del otro”. En el 95 por ciento de los casos me ha ido bien (no creo que alguien haya logrado el 100 por ciento).

Mientras trataba de definir, se atravesaron dos palabras que me hicieron dudar y me crearon un pequeño conflicto: celebrar o conmemorar. Y fue aquí cuando ese “ponerme en los zapatos” me impulsó a dar la pelea.

¿Feliz Día de la Mujer o Día Internacional de la Mujer?

¿Celebrar o conmemorar? Voy a ser insistente con estas dos palabras. Por esta razón las verán reiterativamente, al pasar de los renglones.

8 de marzo es la fecha establecida en el Calendario Gregoriano, para destacar la valentía y la lucha de muchas. ¿Y por qué? Pues porque, como ironía de la vida, una tragedia ocurrida en esa fecha se convirtió en el símbolo del “power femenino”. En 1908, 129 trabajadoras de la fábrica Cotton, en Nueva York, murieron en un incendio en el interior del lugar. Ellas, en medio de una protesta, exigían igualdad salarial. El dueño del establecimiento decidió no tener en cuenta las peticiones, prendió fuego y cerró las puertas para que dieran marcha atrás. 

Aquí no hay “nada” que celebrar. Si hay “mucho” para analizar.

En 1917, 8 de marzo, durante la Revolución Rusa las mujeres se declararon en huelga y exigieron “pan y paz”. Su manifestación generó que el zar abdicara al poder y que el gobierno provisional les concediera el derecho al voto.

Aquí hay “mucho” para celebrar.

En 1975, la ONU celebró el Año Internacional de la Mujer. Y en 1977, la Asamblea General del organismo proclamó “El Día”.

Aquí, celebramos y empezamos a conmemorar oficialmente.

Pero “poner de acuerdo” a cientos o miles para definir si debemos celebrar o conmemorar es una tarea titánica. Cómo bien lo dice mi papá, paisa de la zona cafetera, “es más fácil cuadrar 12 marranos pa’ una foto”.

En ocho largos días de pensamiento, de decidir cómo iba a escribir la columna, comenzó mi “ponerme en los zapatos del otro”. Estuve gravitando por los dos mundos, las dos dimensiones. Y, la verdad, me quedó grande. Cuando leía miles de razones por las que hay que “conmemorar”, se atravesaban miles por las que hay que “celebrar”.

No fui capaz. En ese momento apareció el “cinco por ciento” referente a no lograr el objetivo descrito líneas atrás. Para “no matarme la cabeza” (otra frase de mi papá) decidí hacer mi propio homenaje, celebrarlo y conmemorarlo.

Y acá les va.

La conclusión es que “no hay tu tía que valga”. Para mí, somos el fiel reflejo del desamparo si una mujer no nos da la mano. Y esto sucede en todos los campos. Y creo que el primero que los hombres exploran, al dejar las “naguas” de la mamá, es de la amistad.

En los 80, para muchos, era bien difícil tener una “buena amiga”. Una con quién hablar y contarle cosas. ¿Por qué? En mi caso, siempre quise novias y no amigas. Mi adolescencia estuvo marcada por largas etapas de “don juanismo” y cuando quise ser ese “incondicional receptor y analista de situaciones”, me mandaron pa’l carajo.

Y pues bien merecido lo tenía.

No obstante, de esa etapa, me queda una de ellas, que se “dio la pela” y creyó en mí como amigo. Gracias, “Eri”, por ser mi amiga de adolescencia y post adolescencia.

Con el paso de los años., fueron llegando un montón de mujeres a mi vida que, de una u otra forma, la cambiaron. A algunas les enseñé a bailar, como a Andrea. A otras me las encontré en la universidad, como a Angelita, Yady o Lily. Y en mi oficio de periodismo han sido varias: Paula, que más que amiga es una “hija”; la Bejarano, que fue mi jefa y amiga por varios años; Liliana, otra gran amiga con quien edité un programa de chismes de farándula; y la “Norma”, con la que hablo frecuentemente de cualquier pendejada, echamos “chisme corrido” y nos divertimos agregándoles sílabas a las respuestas monosilábicas. A ella la conozco hace más de 30 años y el periodismo nos volvió a unir.

Dentro del tintero me quedan muchos nombres, en muchos aspectos; esos que estuvieron conmigo y me hicieron la vida más amable. Tías, primas, abuelas, suegras y más amigas. A ellas, todo mi respeto y admiración.

Las mujeres son valiosas y considero, para no complicarme, que hay que “celebrarlas”. Además, me gusta celebrar. Hay “viejas berracas” que todos los días cambian el mundo y eso hay que “celebrarlo”. Celebro su lucha, su valentía, su poder de convocatoria, su fortaleza para ser mamás, su gallardía para exigir lo que merecen y su facilidad para decir la verdad. Recuerdo lo que han hecho por nosotros y decido “celebrarlo” y agradecerlo.

Recuerdo a las que se han ido. La más importante: mi mamá, Laura, la “vieja” más bacana que conocí y que sé que me “echa ojo” desde arriba. O mi abuela Bertha, quien fue mi principal alcahueta y que vigila al lado de mi mamá.

Menciono a las que me han aguantado, como mi hermana Mónica; otra a la que la “berraquera” le brota por los poros; a María Ca, mi hermana pequeña, que es una “valiente” con todas las letras. A Marcela, mi prima, tal vez la mujer más atenta que he conocido. A mi abuela Carmen, quien decidió encargarse de mi mamá cuando era pequeña y enseñarle todo lo bueno que tiene la vida. Y todavía me regaña.

A mis dos tesoros: Manuela María, mi hija hippie, mi “Manu Chau”, amante del rock en español que decidió buscar futuro en otro país y demostrarle a la vida que “sí se puede”. María José, mi “Lupita”, quien en un momento de absoluta valentía decidió “ser mamá” a temprana edad y nos regaló al “Gran Lucas”, un gordo simpaticón de un año de vida que ya camina. Ella también piensa que “se puede”.

Y a mi actual mejor amiga, mi compañera de vida (a pesar de que suene a frase de cajón). Ella es Sashita. Es la mujer que decidió darme la oportunidad de seguir viviendo alegremente, que me ha enseñado a enfrentar la vida de mil formas y a encaminarla como se debe; que me ha ayudado a superar tragedias; que permanece a mi lado y me demuestra, entre rabias y risas, que la vida sí puede ser color de rosa.

Y lo más importante: entiende “a la perfección” lo que un hombre vive, sufre y enfrenta cuando tiene “gripa”.

Al final, decido “celebrar”. Y cuando uno celebra “nadie le quita la bailao”.

Este es un “Gran Día”. 

*Comunicador Social y Periodista de la Universidad Jorge Tadeo Lozano con 26 años de experiencia en televisión y Oficinas de Comunicación. Fue jefe de emisión del fin de semana en RTVC NOTICIAS. Ganador del premio de periodismo Álvaro Gómez del Concejo de Bogotá en 2016. Bloguero de KIENYKE durante varios años.


@HernanLopezAya

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