¿Vivir sin recuerdos?

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Por HERNÁN LÓPEZ AYA

Muchos no se dieron cuenta, pero sus familiares sí.

Hace algunas fechas fue conmemorado el Día Internacional del Alzhéimer y en redes sociales fueron publicados cientos de mensajes relacionados con la enfermedad. Uno de ellos me llamó mucho la atención.

Lo publicó una mujer que contó que su abuelo, un reconocido médico, había muerto por la enfermedad y en esos momentos ella no se pudo despedir de él; y destacó que, seguramente, su viejo se fue sin acordarse de ella, pero ella tiene sus recuerdos (como los besos que le daba en la mejilla), fuertemente presentes. 

Al terminar de leer el mensaje sentí tremendo corrientazo que me llevó, nuevamente, a confirmar que soy adicto a la nostalgia. Acto seguido, como si el algoritmo se hubiera activado, empecé a recibir recuerdos y más recuerdos. 

Sonó el timbre del Whats App varias veces. La cadena de fotos que llegó me dejó entrar a una hectárea de remembranzas que, de una forma u otra, se activan con facilidad. Y déjenme decirles (o escribirles) que eso es un lujo.

Cinco imágenes de fiestas con mis amigos. En ellas están consignados momentos de euforia, perdedera de tiempo y hasta estilo de vestir (Outfit, como lo llaman ahora). Y es acá cuando uno recupera esa demencia colectiva (positiva para la alegría) y la sonrisa de esos instantes. 

Pero también, uno se da cuenta de que la palabra “demencia” es sinónimo del olvido involuntario de quienes pierden la capacidad de almacenar. Es uno de los síntomas del alzhéimer junto a la desorientación, la depresión, el aislamiento social, la ira o la agresividad, entre otros.

Pensé en qué haría si no pudiera recordar. Y la reacción fue instantánea. Llegaron, como relámpagos, cientos de imágenes: los nacimientos de mis hijas, el día de mi matrimonio, las peleas con mi hermana, los regaños de mi mamá y mi papá, más fiestas con mis amigos, más peleas con mis amigos, el día que recibí mi primer salario y lo que compré, mi primera novia, cientos de canciones que he bailado, cientos de horas de volibol y billar, las reuniones familiares, infinidad de situaciones vividas como periodista, los regaños de mis jefes, los viajes, las risas…

También pensé en que mi abuela Carmen ya no está tan joven y ha ido perdiendo la memoria de corto plazo; que mi papá sufre sus achaques, al igual que mis tíos, pero está bien; que mi tío Gilberto está muy activo a sus 80 años pero también tiene achaques; que la mamá de un amigo tiene la enfermedad y hace mucho tiempo no la veo.

Y, para ser sincero, me asusté.

Si bien es cierto que con el pasar de los años es normal ir perdiendo la memoria, llegar a este tipo de trastorno del cerebro debe ser angustiante. A pesar de que varios científicos siguen trabajando en la búsqueda de una cura para esta enfermedad, como lo hace el Grupo de Neurociencias de Antioquia, el camino es largo y culebrero.

El doctor Francisco Lopera, neurólogo de la Universidad de Antioquia que dedicó parte de su vida a la investigación de este problema, dijo que en Colombia “hay personas que en su misma biología esconden el alzhéimer”. Y esto lo concluyó después de años de trabajo, motivados por dos importantes momentos: una visita que él y su papá le hicieron a su abuela, quien no podía reconocer a su hijo; y la atención a una paciente de 47 años con una misteriosa forma de alzhéimer precoz hereditario, a la que después llamaron “la mutación paisa”.

Pero no todo está perdido. En la investigación, Lopera y su equipo también encontraron pacientes que tienen el gen de la “mutación precoz” y otro que lo cura. Dijo que la pregunta más frecuente para su equipo era cómo curar y prevenir; a lo que respondía que es más fácil lo segundo que lo primero. Actualmente existen tratamientos que mejoran la enfermedad de un 25 % a un 30 %.

Es decir, soluciones parciales; porque la enfermedad sigue. 

Esta fue su herencia. El doctor Lopera murió el 10 de septiembre de este año, un mes después de haberse jubilado como director de su grupo de investigaciones. 

Fue un tiempo de consulta agobiante. Y mientras rebuscaba en mi celular artículos sobre el tema, las alertas y los recordatorios llegaron. Pero los normales: debía vaciar mi correo electrónico porque está repleto de basura; borrar fotos para ampliar capacidad; revisar unos documentos; comenzar varios trámites; ver las publicaciones sobre gatos, que mi esposa me había enviado; concretar una cita para llevar el carro al taller; o simplemente recordar que debía escribirles a mis hijas cuánto las extraño.

Hay que aprovechar los momentos, todos. Positivos o negativos. Todo es vida. Eso sí, cada quién lo hace a su estilo. Por esta razón, y lo repito sin cansancio, soy un adicto a los buenos recuerdos: a los musicales, cinematográficos, deportivos, amorosos, divertidos, de tomadera de pelo, de trabajo, de convivencia, de experiencia. Y lo mejor de todo es que me gusta relatarlos y volverme a reír con ellos.

Para mí, es una de las claves de la felicidad; y estoy seguro de que no podría vivir sin ellos. 

El que sí, que me dé la receta. Pero creo que no existe…

@HernanLopezAya

*Comunicador Social y Periodista de la Universidad Jorge Tadeo Lozano con 26 años de experiencia en televisión y Oficinas de Comunicación. Fue jefe de emisión del fin de semana en RTVC NOTICIAS. Ganador del premio de periodismo Álvaro Gómez del Concejo de Bogotá en 2016. Bloguero de KIENYKE durante varios años.

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